“Kirchner se acercó, antes del comienzo de la entrevista, para arreglar mi cabello”, contó Dexter Filkins. “‘¿Hay alguna chica que le pueda ayudar con su pelo?’, preguntó. ‘Queremos que se vea bonito’”, dijo.
El periodista Dexter Filkins de la revista The New Yorker sólo dedicó un par de párrafos de la charla que mantuvo con la presidenta Cristina Kirchner en marzo, en la extensa nota que se publicó en la revista sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman. Pero bastaron para que volcara su impresión sobre la mandataria y el cuidado de su look.
“La presidenta trabaja en una adornada mansión en el centro de Buenos Aires conocida como “la Casa Rosada” -por el color de sus paredes, en la antigüedad pintada con sangre de caballo- pero su residencia oficial, es en un suburbio del norte, que se llama Quinta de Olivos. Data del siglo XVI, Olivos, como se la conoce, es un palacio blanco de tres pisos que se asemeja a una enorme torta de casamiento”, describe Filkins.
“Cuando conocí a Kirchner allí, dos meses después de la muerte de Nisman, el misterio seguía dominando las noticias. Me hicieron pasar a una amplia sala de dos niveles que se había establecido como un estudio de televisión. Kirchner entró unos minutos después, con un vestido de volados y maquillaje cargado, seguido de dos docenas de asistentes, casi todos ellos hombres. Con la cámara en on, Kirchner se acercó, antes del comienzo de la entrevista, para arreglar mi cabello”, contó el periodista. “‘¿Hay alguna chica que le pueda ayudar con su pelo?’, preguntó. ‘Queremos que se vea bonito’. Entonces ella comenzó a acomodar el suyo por su cuenta. ‘Quiero arreglarme un poco’, dijo. ‘Discúlpeme, soy mujer, además de ser Presidente: el vestido, la imagen…’”.
“‘¡Divina!’, le gritó uno de sus ayudantes”, reprodujo Filkins.
“Pero apenas comenzamos a hablar, Cristina se puso seria ridiculizando la acusación de Nisman en su contra. ‘Ridícula, poco seria y sin ningún tipo de pruebas’ fueron los calificativos”, describió.
“Durante la entrevista, Cristina se mostró incómoda al hablar de la muerte de Nisman. Cuando le pregunte si había lo había matado, ella exclamó: ‘¡No!’, y luego me acercó una copia de su declaración publicada en su sitio web. Ella parecía más preocupada por el daño que la muerte de Nisman le estaba causando a su reputación y que, sugirió, sólo fortaleció el hecho de que ella no había participado. ‘Decime, ¿quién ha sufrido más con la muerte del fiscal Alberto Nisman? Dígame, Sherlock Holmes’. Cuando le sugerí que era ella, que la mitad del país cree que estuvo implicado en la muerte de Nisman, ella asintió. “Exactamente. Esta es una de las claves”, dijo el periodista.