El alcalde anuncia una oferta de trabajo, con un salario de entre 120.000 y 170.000 dólares, para acabar con la plaga de roedores en las calles y el metro.
Una simple camiseta blanca, al módico precio de 48 dólares, es el emblema de una campaña del alcalde de Nueva York para acabar con la plaga de las ratas en la ciudad. El dibujo impreso en la prenda muestra a un sudoroso ratón atrapado en una señal de prohibido, de la que intenta escapar, y la leyenda: “Las ratas no gobiernan esta ciudad. Nosotros sí. [Firmado] El Departamento de Saneamiento”, el encargado de la recogida de basuras o de limpiar las calles de nieve. Al margen de la camiseta, la campaña consiste en una oferta de trabajo, la de zar antirratas. Un trabajo “de ensueño”, como lo califica la alcaldía, y a fe que la retribución lo es: un salario anual entre 120.000 y 170.000 dólares, que muchos quisieran en la ciudad que acaba de revalidar su puesto como la más cara del mundo.
El candidato debe reunir características de killer de película de Hollywood: una ambición asesina, dedicación absoluta, 24 horas al día los siete de la semana, que para eso Nueva York es la ciudad que nunca duerme; un ansia de sangre que justifique el “sacrificio” de millones de ratas en la Gran Manzana, con más de ocho millones y medio de habitantes… y según una leyenda urbana muy extendida, el mismo número de roedores. Otras fuentes multiplican y hasta triplican la presencia del mamífero. Ya en 1842 el novelista inglés Charles Dickens se quejó de que estaban por todas partes.
El cargo recibe oficialmente el nombre de “director del programa de reducción de roedores” pero todos lo llaman ya zar antirratas. Otro requisito, además de trabajar sin descanso, es hacerlo “con tesón y espectacularidad”. Se trata de un anuncio bombástico, estridente, de esos que tanto gustan al alcalde, defensor de la mano dura contra el crimen y, ahora, con los roedores, “el enemigo real” de la ciudad según la Oficina del Alcalde. Pero el anuncio para contratar a un zar antirratas es tan serio y tan real como el conocido la víspera, mucho más inquietante: el internamiento contra su voluntad de indigentes con problemas mentales, a criterio de los policías que patrullan las calles y el metro, un anuncio que con el paso de las horas se está volviendo como un bumerán contra el regidor. Organizaciones civiles y de derechos humanos han clamado contra la iniciativa de Adams, por considerarla atentatoria de la dignidad humana y escasamente eficaz.
Adams, un demócrata moderado -el calificativo moderado, o centrista, aplicado a un demócrata raya en ocasiones en lo republicano-, pretende luchar con firmeza contra todos los males que aquejan a la ciudad, de la violencia armada a la presencia de indigentes en el metro y la plaga de alimañas. El expolicía ha admitido su fobia a las ratas. “No hay NADA que odie más que a las ratas”, ha confesado este jueves en la red social Twitter, para empujar a sus conciudadanos que sientan “aversión virulenta por las alimañas” a considerar la oferta. “El trabajo de tus sueños te espera”, remata Adams. El anuncio oficial subraya que el puesto implica un “liderazgo de alto impacto y alta visibilidad”.
El “candidato ideal” a Matarratas en Jefe “debe estar ultramotivado” -por si la motivación del salario fuera insuficiente, cabe suponer-, sanguinario, proactivo y creativo, con capacidad para examinar todo tipo de soluciones, entre ellas la mejora de la eficiencia operativa, la recogida y valoración de datos, la innovación tecnológica, la gestión de residuos urbanos -a cuya diseminación por las aceras se atribuye en parte la proliferación de los bichos- y, lo más importante, el “sacrificio a gran escala”, un punto que ya ha puesto en pie de guerra a grupos animalistas en las redes sociales.
Para hacerse con el puesto, no basta únicamente con ser osado ni voluntarioso, tampoco un flautista de Hamelin moderno, pues se requiere una licenciatura en algún campo relacionado con el urbanismo, además de experiencia en la gestión, no se sabe si asesina, de proyectos.
Nueva York ha gastado millones de dólares en intentos de acabar con la población de ratas, que se multiplica exponencialmente en cada solar excavado para una nueva obra; bajo las tarimas de las terrazas y los chiringuitos que levantaron bares y restaurantes durante la pandemia para servir al aire libre y, a partir de las cuatro de la tarde, en las aceras, a las que se sacan gigantescas bolsas de basura que durante horas sirven de pasto a los bichos. Un reciente bando de la alcaldía, solicitando a los porteros que no saquen la basura hasta las ocho de la tarde para evitar la prolongada exposición de residuos, no ha obrado la eficacia prevista. Como tampoco el hielo seco o los baños de alcohol, técnicas usadas anteriormente, o la supuesta ratonera con migas de galletas Oreo que, según el propio Adams en 2019, cuando presidía el condado de Brooklyn, sería el remedio ideal para capturarlas. Por qué a las ratas neoyorquinas les gustan las galletas Oreo, y no por ejemplo las de jengibre o las de canela, se ignora.
Pese a la evidente presencia de los roedores en Nueva York -no hay más que recorrer una calle al anochecer para cruzarse, cuando no tropezar literal, físicamente, con alguno de ellos-, la Gran Manzana no es el peor sitio a juzgar por las estadísticas. Boston y Filadelfia tenían en 2021 un porcentaje más elevado, según American Housing Survey, un estudio basado en el número de avistamientos. A la cabeza de todas las ciudades del país, Boston registraba un 21,6%, seguida de Filadelfia, con el 19,5%, y Nueva York, con solo el 15,3%. La ciudad más limpia era Phoenix, con el 3,5%. Además del asco visceral que provocan en la mayoría de los humanos, la investigación recordaba que las ratas también pueden contaminar la comida, cargarse el tendido eléctrico al mordisquear los cables u orinar sobre ellos y transmitir enfermedades.