Podría estar gestándose uno de los retrocesos más peligrosos para el mundo árabe en general, y para Francia en particular. El actual presidente galo puso en duda a su sociedad y a la de todo el globo: ¿tiene columna o es un invertebrado? En el discurso, era “la” oposición al conservadurismo alemán. Después se diluyó. Hoy se quiere reinventar, a costillas de África.
Como si quisiera pasar por alto las barbaridades que la historia registra sobre los atropellos franceses en el continente africano. Como si intentara recuperar el orgullo napoleónico de un pueblo cansado del servilismo de Sarkozy para con su par alemana (hoy preocupada por una reciente derrota regional). Hollande no ha sido capaz de promover las reformas que declamó en campaña. Tampoco enfrentó las medidas de ajuste exigidas por Angela Merkel. E internamente, no resolvió demandas sociales de vieja data; sobre todo, qué harán y qué se hará con los inmigrantes.
La invasión en África fue decidida según la mejor tradición de la monarquía nuclear”
Valery Giscard D´Estaign
Entonces, siguiendo una vieja costumbre sin fronteras, cuando no se resuelven los problemas internos hay que mostrar cierto histrionismo exterior a fin de distraer a los propios. La Junta Militar argentina invadió Malvinas. Los bolivianos, cada tanto reclaman la salida al mar. Cameron quiere militarizar el Atlántico Sur. Y entre tantos ejemplos, aparece ahora el gobierno francés, intentando reinventarse como la luz que ilumina al África convulsionada. Nada nuevo.
Hier (ayer)
Menos si de Francia hablamos, presente alguna vez en Costa de Marfil, sometiéndola a un conflicto tan grotesco que terminó en una guerra civil inconclusa con cientos de miles de víctimas, la mayoría niños, muchos de los cuales murieron simplemente de hambre. A mediados del siglo XIX habían recibido la “visita de observación” de los franceses, especialmente en los reinos de Atokpora (en el interior) y de Aigini (en la costa). Visita que decidió quedarse largos años y tomar las riendas políticas y el control del comercio.
Hasta que blanquearon en la Conferencia de Berlín (1885), con el propósito de unificar los territorios controlados por París: los actuales Senegal, Mauritania, Guinea, Alto Volta -hoy Burkina-, Dahomey (hoy Benín) y Níger. Les dieron el nombre de “África Occidental Francesa”. El gobernador de Dakar (Senegal) fue el autorizado para gobernar bajo estricta mirada europea; antes, se había encargado de “pacificar” (es un decir) la región.
Lo mismo hicieron en Argelia, donde supuestamente fueron a poner un poco de orden por 60 días, que se transformaron en 135 años. Alteraron de raíz toda la vida de los argelinos, un pueblo educado, alfabetizado, independiente, que perdió su idioma (el árabe), que fue desplazado de sus propiedades (los empujaron al desierto), que fue expoliado en sus riquezas (petróleo) y encerrado cuando protestó (hubo campos de concentración, sugiero leer “Los condenados de la tierra”). Sólo se fue tras cinco años de una guerra civil monstruosa, que hizo escuela.
Todos los presidentes de la Vª República, De Gaulle, Pompidou, Giscard, Mitterrand, Chirac, Sarkozy y Hollande, han utilizado esas prerrogativas institucionales para dirigir un rosario de campañas militares en África, presentadas siempre con la misma cobertura diplomática: “ayudas a nuestros aliados”, “preservar la integridad del Estado” (países creados por Francia), “asegurar los intereses nacionales”. Entre ellos, las minas de uranio en Níger (fronterizo con Malí), posiciones militares en Chad; inversiones y alianzas en Zaire, Costa de Marfil, República Centroafricana, Gabón, Togo y Ruanda.
Aujourd’hui (hoy)
Ahora, en un año, Francia llevó a cabo tres intervenciones militares decisivas en el exterior. En marzo de 2011, sus ataques aéreos en Libia (junto con los de Gran Bretaña) desbarataron a las tropas del coronel Muamar el Khaddafi, mientras se preparaban para recuperar la ciudad de Benghazi. Un mes más tarde, las fuerzas francesas en Costa de Marfil arrestaron al presidente Laurent Gbagbo, que se había negado a reconocer la victoria electoral de su rival, poniendo al país en riesgo de una guerra civil. Esta vez, Francia intervino en Malí. Supuestamente para enfrentar el “terrorismo” de los tuaregs del Norte, que crearon su propio Estado, Azawad.
Francia siempre consideró al África subsahariana y al mundo árabe como esferas naturales de influencia política y estratégica necesarias para mantener su posición como potencia global. Además, cree que la capacidad militar operativa es una condición de poder; visión que no es compartida por la abrumadora mayoría de los Estados europeos, que siguen manifestando una aversión colectiva hacia la guerra.
El ejército francés consolidó este domingo sus posiciones en Malí con un objetivo claramente definido por París: “la reconquista total” del país, según declaró a la prensa el ministro francés de Defensa, Jean-Yves Le Drian. En tanto, el grupo islamista Ansar Dine (Defensores del Islam) afirmó el mismo día que mató a 60 soldados malienses y que derribó dos helicópteros franceses desde el 10 de enero. Reconoció, asimismo, la pérdida de ocho “muyahidines”.
Et demain? (¿Y mañana?)
La ofensiva lanzada por Hollande en Malí tiene apoyo diplomático pero no militar de Estados Unidos y otros países europeos; sobre todo, por la calificación de “terroristas” impuesta a los milenarios tuaregs del desierto. Pero así como por un lado nada parece mostrar que vaya a ser sencillo, tampoco parece haber una estrategia política para negociar el futuro de Malí. Francia puede haber sido empujada por un presidente, necesitado de validarse a sí mismo, a una situación de empantanamiento peligrosa que puede convertirse en boomerang para el gobierno.
A su vez, el gobierno de Barack Obama, sumergido en sus propios problemas, teme la ausencia de un plan político. Teme, también, que la debilidad de las fuerzas africanas o un exceso de protagonismo francés termine implicando a Estados Unidos en una nueva guerra. Por el momento, y a lo sumo, ha ofrecido a París aviones no tripulados (drones) e informes de inteligencia.
El ex presidente de la República, Valery Giscard D´Estaign, es testigo, actor y analista excepcional de una crisis cuyos antecedentes permiten comprender la naturaleza imperial de esta intervención que, según sus palabras, “fue decidida por el actual mandatario francés, François Hollande, en la mejor tradición nacional de esta monarquía nuclear”.
La campaña de Malí, la “Operación Serval” lanzada por Hollande, es indisociable del secuestro de franceses en Níger (hay minas de uranio estratégicas) y el sur argelino. La lucha contra el terrorismo (independentista ayer, islámico hoy) y la defensa de la integridad de un Estado fantasma, siguen siendo razones de mucho peso. La vieja lógica napoleónica asume en soledad los nuevos desafíos tras una retirada de Afganistán, donde los generales franceses no tenían el puesto capital ni, irónicamente, el “cartel francés” que sí tienen en Malí.