En un laboratorio del barrio de Belgrano, se tomaron muestras de ADN a 12 personas con el objetivo de preservar los genes durante 200 años. Todas las muestras tienen instrucciones para ser abiertas el 25 de mayo de 2210. Con ello, en un futuro, podría nuevamente crearse a la misma persona.
Una nueva experiencia está empezando a tomar impulso en el mundo: preservar los genes para dentro de 200 años. En nuestro país, se toma con un diestro pinchazo, una técnica del laboratorio del barrio de Belgrano que dirige la doctora Viviana Bernath, especialista en análisis genéticos, como parte del proyecto de la “Cápsula del Tiempo”. Dicho proyecto fue concebido por el periodista Julián Gallo, quien guardará, en una cápsula para el futuro, testimonios de decenas de miles de personas, semillas de árboles de Buenos Aires, y el ADN de 12 personas desconocidas entre sí y elegidas al azar, en gran parte.
Esa cápsula será guardará durante doscientos años y tendrá instrucciones para que se abra el mediodía del 25 de mayo de 2210.
La periodista del Diario La Nación, Nora Bar, fue una de las elegidas y relató que en un primer momento ante la pregunta de por qué tendría que ser ella, se encontró sorprendida. “Intenté detectar si ceder mis genes podía representar algún tipo de “peligro” inadvertido: ¿y si hacían “algo” con mis datos? Pero rápidamente pasé del desconcierto a la exaltación: ¿y si los científicos de dentro de dos siglos -¡dos siglos!- ya hubieran desarrollado las técnicas para “reconstruirme” utilizando las instrucciones de “receta” genética?”
Esa idea no suena descabellada si se tiene en cuenta la escala del tiempo en el que se produjo una progresión del conocimiento. El ácido desoxirribonucleico, que todos conocemos por sus siglas (ADN), almacena en el núcleo de las células las instrucciones para crear y dirigir el funcionamiento del organismo a través de la síntesis de proteínas y el manual para transmitirlas a través de la herencia. Esa información está codificada en secuencias de “nucleótidos” con bases de cuatro tipos (adenina, timina, citosina y guanina) enhebradas como vagones en un tren.
Todo eso fue descubierto hace 60 años, el 7 de marzo de 1953, en el Instituto Cavendish de Cambridge, por James Watson y Francis Crick, después del inestimable trabajo de Rosalind Franklis, la cristalógrafa que tomó la foto crucial para develar la estructura del ADN, pero a la que siempre pasaron por alto a la hora de los honores.
A mediados de 2000 ya se anunciaba el primer borrador del genoma humano, es decir el compendio de todos nuestros genes, que se había logrado con el trabajo de miles de investigadores durante diez años y una inversión público-privada de 3.000 millones de dólares.
Hoy, ya se encuentran disponibles análisis de identidad y paternidad, de riesgo de enfermedades, de diagnóstico de patologías hereditarias y demás. También se pueden manipular los genes que permiten transformar a bacterias como fábricas de fármacos o para conferirles a plantas y animales, propiedades y características que no les habían sido conferidas por la Naturaleza. Además,ya se crean en el laboratorio esófagos, y riñones que funcionan en animales de experimentación.
Sin dudas, el procedimiento que más fantasmas agitó fue la clonación, la creación de una copia genéticamente idéntica de un animal adulto. Manos entrenadas pueden realizar esa “alquimia” introduciendo el núcleo de una célula adulta en un óvulo enucleado (sin núcleo). El embrión resultante se implanta en un útero preparado.
Ante esa posibilidad, la chance de una clonación en 200 años a partir del ADN “desnudo”, liofilizado y dentro de un tubo de plástico, parece factible: “Hoy no es posible. Pero tal vez en ese momento la ciencia tenga la capacidad de leer la secuencia genómica y construir a partir de ella un ADN sintético con su estructura tridimensional”, indicó Bernath. Luego agregó: “si me preguntás si me gustaría, te contesto que no, que todavía pertenezco a una cultura que no lo admite. Pero creo que las barreras van a ser más éticas que técnicas”.
La idea está planteada como una posibilidad inquietante y es una experiencia que provoca atracción y rechazo por igual.
El procedimiento no es como uno se lo imagina, sino que produciría un nuevo nacimiento, todo comenzaría desde bebé. Muy parecida, pero otra persona, en otras circunstancias. Nuevamente libre. Y, ojalá, en un mundo sin hambre y sin guerras.