Los sindicatos declaran la guerra al alcalde de Nueva York, al que acusan de tener las manos manchadas de sangre.
“Las manos del alcalde gotean con nuestra sangre. Por primera vez en años, somos un departamento en guerra. Actuaremos en consecuencia”. La declaración de hostilidades de los sindicatos de la policía de Nueva York tras la muerte el sábado de dos agentes tiroteados en plena calle en Brooklyn tiene un destinatario: el alcalde, el demócrata Bill de Blasio. El enfrentamiento con los representantes de los 35.000 agentes de la ciudad, en un momento de gran tensión por las protestas contra la violencia policial, es la crisis más grave a la que se ha enfrentado el regidor en su primer año en el cargo.
“Hay sangre en muchas manos. Comienza en la oficina del alcalde y llega hasta los que incitaban a la violencia en la calle en las manifestaciones. No se puede tolerar”, proclamó Patrick Lynch, presidente de la Patrolman’s Benevolent Association (PBA), el principal sindicato. Como gesto de rabia, todos los agentes presentes en el hospital de Brooklyn que atendió a las víctimas el sábado dieron ostensiblemente la espalda a De Blasio cuando llegó al centro. El vídeo circula por las redes sociales y deja patente la difícil situación del alcalde. Gobernar Nueva York con la inquina del mayor cuerpo policial de Estados Unidos es tarea imposible.
Una nota a favor de una huelga de celo circula entre los agentes. En ella se ordena no hacer arrestos salvo que sea necesario. Tanto la PBA como la segunda mayor central, la Sergeants Benevolent Association (SBA), negaron ser sus autores. Lo que sí ha solicitado la PBA a sus afiliados es que, en caso de muerte de algunos de ellos en acto de servicio, el alcalde no acuda al funeral. Los sindicatos policiales de Nueva York tienen fama de duros, pero los gestos de desprecio hacia el alcalde no tienen precedentes.
De Blasio, que este domingo acudió a una misa en la catedral de Nueva York en la que recibió palabras de apoyo del arzobispo Timothy Dolan, no ha querido responder a los sindicatos por respeto, dijo, a las víctimas y sus familias. “Este es un crimen contra todos nosotros que ataca el corazón de lo que nos es más querido, nuestra democracia”, dijo el sábado.
La mortal emboscada, que ha recibido la condena del presidente, Barack Obama, y del fiscal general de EE UU, Eric Holder, conmocionó a la ciudadanía. Se produjo en plena calle, en una zona comercial y sin que los agentes, Wenjian Liu y Rafael Ramos, pudieran defenderse. El autor, el afroamericano Ismaaiyl Brinsley, de 28 años, huyó a una estación de metro, donde se quitó la vida con el mismo arma. Además de un amplio historial delictivo, Brinsley padecía trastornos psiquiátricos, según informaron este domingo fuentes policiales.
El hijo de 13 años del oficial Ramos, Jaden, publicó este domingo en su perfil de Facebook un emocionante mensaje: “Este es el peor día de mi vida. Hoy he tenido que decir adiós a mi padre. Él siempre estaba ahí, era el mejor padre que podía pedir. Es horrible que alguien sea tiroteado solo por ser un oficial de policía. Todos dicen que odian a los policías, pero luego son ellos lo que piden su ayuda”.
La familia de Ramos hizo después un llamamiento público a la “unidad” y la “convivencia pacífica”. Para este domingo está prevista una vigila en memoria de los agentes en el lugar en que fueron asesinados. Eric Adams, presidente del barrio de Brooklyn, se acercó por la mañana al lugar, donde se habían colocado velas y flores. “El alcalde no está manchado de sangre. Quien tenía sangre en sus manos es el que mató a los agentes”, declaró. Adams defendió reformas en el cuerpo de policía.
Los asesinatos han golpeado a la ciudad en un momento muy delicado. A las protestas se sumó el fin de semana pasado un suceso que irritó mucho a los sindicatos. Dos oficiales fueron agredidos en el puente de Brooklyn durante una manifestación. La policía se ha lanzado a la caza y captura de los atacantes. Para ello ha distribuido fotos y vídeos para recabar la colaboración ciudadana. Los arrestos se están produciendo.
Las relaciones entre De Blasio y los sindicatos son malas desde el primer día que accedió al cargo y anunció su intención de introducir reformas en el cuerpo. Consideran que el alcalde ha alimentado una mala imagen de su trabajo, que no les ha apoyado lo suficiente, que ha impulsado las protestas en las que se tildaba a la policía de asesina y que ha coqueteado en exceso con grupos agitadores como la National Action Network del reverendo afroamericano de Harlem, Al Sharpton. Todo ello agravado por discusiones laborales para renovar el contrato de los agentes, una de las principales causas del distanciamiento.
El hecho de que el alcalde esté casado con una mujer afroamericana, Chirlane McCray, con la que tiene dos hijos, complica cualquier polémica que toque el tema racial. El penúltimo choque con los sindicatos se produjo cuando el alcalde, al criticar la decisión del gran jurado de Staten Island que exculpó al oficial Daniel Pantaleo de la muerte de Eric Garner, explicó que habían tenido miedo en ocasiones de que su hijo Dante se topara con la policía alguna noche de ocio. Aunque el regidor intentó matizar sus palabras, los sindicatos se sintieron agraviados. “Nos ha dejado a los pies de los caballos, como si fuéramos una policía a la que hay que temer”, denunciaron sus portavoces.
La muerte de los dos agentes en Brooklyn supone, además, un golpe brutal para la política policial seguida hasta ahora por De Blasio. El político demócrata llegó al poder con la promesa de una ciudad más segura, más unida y más respetuosa con los derechos civiles. Para ello ha puesto fin al stop-and-frisk (detener y registrar a la gente simplemente por su aspecto), ha eliminado los arrestos por posesión de pequeñas cantidades de cannabis, ha programado cursos formativos para 22.000 agentes, ha implantado cámaras que grabarán la actuación de los policías, ha transformado la academia policial y ha tomado medidas para sacar de las comisarías y de las cárceles a miles de enfermos mentales. Como resultado, las quejas contra la policía se han reducido un 10% este año.
El resultado ha sido una reducción histórica de la criminalidad (300 asesinatos en lo que va de año, un récord positivo) que ha quedado aplastada por la tensión del caso Garner y la rabia de unos sindicatos que le han declarado la guerra, nostálgicos de los últimos 20 años de alcaldes conservadores durante los cuales han disfrutado de un gran poder intimidatorio.
El pasado mes de agosto, la Sergeants Benevolent Association, lanzó un duro ataque contra el alcalde cuando, en una carta pública dirigida al Comité Nacional del Partido Demócrata, se opuso a la celebración en Nueva York de la Convención Demócrata que debe elegir candidato presidencial en 2016. El motivo utilizado por el presidente del sindicato, Edward D. Mullins, es que la ciudad “ha vuelto a los tiempos de elevada delincuencia y espacios públicos peligrosos”. “La convención demócrata debe buscar otro sitio. El alcalde De Blasio no se ha ganado el derecho a ser el anfitrión”, sentenció.
En esos días, el caso Garner estaba en plena ebullición. “No fue la llave de estrangulamiento lo que mató a Garner, sino la retórica antipolicial. Es una falta de respeto a la ley el trato injusto que los agentes están recibiendo por parte de agitadores raciales, políticos y funcionarios”, declaró Patrick J. Lynch, presidente de la Patrolmen’s Benevolent Association. El destinatario, claro, era De Blasio.