El Tribunal Supremo de la India insta al Gobierno a salvar del deterioro el edificio más emblemático y turístico del país.
“El Taj Mahal se erige a orillas del río como una lágrima solitaria suspendida en la mejilla del tiempo”, escribió el poeta bengalí Rabindranath Tagore, primer Nobel no europeo, sobre el famoso monumento levantado en los márgenes del Yamuna, afluente del Ganges, hacia mitad del siglo XVII. Pero el implacable paso de los años y la negligencia de las autoridades hacen peligrar una de las maravillas del mundo. El icónico mármol blanco del mausoleo más conocido de Oriente luce ahora un amarillo enfermizo con manchas marrones y verdes. Su deterioro ha hecho que el Tribunal Supremo de India exija la protección de un espacio que congrega, diariamente, a 70.000 visitantes en sus jardines y cuyo interés universal se basa en una belleza e historia imperecederas.
Asentado en la ciudad de Agra, el perenne esplendor de la fachada del Taj Mahal, adornada con piedras preciosas, atrae a turistas de todo el mundo. A diferencia, por ejemplo, del desconocido complejo arquitectónico de Khajuraho -una serie de templos centenarios esculpidos con figuras eróticas y enrocados en la selva del vecino Estado de Madhya Pradesh, también patrimonio de la humanidad-, el encanto del Taj Mahal reside no tanto en una obvia longevidad, sino en su lustrosa lozanía. Pero la voraz industrialización, incluyendo la construcción de una autopista que une Delhi con Agra, ha convertido a esta última en una de las diez ciudades más contaminadas del planeta, afectando al monumento.
Asimismo, el río Yamuna está biológicamente muerto desde hace años y atrae a tantos mosquitos como turistas. “¿Qué pasará si la Unesco retira la etiqueta de patrimonio universal al Taj Mahal?”, se preguntaba retóricamente la Corte Suprema el pasado julio tras el análisis de un informe que subraya la presencia de 1.100 industrias contaminantes en los 10.400 kilómetros cuadrados que forman el área protegida alrededor del monumento, otrora considerado el orgullo de India.
Reclamo internacional, la historia escondida bajo los minaretes del Taj Mahal es, sin embargo, fuente de controversia nacional. Con la grandeza de una obra levantada en dos décadas, fue concebido como mausoleo para albergar los restos de Mumtaz Mahal, tercera mujer del gran emperador Shah Jahan, que murió dando a luz a su hijo número 14º, quien, a su vez, participó en las guerras fratricidas que originaron el ocaso de la dinastía mogol, musulmana. Este símbolo del amor es también memoria arquitectónica de Oriente, aunando estilos persas, indios e islámicos. Versos del Corán se descubren en sus paredes mientras que la tumba de Mumtaz esconde 99 nombres diferentes de Alá en inscripciones caligráficas. Lejos de servir de inspiración para la convivencia religiosa en una India secular, su origen musulmán es motivo de enfrentamiento. Uttar Pradesh, Estado donde se erige el monumento, es bastión del radicalismo hindú en India y principal valedor del actual Ejecutivo, de corte nacionalista. Así, al continuo revisionismo histórico de algunos políticos regionales que claman que el Taj Mahal tiene origen hindú, se unió la decisión del Gobierno estatal de retirar temporalmente la mención mogola de la información turística sin que ninguna autoridad llamase a la cordura o a la responsabilidad de Estado.
“No estaríamos en esta situación si hubieseis hecho vuestro trabajo”, juzgaba el grupo de magistrados del Supremo, criticando la negligencia de agencias nacionales y regionales, que tampoco han consultado al Servicio Arqueológico de India para acometer un plan que proteja el monumento. Hasta ahora, las únicas medidas tomadas han sido cubrir las zonas dañadas con barro para después rociarlas con agua y asignar voluntarios para la limpieza del río Yamuna. Ante la gravedad de la situación, el tribunal ha instado a contactar con expertos internacionales en un intento desesperado por salvar el Taj Mahal, joya de la arquitectura universal y símbolo de la convivencia entre culturas y religiones.