Todavía no sabemos su nombre. Solo tenemos la imagen de un guardacostas griego arrastrando su cadáver hacia la orilla, en una playa de la isla de Lesbos, mientras un pescador observa la escena.
Todavía no sabemos su nombre. Solo tenemos la imagen de un guardacostas griego arrastrando su cadáver hacia la orilla, en una playa de la isla de Lesbos, mientras un pescador local observa la escena. Esta niña es una de las siete personas halladas muertas este jueves -un hombre, dos mujeres y cuatro niños, uno de ellos un bebé- después de que el bote de madera en el que intentaban alcanzar Europa chocase con una embarcación de la guardia costera helena. Cuentan las agencias que el accidente se produjo por “fuerte oleaje y los vientos que reinaban en la zona”, aunque todos sabemos que las causas reales han sido la guerra civil en Siria y la inacción de Europa.
Todavía no sabemos su nombre, ni la ciudad siria de la que huyó su familia. Lo que sí sabemos es que a esta niña, destinada a convertirse en un nuevo Aylan Kurdi -el niño sirio de tres años que se ahogó junto a su madre y su hermano cuando intentaban llegar a Kos- ya no le importan las medidas que adopten los jefes de Estado y de Gobierno de la UE en la cumbre que celebran este jueves y viernes en Bruselas. Una reunión de líderes que pretende establecer por fin una respuesta común y a largo plazo ante (se ha convertido en un tópico, pero hay que decirlo) la mayor ola migratoria desde la II Guerra Mundial, materializar unas medidas que ya se presentaron en septiembre. La inacción del Viejo Continente es tal que este jueves el propio Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, exigió a los estados miembros concretar de una vez sus aportaciones a los 2.500 millones de euros que aún deben reunirse para alcanzar el monto total que prometieron para hacer frente “a la crisis”. No hay dinero para los refugiados. Solo buenas palabras.
No nos engañemos. Con esta cumbre se pretende, principalmente, fortalecer los controles en las fronteras exteriores. Aumentar la ayuda a Turquía, Líbano y Jordania, que actualmente acogen a millones de refugiados sirios, para que no se produzcan “movimientos de salida desde esos países hacia las costas europeas”, en palabras del presidente de Francia, François Hollande. Es precisamente en los campamentos de refugiados de esos países donde la escasez de fondos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha obligado a reducir la ayuda alimenticia a una comida al día, cuando antes se ofrecían tres. ACNUR, uno de los candidatos al Premio Nobel de la Paz, solo ha conseguido reunir el 50% de la financiación prevista para su plan de ayuda a los refugiados sirios. La Agencia únicamente tiene garantizado cada año el 2% de su presupuesto, el resto debe mendigarlo a los gobiernos de los países ricos.
Mientras, la Comisión Europea ha cerrado este jueves un acuerdo con Turquía para contener la llegada de refugiados a territorio comunitario. A cambio, la liberalización de los visados para ciudadanos turcos y una asistencia económica de hasta 3.000 millones de euros. Ankara aceptaría mejorar junto a la UE los controles fronterizos y se comprometería a registrar a los refugiados y recibirlos de vuelta desde suelo comunitario. Además, las autoridades turcas estarían dispuestas a mejorar las condiciones de acceso al mercado de trabajo de los sirios que viven en su territorio. Hoy por hoy, no se les otorga el estatus legal de refugiados ni se les permite trabajar legalmente, una de las causas del incremento en el flujo hacia Europa.
Todavía no sabemos su nombre; por ahora es solo otra niña refugiada cuyo cadáver ha arrastrado el mar hasta las costas de Grecia. Queda por ver si, cómo ocurrió con Aylan Kurdi, la imagen desata una ola de concienciación cívica ante el drama humano que arrastran en su lento caminar hacia el paraíso del norte de Europa decenas de miles de sirios, afganos, eritreos, somalíes o iraquíes. Aquella misma noche, cuando la imagen del cadáver de Aylan daba la vuelta al mundo, en Múnich una oleada de ciudadanos se apresuraba a llevar mantas y comida a los refugiados que desde hace tiempo se agolpan en la estación de trenes de la ciudad; en España, el ‘hashtag’ #Yosoyrefugiado conquistaba las redes sociales, plataformas ciudadanas organizaban una mínima asistencia a los recién llegados y Barcelona y Madrid alzaban la mano para convertirse en “ciudades refugio“. Fue la reacción cívica, porque los gobiernos europeos, tras el desgarro de vestiduras ante la tragedia y las obligadas palabras de condolencia, siguieron debatiendo en busca de una acción coordinada ante la “crisis migratoria”. La familia de Aylan pagó más de 1.000 dólares a los traficantes de personas por cada una de las plazas en el bote que les llevó desde la costa turca, en Alihoca, hasta la muerte. Ninguno llevaba chaleco salvavidas. Ninguno sabía nadar.
“El sueño de los sirios no es venir a Europa, no es vivir de las ayudas que les concedan los países europeos. Para ellos, es lo más humillante que les podría tocar. Imagina a un profesional que de la noche a la mañana se convierte en un analfabeto porque, ¿quién sabe hablar alemán? Nadie se iría de Siria si no fuera por sus hijos”, explicaba esta mañana a El Confidencial el misionero salesiano Alejandro Mendoza, quien lleva más cuatro años trabajando en el país. “Muchos de ellos me exponen una duda existencial -contaba Mendoza- ‘¿Y si nos vamos y un día mis hijos me lo reclaman? Pero ¿y si nos quedamos y mis hijos mueren?”.
Si esta niña se hubiera quedado en Siria, ¿habría sobrevivido a la guerra? Imposible saberlo.