Los llaman los “cronies”. Forman una sociedad con varios miles de miembros que practican la restricción calórica como terapia antiedad.
La conversación con Meredith Averill comienza pasada la una y media de la tarde, y ella todavía no ha almorzado. No debería ser algo muy grave. Pero solo come dos veces al día, y esa será su última comida de hoy.
“Para cenar, damos un paseo”, bromea Meredith, que junto con su marido, Paul McGlothin, practica y fomenta las dietas muy bajas en calorías, llamadas CRON (“bajas en caloría con nutrición óptima”, en sus siglas en inglés), que normalmente se asocian a una ingesta calórica entre un 25% y un 30% menor de lo habitual. Estas dietas tienen menos calorías pero están pensadas para proporcionar los nutrientes necesarios para el organismo.
Meredith y Paul no tienen un trastorno nutritivo ni un ánimo masoquista de castigar a su cuerpo con hambre. Como muchos otros “ronies” –así se conoce a los seguidores de esta dieta magra-, comen muy poco para vivir más años y con mejor salud.
Desde 1930
Los beneficios de la reducción de calorías se han estudiado desde la década de 1930, cuando el científico de la Universidad de Cornell Clive McCay descubrió por casualidad que los ratones que comían menos vivían un 30% más. A partir de entonces, se han hecho estudios en todo tipo de animales –desde moscas a gusanos, pasando por monos– con resultados prometedores.
Recientemente, las dietas bajas en calorías volvieron a atraer la curiosidad de todo el mundo con la publicación de un estudio con macacos de la Universidad de Wisconsin. Los científicos investigaron a un grupo de 76 animales durante 25 años y concluyeron que restringir en un 30% la ingesta de calorías aleja la mortalidad y las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares.
“No es algo sorprendente. Son los resultados que esperábamos, aunque sabíamos que íbamos a tardar muchos años en verlos”, asegura Brian Delaney, presidente de la CR Society International, una organización que promueve las dietas muy bajas en calorías y apoya investigaciones científicas al respecto. Decir que es una prueba “definitiva” sobre los beneficios de estas dietas es algo demasiado rotundo para Delaney, pero sí reconoce que es “una confirmación robusta de lo que siempre hemos creído”.
En la actualidad, se están llevando a cabo investigaciones con humanos, de las que todavía no hay resultados definitivos. La CR Society International apoya este tipo de estudios, que sobre todo servirán “para entender cómo la restricción de calorías funciona a nivel genético y epigenético. Esto permitirá que cada persona pueda ajustar su dieta”, explica Delaney.
En busca de un atajo
Incluso, augura Delaney, los estudios permitirán fabricar “pastillas CR [de restricción de calorías]”. Será una píldora “que producirá los mismos efectos que la dieta, pero sin tener que ayunar tanto. Muchos de nosotros pensamos que es una locura, porque, obviamente, uno puede hacer la dieta y ya está, sin necesidad de buscar un atajo. Pero para la gente a la que no le gustan las dietas, algo que imite los efectos de la restricción de calorías será un avance”, considera, y cita en concreto estudios con resveratrol, una sustancia que se encuentra, por ejemplo, en el vino tinto, “aunque los resultados han sido mixtos”.
Por el momento, no queda otra opción que entregarse al ascetismo nutritivo si se quiere disfrutar de los beneficios de la restricción de calorías. Para Meredith Averill y Paul McGlothin, que han escrito el libro “The CR Way” (algo así como “La forma de vida CR”, en inglés) no parece un esfuerzo, sino un placer.
“Nos encanta comer. Y lo que comemos es delicioso. La vida es muy corta para comer algo que no está rico”, defiende Meredith. La descripción de su dieta está llena de carbohidratos complejos, ácidos grasos poliinsaturados o proteínas de fácil absorción. Describe el almuerzo que va a disfrutar cuando acabe la charla con la emoción de un camarero en un restaurante de tres estrellas Michelin. Salpica la descripción con adjetivos como “delicioso” o “fresco”. “Y eso que no somos muy buenos cocinando. Tenemos amigos que hacen dieta baja en calorías con mejores recetas”, concede Meredith.
Ser estricto con un régimen alimenario así puede ser un obstáculo en la vida social y familiar de quienes lo practiquen, desde una comida de empresa a una Nochebuena. Para Meredith y Paul, que viven en Westchester, un suburbio de Nueva York, no es un problema porque cuenta con la comprensión y el interés de su familia y amigos (muchos de estos últimos también siguen la dieta) y porque no obedecen “leyes”: “si celebramos Acción de Gracias en casa de algún amigo, comemos un poco de pavo con salsa de arándanos y ya está”. Pero también reconoce que su familia no va a visitarla a su casa.
Vejez sin colesterol
Comer muy poco y muy sano te puede convertir en un raro en un país donde dos tercios de la población sufre obesidad o sobrepeso. Pero las ventajas, para los “cronies”, son imbatibles. Tanto Meredith como Brian Delaney dicen haber mejorado en aspectos como la presión arterial, el colesterol o los niveles de glucosa. A sus 67 años, Meredith no toma ningún medicamento y asegura sentirse “llena de energía”.
Habrá que esperar a los resultados de las investigaciones de estas dietas en humanos para certificar que alargan la vida. Por el momento, eso no importa demasiado a estos “cronies”. “Mi objetivo es sentirme sano y jovial ahora mismo”, dice Delaney. “Lo importante es disfrutar del máximo de salud el mayor tiempo posible”, concluye Meredith Averill. Y si viven una o dos décadas más, seguro que ese es un dulce que no les amarga.