La economía de los argentinos anda muy mal porque la economía argentina anda muy mal. Salvo el caso de los especuladores, esto es así por el imperio de la lógica y la razón.
Es imposible sacar beneficios de la decadencia salvo, claro está, que uno sea parte y gestor de los acontecimientos que llevan a ella. Así, un ministro de Economía de cualquier país que mantuviese subvaluado el valor de la divisa de referencia (en el caso argentino, el dólar), podría beneficiarse en millones si horas antes de ajustar el valor hacia la realidad compra divisas al precio artificial que hasta el momento le había fijado.
Mientras Cristina habla, los argentinos compran dólares en el mercado paralelo sabiendo que, aún caro, a la larga será negocio. Y los que ya los tenían los sacan del país
El normal de la gente padece las decadencias y tan sólo se reacomoda en las plenitudes, tanto es el retraso que las crisis suelen dejar en cada uno de nosotros.
Este Gobierno, como todos los que le antecedieron, miente descaradamente los hechos de la realidad. Le cuesta reconocer que ha hecho mal los deberes y que cualquier atisbo de solidez económica se está escurriendo en forma acelerada ante la impericia de los funcionarios para plantear al menos una idea.
Detengámonos un momento en la impericia: el Gobierno de Cristina Fernández será seguramente recordado como el más incapaz de este tiempo democrático. Con ínfulas pretendidamente intelectuales –aunque realmente dueña de conocimientos epiteliales propios de los viejos resúmenes Lerú-, la jefa de Estado combate dialécticamente con molinos de viento mientras una decena de Sanchos la rodea esforzándose por evitar que se entere de cómo son las cosas.
La “jefa” debe estar tranquila; a la “jefa” no se la molesta con esas cosas; la “jefa” está cansada; que la “jefa” no joda.
Con un déficit fiscal maquillado tras el desvío de fondos de la ANSeS y el BCRA y que en el año que se extinguió llegó a más de cincuenta mil millones de pesos -lo que permitió esconder una suma que supera los ciento diez mil millones en rojo-, un superávit comercial escuálido y también maquillado por ingresos que realmente no se han producido y difícilmente se produzcan en la medida en que sigan las restricciones a la liquidación de divisas, un precio dólar escandalosamente subvaluado frente al peso y que además cede terreno en la comercialización de los principales commodities –debido a las retenciones que llegan al 35% en el caso de la soja-; con un BCRA que hoy tiene el 75% de sus reservas suplantadas por bonos del mismo Estado que cada vez se parecen más al “Pagadiós”, y una inflación que día a día sube su piso para el año que corre hasta ubicarse hoy por encima del 30%, el panorama es realmente dramático.
Porque la falta de ideas con “colchón” es grave, pero la falta de ideas sin respaldo alguno es una enfermedad absolutamente terminal. Cae la actividad económica en todos sus ítems (inmobiliario, construcción, venta de automóviles, consumos básicos, turismo –este verano un 25% menos que en 2012 en todas las opciones-, y la única respuesta que se le ocurre al Gobierno es intentar convencernos de los importantes (¿?) negocios en marcha con la República Socialista de Vietnam, que para colmo son anunciados por una mandataria… metida en un pozo.
Y todo comienza a referirse a un relato que en sus inicios pareció intencionado, luego con el avance de las dificultades, soberbio, y ahora aparece decididamente demencial, irresponsable y suicida.
Mientras Cristina habla, los argentinos compran dólares en el mercado paralelo sabiendo que, aún caro, a la larga será negocio. Y los que ya los tenían los sacan del país utilizando los aceitados canales de la fuga de capitales que por estas horas son también ofrecidos por uno de los hombres más cercanos a la mandataria y que seguramente también está olfateando el fin de época.
¿Puede resolverse el problema? Por supuesto que sí. Devaluar, en este momento de expectativas inflacionarias, sería suicida; pero acomodar el precio dólar de las operaciones de exportación de soja o trigo utilizando el viejo método keynesiano de los reintegros y/o reembolsos para recuperar competitividad –al mismo tiempo en que deberían bajarse las retenciones en por lo menos 10 puntos- no supone ningún delirio ni dispararía especulación alguna.
Claro que para hacerlo, el Gobierno debería estar decidido a ajustar fuertemente el gasto público abandonando al menos por un tiempo el absurdo dispendio en cosas como el fútbol, la televisión satelital, el financiamiento desaprensivo de planes de viviendas puestos en manos de punteros y organizaciones afines que por cada casa construida se roban el equivalente a cinco de ellas y muchas otras irregularidades en forma de dispendio, prebenda o corrupción.
Y no parece estar dispuesto a hacerlo; no parece ni tan siquiera sospechar lo que realmente está pasando en sus cercanías. Por el contrario, los “correveidile” que componen esta patética estructura del Estado y que lo han convertido en una especie de capilla de adoración a una virgen estrafalaria y autosuficiente, sólo se preocupan en ver cómo lograr una reforma , una interpretación o tan sólo un manotazo que le abra el camino a la soñada reelección que entronizará a “Cristina eterna”.
Patético futuro el de una república a la que además han abandonado los representantes de la llamada oposición, a la que no se le cae una idea ni por acción de la casualidad. Y que otra vez está esperando que al desastre al que la lleva el peronismo, venga algún peronista para arreglarlo.
Gracias por el fuego
Nervios, ansiedades, versiones de devaluación y precio elevadísimo del dólar paralelo. Todos los ingredientes necesarios para una “argentinada” clásica: la corrida cambiaria.
En ese contexto aparece Guillermo Moreno afirmando que el dólar se irá en los próximos meses a un piso de seis pesos por unidad, y le sigue De Mendiguren, experto en cabalgar corridas en beneficio propio, y habla de un precio por unidad de entre siete y ocho pesos, y corona Roberto Lavagna -tan buen economista como lobista de fuertes intereses económicos- para ubicarlo por arriba de los ocho pesos. Una locura, un caso clásico de los que se llama popularmente “apagar el incendio con alcohol”. ¿Quién va a fijar ahora un precio sin tener en cuenta la mayor de estas predicciones, para asegurarse por cualquier eventualidad? ¿Quién va a invertir en el país sin exigir un rango de retorno de esos valores? ¿Quién va a discutir un acuerdo salarial en pesos si no se le garantiza una equivalencia de ocho pesos por dólar al valor actual de su salario convertido?
Nos tranquiliza saber que la Argentina no va a estallar. Es imposible, porque ya estalló. Ya estamos de vuelta en la locura de las predicciones, del “por si acaso”, del “sálvese quien pueda” y de la especulación. Ya estamos, en resumen, en el lugar del que nunca nos fuimos seriamente. Y la reina, que ya está desnuda, sigue buscando el ángulo que le permita tapar el sol con las manos.
Estábamos en Argentina
Aunque nos moleste, aunque no lo queramos entender, los marplatenses somos parte de la Argentina. Sólo a un grupo de idiotas irredentos se le pudo ocurrir aquellos de que “esta temporada se baten todos los récords” en un país traspasado de problemas, carencias y trabas.
Y pasó lo que tenía que pasar: sapo total. Un verdadero desastre en cualquier rubro que usted quiera plantear o imaginarse. No sé, a veces creo que tal vez haya llegado el momento de hablar en serio, achicar el delirio y, sobre todo, ponernos en manos de gente capaz que sepa diagnosticar, decidir y actuar. O al menos escaparles a los cocoliches, que no es poco.