“¿Uruguay? ¿Adónde se están mudando?” No es una sorpresa que nuestros amigos y familiares hayan quedado anonadados y un poco confundidos por nuestra decisión de irnos de Santa Fe, Nuevo México, para jubilarnos en Uruguay.
Hace unos cinco años, obligados a buscar un servicio de salud asequible, mi esposo y yo empezamos a investigar lugares donde podríamos jubilarnos. Un país aparecía constantemente en la lista: Uruguay. Planeamos ir de vacaciones ahí para ver cómo era. Nos enamoramos del encanto histórico de Colonia del Sacramento, los kilómetros de playas inmaculadas que van desde Piriápolis hasta la frontera con Brasil y el peculiar carisma europeo de Montevideo. Por sobre todo, los enamoramos de la amabilidad de los uruguayos.
Después de unas visitas más y mucha investigación, hicimos de Uruguay nuestro hogar permanente hace aproximadamente un año y medio. El país, con una democracia estable desde hace unas tres décadas y con relativamente poca corrupción, tiene prácticamente todos los servicios a los que estamos acostumbrados, incluyendo electricidad confiable, calles decentes, atención médica calificada y una amplia conectividad de fibra óptica. Cosas más frívolas como las pedicuras y Pilates también están disponibles.
Una rica oferta artística
Con la ayuda de un agente inmobiliario, compramos un apartamento moderno de dos habitaciones en Montevideo, en el barrio de Pocitos, una elección popular para los expatriados por su ambiente cosmopolita. Nuestra vivienda tiene un balcón y un patio grande. Plataneros de sombra forman doseles sobre las calles y edificios de departamentos de varios pisos envuelven el área más cercana a la playa. Tres supermercados y dos centros comerciales se encuentran a 12 cuadras de nuestra casa, y mi esposo se ha vuelto un cliente frecuente de la ferretería, donde el aletargado mastín del dueño toma su siesta en la entrada.
Un eficiente sistema de autobuses cubre todo el país, por lo que no necesitamos un auto. El pasaje, que cuesta cerca de US$1, con frecuencia incluye también entretenimiento. Si el bus no está lleno, los conductores suelen permitir que suban artistas callejeros. Hemos escuchado guitarra flamenca, rap, ópera y poesía.
Montevideo es un floreciente centro artístico. El antiguo Teatro Solís ofrece ópera, música sinfónica, la compañía nacional de teatro y el festival de jazz de Montevideo. El ballet nacional está a unas cuadras, en el Auditorio Nacional del Sodre. Sorprendentemente, los boletos se pueden comprar por tan sólo US$6.
También hemos descubierto maravillosos museos pequeños con exhibiciones que cambian frecuentemente, desde obras precolombinas hasta contemporáneas. Montevideo en sí es un tesoro arquitectónico. Disfrutamos de su vibrante interpretación local del estilo clásico hallado en muchos de los barrios residenciales más antiguos. La ciudad también es rica en arquitectura art deco.
Obviamente, ningún lugar es Utopía. Los conductores uruguayos tal vez sean los peores del mundo. Como peatón, es importante recordar siempre que uno no tiene la prioridad de paso. Los grafitis y la basura en la calle también reducen la belleza de Montevideo y, al igual que cualquier ciudad grande, hay delincuencia, por lo que deben tomarse algunas precauciones. Aun así, en la mayoría de los barrios me siento bastante cómoda y a menudo tomo el bus de noche.
Los uruguayos pueden parecer algo reservados al principio, pero saben disfrutar de la vida. El carnaval se extiende por unas seis semanas durante la cuaresma, con desfiles y presentaciones a lo largo de la ciudad. Uno de nuestros eventos favoritos es el Desfile de Llamadas, con bailarinas y tamborileros de inspiración africana.
En cuanto a la cocina, los uruguayos aman la carne vacuna. Cortes tiernos son asados a fuego lento sobre parrillas a carbón vegetal. Debido a que la herencia italiana es común aquí, la pasta y la pizza también se consiguen fácilmente. Las comidas son eventos placenteros y suelen incluir Tannat, el vino tinto característico de Uruguay. Hemos tenido dificultades para acostumbrarnos a cenar a las 10:30 de la noche, por lo que si estamos solos o con otros expatriados, nos escabullimos a comer ¡dos horas antes!
Siempre pensé que era una prodigiosa golosa, pero no puedo ni tratar de igualar el apetito de los locales por pasteles cargados, helado y galletitas. El rey de todos los dulces es el dulce de leche, que rellena los pastelitos, se arremolina en el helado, se unta en la tostada y acompaña otros postres como el flan.
Quizás para bajar todos esos dulces, los montevideanos de todas las edades, tamaños y formas caminan, trotan y recorren en patineta o bicicleta la Rambla, una avenida costera de kilómetros de longitud. En la playa, hay partidos de fútbol y vóleibol durante todo el verano. Para nosotros, caminar es el principal ejercicio, con o sin nuestro perro, un lebrel inglés rescatado. También ejercitamos nuestra imaginación, fantaseando con que algún día me uniré a los que practican windsurf y kitesurf en las aguas del Río de la Plata, un enorme estuario del Río Uruguay que desemboca en el Océano Atlántico a unos 80 kilómetros al este.
El costo de vida en Montevideo no es exorbitante, pero tampoco lo llamaría barato. Un teléfono celular o una laptop pueden costar el doble que un modelo similar en Estados Unidos. El costo de usar estos aparatos, sin embargo, es aproximadamente un tercio más barato que lo que pagábamos en EE.UU. La electricidad nos cuesta unos US$200 al mes, incluso si no usamos el aire acondicionado. La comida para mascotas cuesta casi el doble de a lo que estábamos acostumbrados, pero las visitas al veterinario cuestan cerca de la mitad. Servicios como cortes de pelo y reparaciones de relojes tienen precios muy razonables.
Y ese seguro médico que estábamos buscando nos cuesta unos US$62 al mes por persona. También nos registramos para un servicio que nos provee transporte de emergencia en ambulancia y doctores que realizan visitas a casa por US$20 extra al mes. Los copagos van desde US$3 a US$9, dependiendo de si uno ve un médico general o un especialista.
Los precios de la vivienda varían, pero se puede comprar un apartamento de dos habitaciones en vecindarios favoritos de expatriados como Ciudad Vieja, Pocitos y Carrasco por entre US$160.000 y US$275.000. Ciudad Vieja tiende a ser el más barato, puesto que aún está pasando por la gentrificación.
Tiempo de adaptación
Uruguay les da la bienvenida a los extranjeros que desean vivir aquí. No obstante, tenga a mano todos los documentos necesarios, como partidas de nacimiento, licencias matrimoniales y sentencias de divorcio.
Aún estamos adaptándonos al ritmo de vida más lento de Uruguay. Las cosas se hacen, pero podrían tardar un tiempo. Además, los uruguayos siempre le darán los costos o plazos estimados para el mejor de los casos. Si bien el optimismo es algo maravilloso, ha habido ocasiones en los que hubiéramos deseado haber sabido acerca de las posibles contingencias.
Sin embargo, tal vez uno de los ajustes más difíciles haya sido nuestra incapacidad de hablar español, especialmente los modismos particulares de Uruguay. Estamos tratando de aprender, pero nuestros cerebros, de 65 y 75 años, nos están ralentizando. Gracias al cielo por Internet. El chat en línea con servicio de traducción abre otra ventana que hace posible trabajar con las empresas de servicios públicos y el personal de soporte técnico.
Pese a estos desafíos, tenemos poco de qué arrepentirnos. En Uruguay, generaciones de una familia disfrutan pasando el tiempo juntos no haciendo mucho más que charlar. Vivir en un país que pone a sus escritores y poetas en sus billetes, en lugar de generales, nos pone contentos de haber decidido pasar este capítulo de nuestras vidas aquí.