Kamala Harris pasó a la historia el sábado como la primera mujer negra elegida vicepresidente de Estados Unidos, rompiendo barreras que han permitido que hombres -en su mayoría blancos- ejerzan exclusivamente los puestos más altos de la política del país durante más de dos siglos.
La senadora por California de 56 años, a la vez la primera persona de ascendencia surasiática que llega a la vicepresidencia, representa el multiculturalismo que define a Estados Unidos pero que está ausente en gran medida de los centros de poder en Washington. Su identidad negra le ha permitido hablar en términos personales sobre un año de ajuste de cuentas con la brutalidad policial y el racismo sistémico. Siendo la mujer que ha alcanzado el puesto por elección popular de mayor rango en la historia del gobierno estadounidense, su victoria da esperanzas a las mujeres frustradas por la derrota de Hillary Clinton hace cuatro años.
Harris ha sido una estrella ascendente en el Partido Demócrata durante dos décadas, ejerciendo como fiscal de San Francisco y secretaria de Justicia de California antes de convertirse en senadora federal. Cuando puso fin a su campaña presidencial en las primarias demócratas de 2020, Joe Biden le pidió que fuera su compañera de fórmula. Prestarán juramento como presidente y vicepresidente el 20 de enero.
Su selección como compañera de fórmula de Biden tiene la importancia adicional de que, a sus 78 años, será el presidente de mayor edad y no se ha comprometido a aspirar a un segundo cuatrienio en 2024.
Con frecuencia Harris presentó su candidatura como parte de una tradición -subestimada con frecuencia- de mujeres negras que la precedieron, como la docente Mary McLeod Bethune, la activista por los derechos civiles Fannie Lou Hamer y la legisladora Shirley Chisholm, la primera candidata negra en intentar obtener la candidatura presidencial por uno de los partidos principales, en 1972.
“No suelen enseñarnos sus historias’’, dijo Harris en agosto al aceptar la candidatura a vicepresidente. “Pero como estadounidenses todos nos beneficiamos de lo que ellas lograron’’, agregó.
A pesar de la emoción generada por su elección, Harris y Biden enfrentan retos enormes, como la profundización de las tensiones raciales en medio de una pandemia que ha afectado desproporcionadamente a la gente de raza negra, y la muerte de varios estadounidenses negros a manos de la policía. Su trayectoria como fiscal provoca escepticismo entre los progresistas y los jóvenes que aspiran a grandes cambios institucionales en lugar de reformas graduales de la policía, las medidas sobre drogas y otros problemas.
Harris nació en 1964, hija de dos activistas del movimiento por los derechos civiles. Shyamala Gopalan, de la India, y el jamaiquino Donald Harris se conocieron en la Universidad de California, campus de Berkeley, un centro del activismo de la década de 1960. Se divorciaron cuando Harris y su hermana eran pequeñas, y Harris fue criada por su madre, luego difunta, a quien considera la influencia más importante en su vida.
Su nombre significa “Flor de Loto’’ en sánscrito. Varios republicanos, incluido Trump, se han mofado de su nombre, y ése no es el único ataque que ha sufrido. Trump y sus aliados intentaron retratarla como una extremista y socialista, a pesar de su trayectoria centrista. Una campaña racista y sexista en línea trató de poner en duda sus méritos para ocupar un puesto tan elevado