El párroco se ha visto envuelto en una investigación de la fiscalía que persigue vínculos de algunas organizaciones humanitarias con traficantes de personas.
La fiscalía italiana investiga por ayudar a la inmigración irregular a Mussie Zerai, un sacerdote eritreo muy popular en el país por su compromiso con los refugiados huidos de su país y de otros vecinos.
“La mañana del 7 de agosto recibí la noticia que la Fiscalía de Trapani (Sicilia occidental) tiene un expediente abierto en mi contra”, escribió en una entrada de su blog, titulada La solidaridad no es un crimen, donde reitera haber actuado con fines humanitarios y de forma totalmente transparente.
Este cura católico de sonrisa ancha y modales resueltos fundó en Roma una agencia de cooperación llamada Habeshia, conocida como el “salvavidas de los inmigrantes”, porque ofrece asistencia telefónica a los que cruzan el Mediterráneo, estimulando la intervención de las autoridades cuando haya peligro por sus vidas.
De hecho, Zerai lleva su destino en el nombre. Pero al revés. Mussie significa Moses (Moisés), el niño salvado de las aguas del Nilo en la Biblia. En la vida, es Don Moses él que salva a personas del Mediterráneo.
Nacido en 1975, creció sin padres en Asmara. En 1992, obtuvo un visado para volar a Roma, donde se quedó en un centro de jesuitas, ayudaba los pobres en la estación Termini y se ganaba la vida con pequeños trabajos. Más adelante se hizo cura pero no se refugió tras un altar, sino que siguió en las calles, trabajando con los más desfavorecidos.
Una noche de 2004 le despertó el móvil. Un amigo acababa de recibir un SOS vía satélite desde una patera en avería en el Canal de Sicilia. El cura llamó la embarcación, pidió sus coordinadas y acto seguido alertó a los guardacostas. Dos lanchas italianas salvaron aquella noche a 130 eritreos, entre ellos niños y una mujer embarazada. Corrió la voz. El número de don Mos” pasó de mano en mano. Desde entonces ha recibido decenas de llamadas al día, la mayor parte de ellas, de migrantes perdidos en altamar. En esos casos – se lee en su blog – “transmitimos sistemáticamente las coordenadas de las embarcaciones a Acnur y a ONG como Médicos sin fronteras, Sea Watch, Moas y Watch the Med. Pero antes siempre avisamos a los guardacostas italianos y malteses”.
Su labor cosechó tanta resonancia que le valió la candidatura al Nobel para la Paz en 2015 y la mención entre las 100 personalidades de 2016 en la revista Time. En 2017, en cambio, le valió la acusación de ayudar a los desesperados a preparar su viaje clandestino hacia Europa.
Los magistrados, en concreto, argumentan que los inmigrantes se ponían en contacto con Zerai antes de zarpar y no durante la cruzada cuando corrían peligro de muerte y necesitaban ser rescatados. La policía pinchó el teléfono de un guardia de seguridad que trabajaba a bordo de la nave Vos Hestia, de Save the Children, una de los 12 buques que navega en el mar que separa Italia de Libia.
Conversando con un colega, hizo referencia a un grupo de WhatsApp utilizado por el cura y los líderes de las ONG para coordinar los salvamentos puenteando las autoridades italianas y libias. En el marco de esta misma investigación, abierta en octubre de 2016, el 2 de agosto la justicia incautó el barco de la ONG alemana Jugend Rettet, por sospechas de vínculos directos con traficantes frente a las costas de Libia.
La noticia fue recibida con satisfacción por la Liga Norte y el Movimiento 5 estrellas que llevan meses acusando a las organizaciones humanitarias que rescatan y acogen extranjeros llegados de Libia de estar organizando una invasión del país, de cobrar dinero en las rutas o de animar las salidas desde África con su sola presencia en el Canal de Sicilia.
Todas hipótesis que no han sido confirmadas por ningún fallo, aunque las fiscalías de Catania y Trapani lleven meses investigando. El Gobierno de centro izquierdas, cercado por la oposición y abandonado por los socios europeos, intenta mantener la calma. Por un lado el ministro de interior Marco Minniti amenaza con poner trabas a la labor de las ONG que no firmaron el código de conducta que, entre otras cosas, impone la presencia de agentes armados a bordo de sus naves; por el otro el titular de Transportes del que depende la Guardia Costera volvió a repetir su postura: “En el mar no se deja a nadie atrás. Si hay que salvar una vida le toca a la nave más cercana. No importa si firmó o no”.