Casi 800.000 refugiados han pasado por esta ruta desde enero, un pastel demasiado apetecible y rentable para que nadie se aprovechara de él. Se dan situaciones de abuso a cada minuto, con familias saqueadas con total impunidad ante la policía, precios cambiantes y rumores engañosos.
Los policías serbios los miran como si no existieran. Porque en realidad para ellos sólo existen como una mercancía, mera gestión de residuos. Así que observan la escena con indiferencia. A tres metros de ellos, un conductor se muestra inflexible. “Son 70 euros por cada miembro de tu familia que quiera subir a mi autobús”, le dice a un refugiado sirio que, a estas alturas, saca todo el dinero que le queda.
Paga su billete, paga el de sus hijos, pero para el de su mujer ya no le alcanza. Le ruega poder meterla en el autobús también a ella. “No. Ella no subirá”. De repente, el conductor fija su mirada en la muñeca del sirio y se la señala. Lleva un reloj. “Eso pagará el billete de tu mujer”. Así, delante de los periodistas y con total impunidad, el sirio le despoja de una de las pocas pertenencias que aún permanecían con él desde su vida anterior. Y le entrega el reloj de pulsera a un conductor de autobús serbio, que saquea un poco más a una familia que lo ha perdido todo no sólo en la guerra, sino en intentar escapar de ella. Al fondo, una fila de 10 kilómetros de autobuses espera a seguir cargando refugiados para dejarlos en la siguiente frontera. Los llaman la mafia del Syrian Express.
Negociaciones similares a la del reloj se suceden alrededor con cientos de personas desesperadas por seguir su camino: precio del billete, dependiendo de la nacionalidad y del dinero que pueda llevar encima, regateo de número de familiares o, como sucede con un simpático sirio llamado Hussein, tener que llevar a tres niños sentados encima de los padres para ganar más espacio, cinco en el sitio de dos, para sacar más beneficio.
A veces se pactan ofertas por packs de refugiados con pago en especie incluido, como hacen con una familia afgana de 14 miembros que ya tuvo que pagar 30.000 euros por cruzar el Egeo… Es la ley de la oferta y la demanda de la desesperación. Desde que estas familias salieron de Siria, Irak o Afganistán han sido engañadas por traficantes y oportunistas en cada frontera que han atravesado. Casi todas ellas denuncian que han sufrido robos de pasaportes, teléfonos o dinero por parte de la misma policía que deberían protegerles.
El paso del Egeo les obliga a pagar más de 1.500 euros por una travesía que en ferry se hace por 10. Después, en Macedonia, los refugiados deben tomar un tren público cuyo precio habitual son cinco euros, pero que a ellos les cuesta 35. De esta estafa del Gobierno macedonio se pasa, en Serbia, al timo privado.
El Ejecutivo de Belgrado se inhibe en favor de los empresarios del transporte por carretera, lo que ha derivado en prácticas mafiosas sin control consentidas por la policía serbia. En realidad existe una alternativa barata y efectiva: a 200 metros de los autobuses, pueden tomar un tren desde la frontera de Macedonia a la croata por 15 euros, pero los traficantes se ocupan de apuntalar el negocio por carretera difundiendo rumores entre las columnas de refugiados. Que si el tren es más lento, que si van a cerrar la frontera de un momento a otro, que si hay que darse prisa…
La consecuencia es que el tren sólo lo acaban tomando aquellos que se quedan sin dinero. En la estación hay un par de familias muy pobres intentando calentarse al sol, dos tullidos de guerra, varias personas en silla de ruedas y dos o tres ancianos que ya no cumplirán los 80 años.
No hay negocio más rentable en los Balcanes que el Syrian Express. “Muchos empresarios ajenos al sector del transporte se han comprado vetustos autobuses de segunda mano por toda Europa (aquí hay hasta vehículos turísticos usados en París) para trasladar refugiados con una inversión de 6.000 a 8.000 euros”, afirman fuentes humanitarias. El billete, que no tiene un coste fijo, va de 35 a 70 euros.
En el peor de los casos, para un autobús turístico de dos pisos y 65 plazas, supone unos 2.500 euros de beneficio por viaje de cuatro horas. Al mes son 60.000 euros libres de impuestos sobre un vehículo muy trillado. En un mes está más que costeada la inversión. Y eso desde enero, con un flujo de entre 5.000 y 8.000 refugiados al día, aseguran unos beneficios nunca vistos. “Welcome refugees, aunque sea para ganar dinero”, dicen esas mismas fuentes.
Con la caída del sol la temperatura baja 15 grados de golpe y el invierno balcánico saca sus colmillos. Los niños refugiados viajan sin juguetes pero al menos salen del centro de Presevo uniformados con abrigos, gorros, guantes y bufandas entregados por Unicef.
Algunos conductores, meses después, aún no pueden creer su suerte. En la cola de autobuses espera uno que se hace llamar Drazen Petrovic, como el legendario jugador de baloncesto:
– ¿No cree que es un viaje muy caro por un trayecto que en tren vale mucho menos de la mitad?
– Parece caro, pero si vieras cómo dejan de sucio el autobús te das cuenta de que no es tanto.
– ¿No cree que es un abuso?
– Es un trabajo duro, porque tienes que esperar tiempo y luego conducir varias horas, pero cuando te pagan y hueles el dinero… (Y hace el gesto de ‘oler’ el dinero).