Tema uno: Mali, un país fracturado, en medio de una de las clásicas guerras civiles africanas. Tema dos: el grupo del norte, que reivindica al islamismo radical. Tema tres: Francia, con un presidente “blando” para el gusto de los descendientes de Napoleón. Tema cuatro, cae por su propio peso: defender al mundo de la amenaza musulmana…
Todo muy básico, muy repetido y muy sangriento, claro. Pero mientras ocurra en África, la muerte no pasa de ser una anécdota para el mundo civilizado. Veamos un poco, para entender de qué se está hablando.
El conflicto
La guerra en Libia llamó a la guerra en Mali. Y utilizar la misma receta, una intervención exterior de la que se sabe cómo se empieza pero nunca cómo acaba, sólo llevará más destrucción y más muerte hacia una de las zonas más pobres del mundo.
En mayo 2012 nació el Estado islámico del Azawad, donde impera la sharía (ley islámica). No goza de reconocimiento internacional, pero su fundación fue celebrada con disparos al aire y gritos de “Alá ha ganado” en las ciudades de Tombuctú y Gao, en el norte de Malí, zona que los tuaregs llaman ”Azawad”.
El pasado sábado en Gao, tras varios días de negociación, las dos guerrillas tuaregs llegaron a un acuerdo para fusionarse, proclamar la independencia del territorio situado a 1.200 kilómetros de Canarias (830.000 kilómetros cuadrados, 1,3 millones de habitantes y tres ciudades con sus aeropuertos), formar un gobierno paritario y crear una chura (asamblea consultiva) donde la tendencia islamista ocupará dos tercios de los escaños.
El acuerdo, a juzgar por las informaciones difundidas por los portavoces tuaregs, supone una victoria relativa de la corriente islamista radical. Pero no un éxito terrorista, de Ansar Dine (Defensores de la Fe), sobre los laicos separatistas del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA). Según lo convenido, éstos logran que los primeros acepten proclamar la independencia pero ceden en el resto. El Corán y la Sunna “serán la fuente del derecho“, señala el texto del documento suscrito por representantes de ambos grupos. El líder del Azawad durante esta transición será Iyad Ag Ghali, quien actuó como mediador en varios secuestros de occidentales perpetrados por los predecesores de Al Qaeda.
Abdelmalek Droukdel, el argelino que desde las montañas de Cabilia (noreste de Argel) capitanea la rama magrebí de Al Qaeda, instó el jueves a no desaprovechar la oportunidad de instaurar un Estado islámico en el Azawad. Pidió a sus hombres que “desarrollen todas sus actividades de aplicación de la sharia al amparo de Ansar Dine” y que sólo utilicen el nombre de AQMI para “la yihad global“. “Es un error imponer todas las reglas del islam de golpe“, advirtió. Y agregó: “hay que aplicarlas gradualmente. Aunque en los locales donde se consume droga, alcohol o se practica la inmoralidad, sí deben ser cerrados de inmediato”.
Las autoridades de Bamako y los dignatarios refugiados en la capital evocan con frecuencia la necesidad de reunificar el país. Pero el ejército regular está hecho trizas y difícilmente podrá reconquistar el Azawad, un territorio cuya superficie equivale al 65% de todo Malí. Cuando los rebeldes islamistas lanzaron una nueva ofensiva entrando en la ciudad central de Konna, el presidente interino hizo un llamamiento a Francia, la antigua potencia colonial, en busca de ayuda militar.
El líder rebelde es el Capitán Amadou Sanogo, un hombre enérgico, confiado y carismático, amable pero brusco, que recibió parte de su formación militar en los EEUU, incluyendo un entrenamiento en Inteligencia.
El Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) y el islamista Ansar Dine fueron los dos principales grupos tuareg que participaron en la toma del norte de Malí, un área del tamaño de Francia. Los tuareg (u “hombres azules”, por el color de sus túnicas y turbantes) son bereberes del Sáhara profundo; quizás, quienes más lo conocen. Vienen de un territorio donde habitan hace más de 2000 años. Sin embargo, siempre fueron olvidados por los gobiernos de Malí, tanto por el francés-colonial como por el independiente. Hoy se los considera poco menos que terroristas. Pero nadie hace las cuentas de lo que fueron obligados a soportar en las peores condiciones imaginables.
François se hace el Bush
El presidente francés, Francois Hollande, desplegó tropas en Malí, a pesar de haber dicho que Francia ya no quiere interferir en los asuntos de sus antiguas colonias africanas. En diciembre, su país había rechazado una petición de la República Centroafricana de enviar tropas para bloquear un avance rebelde sobre la capital, Bangui. Pero unas semanas más tarde, intervino en Malí, decidió el envío de tropas de tierra a la capital -Bamako- y autorizó el uso de su poder aéreo para atacar posiciones rebeldes.
Según dice su presidente, Francia entró en el conflicto porque la amenaza de Malí proviene de los islamistas militantes, rebeldes no seculares, capaces de instalar un “estado terrorista” que podría poner en peligro al resto de África y a Europa (suena “muy Bush”).
La crítica permanente hacia Hollande repite que es demasiado suave y consensual. Sin embargo, la rapidez de maniobra contra los yihadistas en Malí puso al descubierto a un hombre capaz de tomar decisiones audaces y peligrosas. No será la primera vez que una intervención en el extranjero permita reconstruir la imagen de un presidente que se hundía en las encuestas. Las consecuencias son potencialmente enormes, llenas de riesgos de repercusiones estratégicas en las relaciones de Francia en África. Y sobrevuela la amenaza muy real de represalias terroristas a los rehenes y en Francia.
“Hoy en día, las tropas francesas quizás sean bien recibidas por una población que no sabe cómo enfrentar a los islamistas. Pero los malienses no van a tolerar la presencia de tropas de la antigua potencia colonial por mucho tiempo, y con razón“, plantea el analista Francois Sergent en el periódico Liberatión.
La intervención militar no puede solucionar el caos por sí sola. Tiene garantizada la victoria a corto plazo. Pero la superioridad de tecnología y poder militar, por muy aplastante que sea, no puede evitar consecuencias a futuro. Los ciudadanos de Mali serán los próximos que aprenderán esta lección. Y la devastación definirá Mali y toda la región del Sahel (la franja de la costa atlántica hasta Somalía), dejando su huella por mucho tiempo y y con el costo de muchas, demasiadas vidas.
Los franceses están contentos de saber que su presidente tiene esqueleto y no es una ameba. Pero se han cargado de peligros y no está claro si eso era lo que Francia necesitaba en medio de la debacle financiera que sufre la Europa que siempre quiso liderar.