Las canillas están secas no sólo por la falta de lluvias, sino por la deforestación que sufre la selva del Amazonas.
Vera Lucia de Oliveira mira al cielo esperando cualquier señal de lluvia. Durante semanas, las canillas de su casa han estado secas mientras San Pablo sufre su peor sequía en ocho décadas y la precipitación pluvial es apenas una tercera parte de la normal. Expertos advierten que si no cae una lluvia fuerte y prolongada, la megalópolis de 23 millones de habitantes puede quedarse pronto sin agua.
“Siempre pensamos: ya viene la lluvia, ya viene la lluvia”, afirma Oliveira, un ama de casa de 45 años. Pero no llueve, y el consenso entre especialistas es que la respuesta a lo que Oliveira y sus vecinos esperan no está en el cielo que los cubre, sino en la deforestación que durante décadas ha asolado a la selva amazónica, que se encuentra a cientos de kilómetros de ahí. La tala de árboles, dicen los científicos, dificulta la capacidad de la inmensa selva para absorber el carbono del aire y tomar agua a través de las raíces de los árboles para suministrar a los gigantescos “ríos celestiales” que transportan más humedad que el mismo río Amazonas.
Más de dos terceras partes de la lluvia que cae sobre el sureste de Brasil, donde vive 40% de la población, viene de esos ríos celestiales, señalan estudios. Cuando se secan, apuntan los científicos, llega la sequía.
Pero no es sólo Brasil. Estos ríos en el cielo tienen una función meteorológica primordial para toda Sudamérica, de acuerdo con un estudio reciente hecho por un importante científico brasileño, Antonio Nobre, del Centro de Ciencias para el Sistema Terrestre.
El estudio reúne información de numerosos investigadores para mostrar que el Amazonas puede estar más cerca de cruzar el límite de lo que el gobierno ha reconocido, y que los cambios pueden amenazar el clima en otras partes del mundo.
Su estudio ha causado alarma en el Brasil azotado por la sequía en momentos en que negociadores sobre medio ambiente están reunidos en el vecino Perú desde el 1 al 12 de diciembre en la cumbre sobre el clima.
El Amazonas fue destruido en forma desenfrenada hasta 2008, cuando el gobierno endureció sus leyes ambientales y envió a policías armados a la selva para detener la destrucción que llevaban a cabo granjeros, sembradores de soja y traficantes de madera.
El impacto se notó pronto: las áreas destruidas en 2012 fueron seis veces menores que las de ocho años atrás, aunque el número aumentó en los dos últimos años. Pero Nobre y otros científicos advierten que no es suficiente con reducir la velocidad a la que se destruye, sino que ésta debe detenerse.
“Con cada árbol que cae, se pierde un poco del agua que será transportada a San Pablo y al resto de Brasil”, explicó Philip Fearnside, profesor en el Instituto Nacional de Investigaciones en el Amazonas, dependiente del gobierno brasileño, quien no participó en el estudio de Nobre. Científicos de EE UU también han elogiado el estudio, como el experto en sequía del Servicio Geológico, James Verdin, quien lo llamó “creíble y convincente”.
A principios de este año investigadores de la Universidad de Minnesota resaltaron en un estudio publicado en el Diario del Clima que en 2005 y 2010 hubo dos sequías en la región de las que “sólo se presentan una vez en un siglo”. Usaron simuladores de clima para encontrar que la deforestación “tiene el potencial de incrementar el impacto de las sequías en la cuenca del Amazonas”.
LOS “RÍOS CELESTIALES”
Los ríos celestiales se generan cuando el bosque actúa como una bomba gigantesca, de acuerdo con investigaciones que han mostrado que la humedad uniforme de la selva reduce la presión atmosférica en forma constante en la cuenca del Amazonas. Eso permite que las corrientes de aire húmedo procedentes del Atlántico sean llevadas al interior del continente hacia áreas en las que no hay bosque.
Esas corrientes viajan al occidente a través del continente hasta que chocan con las montañas de los Andes, donde giran y llevan lluvia hacia al sur, a Buenos Aires y hacia el oriente, donde está San Pablo. Los árboles bombean unas 20.000 millones de toneladas métricas de agua hacia la atmósfera cada día, 3.000 millones más de lo que el río Amazonas, el más grande del mundo, descarga diariamente en el mar.
Estudios recientes indican que se ha reducido la lluvia en las zonas ubicadas a sotavento de las áreas deforestadas. Entre menos árboles también se reduce la humedad en la cuenca del Amazonas, lo que debilita el efecto de “bomba”. El informe de Nobre en octubre advierte que es importante replantar una quinta parte de la selva que ha sido arrasada. Además, 125 millones de hectáreas, un área equivalente a dos veces la superficie de Francia, han sido degradadas por deforestación parcial y deben ser restauradas.
El gobierno prepara un estudio para medir el impacto que la deforestación ha tenido en las décadas recientes, aseguró la ministra de Medio Ambiente Izabella Teixeira. El tema tiene numerosas complejidades y está atado a problemas locales y a la propia ambición del gobierno de Brasil para desarrollar la región amazónica, donde viven cerca de 25 millones de personas. Teixeira dijo que es necesario encontrar el balance para poder aprovechar la selva para beneficio de la población sin destruirla.
Sin embargo, el informe de Nobre pide al gobierno que tome medidas urgentes y que se plantee el objetivo de deforestación cero. También pide a la población que influya en el enfoque del gobierno hacia el Amazonas al resaltar que “la conmoción por las cañerías secas aquí, las inundaciones allá y otros desastres naturales deben provocar una reacción”.
De las canillas no sale agua desde hace semanas en Itu, una comunidad que se encuentra a 96 km al noroeste de San Pablo, donde los residentes han sentido más la sequía que en otros sitios. El agua es tan escasa que los camiones que la suministran han sufrido saqueos a mano armada. Ruth Arruda (43), una maestra de primaria que dejó de lavar platos y ahora usa vajilla descartable, describió que en la década de 1980 la ciudad derribó gran cantidad de árboles para hacer espacio a la construcción de trabajadores acomodados que buscaban una comunidad apacible alejada de San Pablo.
“Tenemos que mirar al interior y poner atención a lo que hemos hecho mal con nuestro ambiente”, concluyó. Cortes Un 60% de los 11 millones de habitantes de San Pablo, la ciudad más poblada de Brasil que atraviesa una fuerte sequía, sufrió cortes de agua en algún momento desde octubre has ahora. Los cortes suceden tanto de día como de noche, pero afectan sobre todo a la población más pobre.