Lo ocurrido en Mar del Plata durante la última semana se convirtió en el más rico tratado acerca de todo lo que no debe hacerse en la actividad política. Aunque, probablemente, nadie sepa sacar conclusiones.
La situación de Vilma Baragiola no es fácil por estas horas. Le tocó a ella ser la cara visible de una forma de hacer política que parece no terminar de agotarse en la Argentina, aunque la gente de la calle esté hoy peligrosamente harta de aguantarla.
La solicitud de apoyo para campañas políticas -algo imprescindible desde que la actividad se vació de ideas, proyectos y pasiones- es tan habitual como moralmente discutible. Y la sociedad lo entiende así. Aunque sea esa misma sociedad la que en épocas electorales termina votando a quien más recursos tiene para bombardear las pantallas de los televisores e inundar las calles con costosísimas campañas, que no se caracterizan por ser un cotejo de modelos políticos, económicos e institucionales.
Ni uno solo de los “indignados” concejales que hoy piden la cabeza de la líder del radicalismo está en condiciones morales de levantar el dedo acusador. El que no hizo campaña con plata del Estado que ocasionalmente encarnaba, tiene su banca porque algún padrino empresario o sindical puso “lo que había que poner” para que ocupara un lugar.
Hasta los que aparecen como más humildes, rectos y defensores de la moral han llenado de amigos y parientes las oficinas del HCD o, en su momento, recibieron dinero de los partidos o caudillos que quisieron llevarlos a su redil para aprovechar el caudal individual de votos que podían aportar.
Pero claro, a ellos no los filmaron. No fueron destinatarios de una jugada tan inmunda como la búsqueda de financiamiento, y que es sorprender en su ingenuidad a una persona grabando en video una conversación que se supone privada a sabiendas de que luego de editada será hecha pública.
Triste realidad la de nuestra política. Para saber cuántas cosas irregulares ocurren en sus pliegues, debemos contar con una operación encubierta y con tufillo de chantaje. Las instituciones, los partidos y la militancia sincera no serían jamás capaces de llegar hasta donde llegó la inmundicia de Eva Moyano.
Como aves carroñeras, todos se han tirado ahora sobre lo que suponen son los despojos de Vilma Baragiola. Descuentan que esta soberana patinada la sacará definitivamente de carrera. Algo que, aunque parezca mentira, alegrará sobremanera a muchos de su propio partido que ya hace meses vienen trajinando redacciones, hablando con periodistas y tratando de convencerlos de que la ganadora de octubre no es la candidata que el partido merece.
Suelen decir, todos a una, “a Vilma la gente la vota para el Concejo pero no la ve para Intendente”. Y lo hacen con tanta vehemencia que si un analista se pusiese a hilar muy finito, podría llegar a sospechar que algún pícaro radicheta, cultor de viejos y jugosos negocios con gente del poder, pudo estar detrás de esta maniobra.
La involucrada tendrá que analizar con mucho cuidado su futuro, ya que este tipo de cosas representan costos difíciles de saldar frente a una sociedad que está furiosa con los políticos y la política y que, por tanto, siempre prefiere pensar mal que hacerlo abriendo crédito al que se ponga en condiciones de duda pública.
Pero aquellos que ahora quieren aprovechar para sacarla de carrera, no se “hagan los rulos”: la gente no es tonta y un diablo no habilita muchos santos.
Seguramente estamos frente al comienzo de un tiempo plagado de agravios y bajezas. No dudamos en pronosticar la campaña política más sucia que se recuerde desde el retorno de la democracia al país, ya que todo está dado para ello.
Un gobierno en ominosa retirada, cruzado por denuncias de corrupción, pletórico de fundamentalistas amigos de aquello de “tras de mí, la nada”, pone a nivel nacional el marco necesario para que todo sea crispado y encastrado de los peores humores.
Si a esto se le agrega una situación económica de inevitable deterioro, con consecuencias sociales que ya están a la vista, el panorama que tenemos por delante ofrece muy pocas puertas para el optimismo.
En ese contexto, la imprudencia de la Presidente del HCD y su colaborador Antonio Constantino es una golondrina que no hace verano.
¿Chocante? Sí, claro. ¿Repudiable? Bajo todo punto de vista. ¿Triste? ¿Cómo no va a serlo cuando involucra a una persona que ayer nomás recibió el respaldo de cientos de miles de marplatenses.
En todo caso, la sensación de todos es de sorpresa y desilusión. Y será, para la protagonista, un desafío soberano levantar la hipoteca que ella misma firmó, en un mundo político donde todos acumulan deudas impagas.
No dejemos entonces que nos engañen más. Si lo hecho por Vilma Baragiola es un delito, toda la política lugareña es un canto al delito.
Que ellos se peleen, se acusen, se ensucien y se espíen. Que ellos se graben, se dibujen o se terminen juntando. Nosotros, todos, sabemos de qué se trata. Y no tenemos ganas de entrar otra vez en este juego perverso.