Situada en la ribera del río Sena, la Cité du Cinema fue construida para ser el alma y corazón del arte cinematográfico en Francia.
Pero en julio, sin embargo, sus cavernosos estudios se transformarán para ser parte de la villa de los atletas de los Juegos Olímpicos de París.
Allí, deportistas de todos los países y culturas se encontrarán en el comedor sentados unos frente a otros compartiendo comidas e historias. Se trata de un crisol multicultural, en el que cada cuatro años se reúnen personas de todos los credos y colores.
Sin embargo, los atletas de la delegación anfitriona no podrán tener la libertad de vestir como sus invitados.
Para ellos no aplicará la norma que el Comité Olímpico Internacional (COI) recordó en septiembre pasado que en París los atletas podrán representarse a sí mismos y a su fe, además de a su país.
“Para la Villa Olímpica se aplican las normas del COI”, declaró a Reuters una portavoz del COI.
“No hay restricciones para llevar el hiyab o cualquier otro atuendo religioso o cultural”.
Un libertad que no incluye a los atletas del equipo francés.
“La prohibición del hiyab [un tipo de pañuelo que cubre la cabeza y el cuello, pero deja la cara despejada] es consecuencia de dos discriminaciones: es islamofobia, pero también discriminación de género”, afirma Veronica Noseda, futbolista de Les Degommeuses, un club de fútbol parisino creado para luchar contra la discriminación.
Assile Toufaily, que se trasladó a Lyon en 2021 tras haber jugado al fútbol a nivel internacional con su Líbano natal, está de acuerdo.
“En realidad no se trata de la sociedad francesa, sino del Gobierno”, aclara.
Pero también agrega que “hay un odio hacia los musulmanes durante estos últimos años en Francia y se muestra en el deporte”.
Fundamentos de una revolución
El regreso de los Juegos Olímpicos a París entre julio y agosto será la demostración deportiva más clara de un concepto francés que es tan distintivo como divisivo.
El lema “Liberté, égalité, fraternité”, que apareció por primera vez durante la Revolución Francesa, puede que sea la expresión más famosa de aquello a lo que aspira Francia. Aparece al frente de la Constitución, en monedas, sellos y edificios públicos.
Menos famoso, y más difícil de traducir, es otro principio clave de la república gala: laïcité.
Traducido al español como laicismo, la laïcité no estipula que los franceses deban abandonar cualquier costumbre o símbolo religioso, sino que el Estado y las instituciones públicas deben estar expresamente libres de ellos.
Se trata de una idea muy controvertida en Francia, especialmente tras los atentados terroristas de la última década y el resurgimiento paralelo de la extrema derecha.
Eso ha hecho que el presidente francés, Emmanuel Macron, haya tenido que explicar y definir el término una y otra vez.
“El problema no es la laicidad”, dijo en un discurso en octubre de 2020.
“Laïcité “, en la República Francesa, significa la libertad de creer o no creer, la posibilidad de practicar la propia religión siempre que se garantice la ley y el orden.
“La laicidad significa la neutralidad del Estado. En ningún caso significa la eliminación de la religión de la sociedad y de la escena pública. Una Francia unida se cimenta en la laicidad”.
Una ley de 2004 intentó aportar algo de claridad al concepto, prohibiendo los símbolos religiosos “ostentosos” en las escuelas públicas, sin citar ejemplos concretos.
“Neutralidad absoluta”
Aunque se ha interpretado que los turbantes sijs, las kippas judías y los crucifijos cristianos de gran tamaño son contrarios a la laicidad, la mayor parte del debate se ha centrado en el velo utilizado entre la mayor población musulmana de Europa Occidental.
En septiembre, la ministra francesa de Deportes, Amelie Oudea-Castera, ex tenista profesional, confirmó que el equipo olímpico francés, como institución que representa y está financiada por el público francés, se tiene que regir por el concepto de la laicidad.
“Significa neutralidad absoluta en los servicios públicos”, declaró, reafirmando que “el equipo de Francia no llevará el velo”.
Esa postura marcará una diferencia evidente entre los atletas de otras naciones, que serán libres de llevar los símbolos religiosos que deseen en la villa de los atletas de París 2024, y los miembros de la delegación francesa, que si han de atenerse a las normas de su nación, no podrán hacerlo.
Esa decisión ha sido criticada por algunos organismos internacionales.
“Nadie debe imponer a una mujer lo que tiene que llevar o no llevar”, declaró una portavoz de la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
“Las prohibiciones de llevar velos religiosos en espacios públicos violan los derechos de las mujeres musulmanas”, añadió la organización benéfica de derechos humanos Amnistía Internacional.
En Francia, sin embargo, la prohibición cuenta con un apoyo considerable.
“Es un tema complicado y muy, muy delicado”, señaló Sebastien Maillard, miembro asociado del grupo de reflexión Chatham House, que ha informado sobre la política y la sociedad francesas durante gran parte de su carrera.
“Cuando me trasladé de París a Londres, ésa fue una de las principales diferencias. En Reino Unido la religión se exhibe con bastante comodidad, mientras que en París se ve a menudo como algo más provocativo”.
Maillard se refiere a otra polémica, de menor envergadura, relacionada con la exclusión de símbolos religiosos de París 2024.
En marzo se presentó el póster oficial de los Juegos, una imagen estilizada de los monumentos de París unidos para formar un estadio.
El artista omitió el crucifijo dorado que se alza en lo alto del Hotel des Invalides, suscitando un debate sobre el rigor con el que los Juegos -que costarán varios miles de millones de euros a los contribuyentes franceses- se atienen a los principios de la laicidad.
“Hoy en día, el debate se centra sobre todo en la comunidad musulmana, que quiere integrarse plenamente en la sociedad francesa pero también seguir la religión a su manera”, explica Maillard. “Tenemos este debate una y otra vez sobre cómo encaja eso”.
“La república francesa se fundó en parte sobre el rechazo al catolicismo y se siente amenazada cuando la religión incide en ella. Existe un fuerte temor, sobre todo entre las generaciones mayores, a que la religión ejerza influencia sobre la sociedad y el Estado”, comentó Maillard.
El dilema
El debate se desarrolla en los ámbitos donde esas diferencias demográficas son más pronunciadas como lo es en la educación, pero también en el deporte.
El año pasado, durante el Ramadán -mes de ayuno que los musulmanes observan entre la salida y la puesta del sol-, la Federación Francesa de Fútbol (FFF) envió un edicto a los árbitros para que no interrumpieran los partidos para que los jugadores pudieran romper el ayuno, alegando que esas interrupciones “no respetaban las disposiciones de los estatutos de la FFF”.
Este año, al coincidir el Ramadán con una pausa internacional, la FFF confirmó que no modificaría el horario de las comidas y los entrenamientos para acomodar a los jugadores musulmanes, impidiéndoles de hecho ayunar mientras estén concentrados con las selecciones francesas de categorías inferiores y absoluta.
Uno de ellos, el centrocampista del Lyon Mahamadou Diawara, abandonó la concentración de la selección francesa sub-19, una decisión que pareció impulsada por las restricciones
Otra promesa de otro deporte, la jugadora de baloncesto Diaba Konate, que ha representado a Francia en la categoría sub-23, se marchó a Estados Unidos alegando que la prohibición de llevar el hiyab “le rompió el corazón”.
Incluso en los partidos locales de bajo nivel, se suele prohibir a las jugadoras musulmanas llevar el velo en la cabeza, basándose en que las ligas están organizadas y dirigidas por organismos públicos. Incluso los cascos protectores, que han intentado algunas jugadores, han sido considerados incompatibles con el reglamento por algunos árbitros.
La aplicación de la laicidad al deporte de base significa que las atletas que llevan hiyab normalmente han tenido que transigir o abandonar antes de alcanzar el máximo nivel deportivo.
Pero este año se tendrán que plantear este dilema en los términos más drásticos: elegir entre llevar el uniforme del equipo nacional en París 2024 o expresar su fe personal.
Diferente actitud
Una encrucijada que ha ido desapareciendo en otros ámbitos del deporte.
La defensa marroquí Nouhaila Benzina hizo historia el verano pasado en la Copa Mundial de Fútbol Femenino.
Tras el cambio de las normas de la FIFA en 2014 para permitir el uso del velo por motivos religiosos, se convirtió en la primera persona en llevar un hiyab en una cita mundialista cuando saltó al campo contra Corea del Sur.
En Río 2016, la esgrimista Ibtihaj Muhammad fue motivo de titulares al convertirse en la primera estadounidense en competir en unos Juegos Olímpicos con un velo en la cabeza.
Ella fue, posteriormente, una de las atletas elegidas para lanzar un hiyab hecho específicamente para el deporte por una marca deportiva estadounidense mundial.
Otra atleta que ganó una medalla en esos Juegos llevando la cabeza cubierta -la taekwondista iraní Kimia Alizadeh- ha emigrado desde entonces a Alemania, desde donde criticó la política del gobierno iraní de imponer el uso del hiyab como obligatorio.
Alizadeh compitió en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021, pero lo hizo bajo la bandera del equipo de refugiados y sin cubrirse la cabeza por motivos religiosos.
La perspectiva de Iqra Ismail es diferente desde el otro lado del Canal de la Mancha, en Reino Unido, donde la laicidad es un concepto extraño.
“Llevar el hiyab forma parte de mi identidad. A la hora de jugar, no es algo que deje fuera de del campo”, afirma Ismail, quien es directiva del Hilltop FC, Coordinadora del Proyecto de Fútbol Femenino para Refugiadas del QPR Community Trust y se considera una musulmana que ama el deporte desde niña.
“El fútbol es un derecho humano: todo el mundo debería tener derecho a participar en él”, aseguró Ismail.
Yasmin Abukar, fundadora del Sisterhood FC, un club de fútbol femenino musulmán de Londres, comentó que no sabe cómo se sentiría si el gobierno le dijera que no puede practicar libremente su religión. .
En especial teniendo en cuenta su amor por el fútbol y ser una joven musulmán.
“Estoy muy agradecida de que mis padres no emigraran a Francia”, dijo aliviada.