El dato es el peor desde 1976 y lanza un aviso al resto de países sobre el impacto de la pandemia.
China mandó este viernes un claro aviso a navegantes de lo que se avecina en el mundo. La segunda mayor economía del planeta, la misma capaz de capear el repudio internacional por la matanza de Tiananmen, las crisis financiera global de 2008 o la guerra comercial contra Estados Unidos, ha sucumbido ante el coronavirus. En total, su producto interior bruto se contrajo un 6,8% en el primer trimestre del año, su peor resultado desde que en 1976 falleciera Mao y la Revolución Cultural diera sus últimos estertores.
Si se tiene en cuenta que Pekín decretó el cierre de toda actividad económica no esencial a finales de enero y que la mayoría de empresas no recuperó cierta normalidad hasta marzo, el batacazo era más que previsible, aunque no por eso deja de ser doloroso. El resultado final es peor que el previsto por algunos analistas (Bloomberg hablaba del -6%) pero no tan drástico como esperaban otros (The Wall Street Journal contemplaba un -8,3%).
Los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas mostraron que en marzo, con la epidemia ya de retirada, la economía permaneció bajo una fuerte presión. Ese mes, la producción industrial cayó un 1,1% frente al 13,5% registrado en enero y febrero, mientras que la industria manufacturera lo hizo un 10,2%. Las ventas minoristas, un dato clave sobre el consumo, descendieron un 15,8% interanual (en los dos anteriores cayeron un 20,5%) y la inversión en activos fijos (vivienda, maquinaria, infraestructura…) se desplomó un 16,1% en los tres primeros meses de 2020.
Ahora que China ha conseguido controlar la pandemia y reactivar su economía, el problema se le plantea fuera de sus fronteras. Ahí, la caída de la demanda global a causa del virus en Europa o Estados Unidos –entre otros lugares– tendrá un fuerte impacto en el importante comercio exterior chino, que ya cayó un 6,4% en los tres primeros meses del año. Ante esta situación, el consumo interior está llamado a tirar del carro, aunque tras la crisis y las duras medidas de confinamiento los chinos se están mostrando cautos a la hora de sacar a pasear sus carteras.
Cada año, el Partido Comunista chino anuncia durante la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional que tiene lugar en marzo su objetivo anual de crecimiento. Sin embargo, la reunión fue cancelada este año debido al coronavirus y, por ahora, las autoridades se han abstenido de aventurar sus pronósticos. Mientras tanto, la mayoría de analistas esperan que el país se vaya recuperando en la segunda mitad del año. Hace dos días, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó que China puede evitar la recesión y crecerá en el conjunto de 2020 un 1,2% (en enero, antes de que el virus pusiera al mundo patas arriba, esa cifra era del 6%).
Hasta la fecha, China ha presentado una serie de medidas de apoyo financiero para amortiguar el impacto de la desaceleración, pero no a la misma escala que otras economías importantes como la estadounidense o la japonesa. “No esperamos grandes estímulos, dado que eso sigue siendo impopular en Pekín. En cambio, creemos que los políticos aceptarán un bajo crecimiento este año, dadas las perspectivas de un mejor 2021”, aventuró en una nota Louis Kuijs, analista de Oxford Economics.
Pero lo que sí que preocupa al Partido Comunista, y mucho, es el empleo, un factor clave para evitar el descontento y mantener su sacrosanta estabilidad social. En los dos primeros meses de 2020, el país vio destruidos unos 5 millones de puestos de trabajo y el paro urbano creció un punto hasta subir al 6,2% (aunque en marzo le robó tres décimas y se situó en el 5,9%).
“La contracción del PIB entre enero y marzo se traducirá en pérdidas permanentes de ingresos, que se reflejarán en quiebras de pequeñas empresas y pérdidas de empleos”, analizó Yue Su, de la Economist Intelligence Unit. Un problema que llevó al premier chino, Li Keqiang, a decir el mes pasado que no importa si el crecimiento es un poco más alto o bajo “mientras el mercado laboral permanezca estable”.