Turquía prefiere una derrota kurda antes que atacar al Estado Islámico.
Kobane nos proporciona la foto de un mito trágico, el de la ciudad mártir sacrificada y traicionada ante la indiferencia internacional. Las imágenes están tomadas desde unos altozanos en el lado turco de la línea fronteriza. En primer plano hay una hilera de blindados del ejército turco con sus cañones orientados hacia Siria y en el fondo, la ciudad entera. Apenas se distingue el campo de minas de una milla de ancho que recorre la raya por el lado turco. Los turcos de la región fronteriza con Siria pueden ver desde estas colinas los bombardeos y enfrentamientos entre los combatientes del Estado Islámico con sus banderas negras y los milicianos kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo.
Antes de la guerra, Kobane tenía 45.000 habitantes, kurdos casi todos. La superioridad militar de los guerreros del califato islamista es absoluta, mermada solo por la limitada capacidad de acierto de los bombardeos aéreos de la coalición organizada por Washington junto a cinco países árabes. Sin una intervención terrestre, que Estados Unidos no quiere hacer, y mucho menos en Siria, la ciudad y toda la región fronteriza que la circunda estarán pronto en manos del Estado Islámico. Solo Turquía, único país musulmán de la OTAN, podría frenar el avance de los terroristas califales, pero su Ejército prefiere retenerse a la espera de una derrota kurda a obtener una victoria rápida y la huida de los islamistas.
Es la repetición de un mito trágico que hemos visto otras veces en la historia, aunque nunca como en este caso con fotos, imágenes de televisión y acumulación de curiosos turcos en los miradores fronterizos. A escala mucho mayor, sucedió en Varsovia en 1944, cuando los patriotas polacos se levantaron contra los nazis en el momento en que el Ejército Rojo se acercaba a la capital polaca, pero Stalin ordenó esperar a que fueran derrotados por el Ejército de Hitler. De forma similar, 70 años después, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan prefiere bombardear a los kurdos del PKK dentro de Turquía y dejar a los islamistas que terminen con las guerrillas kurdas dentro de Siria.
Esta es una guerra en la que combaten cara a cara dos proyectos de Estado. El de los kurdos que viven repartidos entre Turquía, Siria, Irán e Irak, donde cuentan con una administración regional ya con competencias muy parecidas a las de un Estado; y el de los radicales islamistas que quieren instalar un califato entre Siria e Irak bajo el nombre precisamente de Estado Islámico. En la pelea por el Kurdistán sirio se juega la posibilidad de utilizar la frontera turca para el contrabando imprescindible para la supervivencia del Estado Islámico.
Kobane no es solo un símbolo de la indiferencia internacional ante el martirio de una ciudad, sino también de la responsabilidad occidental en el destino trágico de dos países como Siria e Irak, sometidos al desmembramiento territorial, a la guerra civil a varias bandas y a la limpieza étnica y religiosa.