Se trata de cárceles que periodistas de AP tildaron de “campos de concentración modernos”. Imágenes satelitales y testimonios muestran el horror.
China es un país enorme y no sólo por su extensión geográfica, su economía y su población. También por su diversidad étnica. Uno de los tantos pueblos que la componen en el Ugiur.
Descendientes de los pueblos de las estepas, de raíz túrquica y de mayormente de religión musulmana, los ugiures son una de las etnias más golpeadas por la revolución cultural comunista desde siempre, al punto que el mismo papa Francisco pidió por ellos recientemente.
Sin embargo, esto último era un secreto a voces hasta que periodistas de la agencia internacional Associated Press (AP) obtuvieron el permiso para ingresar a la cárcel más grande del mundo, ubicada en la región de Xinjiang, en el marco de una gira organizada por el estado chino.
Aunque no les dieron cifras exactas, los miembros del equipo de AP calcularon que la prisión tiene lugar para 10.000 reclusos.
El artículo publicado esta semana, relata la impresión que tuvieron los periodistas al llegar a una de las 240 celdas estimadas en una sola sección de detención: “Los presos uigures se sentaron en filas uniformes con las piernas cruzadas en posición de loto y la espalda erguida como una baqueta, numerados y etiquetados, mirando un televisor que reproducía imágenes granuladas en blanco y negro de la historia del Partido Comunista Chino”.
El complejo se extiende sobre casi un kilómetro cuadrado, lo que lo hace dos veces más grande que la Ciudad del Vaticano.
Oficialmente, China considera a estos detenidos como terroristas y llamaba a estas inmensas cárceles “centros de formación” vocacional, aunque han sido descritos por ex detenidos como brutales campos de detención rodeados de alambre de púas y guardias armados.
China al principio negó su existencia y luego, bajo fuertes críticas internacionales, dijo en 2019 que todos los ocupantes se habían “graduado” y que ya no existían.
La visita de la AP, además de las imágenes satelitales y las entrevistas con expertos y ex detenidos sugieren que, si bien muchos “centros de capacitación” estaban cerrados, algunos como éste simplemente se convirtieron en cárceles o centros de detención preventiva.