El investigador del CONICET es quien dirigió al grupo de investigación que descubrió, mediante un relevamiento, que un 22% de los filets de pescado que se comercializa en la costa bonaerense no es de la especie que figura en la etiqueta: “Muchas veces ocurre que el producto que se vende, es menor que el valor de lo que uno va a comprar”.
El dato es llamativo. Un estudio realizado por un grupo de investigadores que lidera la Dra Gabriela Delpiani, reveló que en la costa bonaerense 1 de cada 5 filets de pescado que se comercializan no es la especie que indica su etiqueta.
El director del grupo de investigación es Juan Martín Díaz de Astarloa, Profesor del Depto de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales e Investigador del CONICET y habló en la 99.9 sobre el motivo por el que decidieron llevar adelante esta tarea: “queríamos hacer un monitoreo de las distintas pescaderías y lugares donde se comercializa pescado en todo Buenos Aires, para corroborar si lo que se vende, es lo que es. Hemos encontrado que en muchos casos, se vende un producto con un determinado nombre, pero no corresponde con esa especie. El mal etiquetado o sustitución es de un 21 o 22%”.
Generalmente, esta modificación responde a motivos comerciales y para lograr una ventaja económica, lo cuál es algo grave. “Muchas veces ocurre que el producto que se vende, es menor que el valor de lo que uno va a comprar. Hay una especie de fraude comercial. Lamentablemente los argentinos no consumimos tanto pescado y cuando lo vemos procesados, no podemos diferenciarlo“, aclaró Díaz de Astarloa.
Tampoco Argentina ofrece una manera de control sobre estos temas, que bien se podría implementar, según el especialista: “hay otra cuestión importante que no pasa por el precio, sino por las especies. El lomito de atún que cuando aparecen filetes, no son de atún sino que son de tiburón que además son especies vulnerables, amenazadas y hasta en peligro de extinción”.
Lo concreto es que se hace una especie de estafa con mala intención que puede tener distintos impactos, como detalló Díaz de Astarloa: “es una política comercial poco feliz. Está la cuestión de los nombres con lo que se vende, no hay una estandarización de los nombres vulgares de las especies. Aquí hay mala fe”, concluyó.