“Todo el mundo paga un precio por la libertad en Ucrania”, dice uno de ellos.
A lo largo de una bulliciosa calle de una ciudad del oeste de Ucrania, Denys Abdulin da sus primeros pasos de manera independiente desde que resultó gravemente herido y quedó ciego mientras luchaba contra las fuerzas invasoras rusas hace más de un año.
El exsoldado de 34 años, con gafas negras y un bastón blanco para guiarse, sube a un tramo de acera más concurrido. Sus movimientos se vuelven tentativos y tensos. Bloquea accidentalmente el camino de una mujer que se acerca a un cajero automático para retirar efectivo.
Al igual que muchos otros peatones, ella responde con una sonrisa compasiva y amablemente se hace a un lado. Poco a poco, Abdulin recorre 600 metros, guiado por un entrenador que camina delante de él con un brazalete de campanillas de metal.
Otros cinco veteranos militares ucranianos superaron desafíos similares mientras asistían a un campamento de rehabilitación para exsoldados que perdieron la vista en combate. A lo largo de varias semanas, los hombres aprenderían a moverse por la ciudad de Rivne, a preparar sus propias comidas y a utilizar el transporte público por sí solos.
Las tareas diarias que antes realizaban sin pensar ahora exigen concentración, fuerza y dedicación.
“Todo el mundo paga un precio por la libertad en Ucrania”, dijo Abdulin, quien pasó meses confinado en una cama de hospital y rara vez se quita las gafas oscuras.
La guerra que se desató en Ucrania después de la invasión rusa el 24 de febrero de 2022 ha dejado decenas de miles de combatientes muertos en ambos bandos. Muchísimos más, tanto militares como civiles ucranianos que tomaron las armas para defender a su país, han resultado mutilados o han sufrido otras lesiones que cambiaron sus vidas de manera irreversible.
No existen estadísticas en este momento sobre cuántos miembros del servicio han perdido la vista debido a las heridas sufridas en la guerra, según Olesia Perepechenko, directora ejecutiva de Modern Sight (Visión Moderna), la organización no gubernamental que organiza el campamento. Pero la demanda para el programa crece a medida que la guerra se acerca a la marca de un año y medio.
A lo largo de varias semanas, los veteranos, acompañados por sus familias, residen en un centro de rehabilitación en las afueras de Rivne. La mayoría recibe aquí sus primeros bastones, da sus primeros paseos por entornos urbanos y naturales sin asistencia, y aprende a operar programas basados en sonidos para utilizar celulares y computadoras.
“Nuestro objetivo no es reentrenarlos, no es cambiarlos, sino simplemente darles una oportunidad de volverse independientes y autosuficientes”, dijo Perepechenko, que también es ciega.
Abdulin se unió voluntariamente a las fuerzas armadas cuando Rusia invadió Ucrania hace casi 18 meses. Completar la caminata de 600 metros marcó una nueva fase en su recuperación después de las heridas que sufrió cuando una mina estalló unos metros detrás de él en Sieverodontesk, una ciudad del este de Ucrania ahora ocupada por los rusos.
“Sentí que me salía una llama de los ojos”, dijo sobre ese día de mayo de 2022. “Inmediatamente me di cuenta de que había perdido mis ojos”.
“Por supuesto, esperaba todo, pero volverme ciego, ni siquiera podía imaginarlo”, continuó Abdulin. “Pensé que podía perder un brazo o una pierna, y no quería morir en absoluto. Jamás pensé que quedaría ciego. Por eso, al principio fue muy difícil”.
En 2014, cuando Rusia se anexó la península de Crimea ilegalmente y se desató un conflicto armado en la región ucraniana del Donbás, Perepechenko anheló estar en el frente para colaborar de alguna manera. Su solicitud para unirse al ejército fue rechazada, por lo que decidió emprender una nueva misión: ayudar a los soldados que perdieron la vista a recuperar un sentido de autonomía.
REHABILITACIÓN
Modern Sight llevó a cabo su primer campamento de rehabilitación en 2019, y desde entonces ha organizado unos 10 más. No obstante, sólo dos campamentos han tenido lugar durante la guerra. Aunque hay una lista de espera de 30 personas para la próxima sesión, el principal obstáculo de la organización sin ánimo de lucro es el financiamiento: realizar cada campamento cuesta unos 15.000 euros.
Abdulin pasó casi un año en tratamiento por sus heridas, que incluyeron una mandíbula destrozada por la metralla que también le robó la visión y lo dejó con problemas respiratorios y de equilibrio. Su esposa, Olesia Abdulina, regresó con sus dos hijos de Lituania, donde los tres buscaron refugio tras la invasión rusa.
“Sus ojos todavía estaban muy hinchados, con vendajes cubiertos con almohadillas de algodón”, dijo Abdulina respecto al reencuentro con su esposo en el hospital por primera vez tras meses de separación. “Lo principal es que estás vivo”, dijo que respondió cuando él le informó de que nunca volvería a ver.
Durante los meses siguientes, ella lo alimentó con cuchara y rara vez se apartó de su lado. En el campamento de Modern Sight, los dos aprendían cómo integrar la discapacidad de él en su vida familiar.
Mientras Denys asistía a clases de fisioterapia o de cocina, Abdulina y otras mujeres con esposos o novios en el programa realizan sus propios ejercicios de entrenamiento. Uno de los propósitos del campamento es recordarles a las parejas que no son “niñeras” sino compañeras de vida de sus hombres, dijo Perepechenko.
Durante una de esas sesiones, a Abdulina le vendan los ojos y le dan un bastón largo. Ella palpa el suelo tentativamente mientras otro participante la toma de la mano. El propósito del ejercicio es ayudar a las mujeres a comprender mejor lo que experimentan y necesitan sus parejas.
“Seguimos siendo las mismas personas. Tenemos las mismas capacidades”, dijo Ivan Soroka, de 27 años, quien se unió al ejército ucraniano el día que Rusia invadió, y asistía al campamento por segunda vez. “Necesitamos ponernos de pie, tomar el control y trabajar para mejorarnos a nosotros mismos”.
ONDA EXPANSIVA
Un proyectil hirió a Soroka cerca de Bájmut en agosto de 2022, cuando apenas comenzaba la batalla más larga de la guerra hasta el momento. A la larga las fuerzas rusas tomaron la ciudad del este de Ucrania en mayo tras más de ocho meses de intensos combates.
“Perdí la vista inmediatamente, arrojado por la onda expansiva. Sentí que me moría”, dijo Soroka. “Me quedé acostado allí durante unos dos minutos. Entonces me di cuenta de que no, alguien no me deja partir allí”. Al recordar esos momentos, da a entender que su prometida, Vlada, ahora sentada a su lado, fue quien lo mantuvo con vida.
La pareja se conoció cuando Soroka participaba en la defensa de la región de Kiev en la primavera del año pasado. Su amor floreció rápidamente en el contexto de la guerra. Antes de que Soroka fuera emplazado en la región de Donetsk en el verano, le propuso matrimonio a Vlada. Ella accedió a casarse con él.
Pero poco después, los dos pasaban días y noches en un hospital en lugar de prepararse para una boda. La celebración feliz que se pospuso por la lesión de Soroka ahora está prevista para principios de septiembre. Tras meses de rehabilitación, él se siente física y psicológicamente fuerte.
“Me he dado cuenta de que, a menos de que me levante por mi cuenta y empiece a hacer algo, nada cambiará”, dijo.
Los hombres y sus parejas pasan los descansos del campamento y las noches en un pabellón de jardín en los terrenos del centro de rehabilitación. Prevalece un ambiente de tranquilidad, interrumpido ocasionalmente por carcajadas y bromas de su tiempo como soldados.
Cuando dejen el centro, los hombres sabrán que tienen las herramientas para moverse por la ciudad, y habrán ganado algo igualmente crucial: un sentido de comunidad forjado a través de experiencias compartidas y un trauma común.
Una tarde, después de las actividades del día, los participantes del campamento se reunieron en un patio para celebrar el cumpleaños de Oleksandr Zhylchenko. Perdió la vista a finales del año pasado, aunque no compartió detalles sobre cómo ocurrió.
“Te estoy atrayendo a un círculo, al círculo de tu familia. Somos unos 50 aquí”, dijo Perepechenko, y le entregó a Zhylchenko un globo en forma de corazón con los colores amarillo y azul de la bandera nacional de Ucrania. “Este es nuestro corazón colectivo”.
Los entrenadores y aprendices hicieron un círculo y, uno por uno, compartieron sus buenos deseos de cumpleaños para el hombre del momento. Días sin preocupaciones. Un futuro brillante. Paciencia, confianza, lealtad. Un cielo tranquilo. El último deseo fue la “victoria para todos nosotros y para Ucrania”.
Conmovido, Zhylchenko sostuvo el globo un momento más y evocó en silencio su propio deseo. Luego lo soltó, sin verlo ascender rápidamente hacia el cielo.