“La nueva ley universitaria nivela para abajo; el secundario es deficiente”

No lo dice un privilegiado, sino un hombre que vivió en un instituto de menores y terminó su carrera con gran sacrificio. Una historia que desmiente que la inclusión pase por el facilismo y la rebaja de las exigencies.

Estudiante-Universidad-PublicaLa nueva ley que propone la eliminación de los exámenes de ingreso a las universidades públicas va a contramano del diagnóstico de que la educación media actual no brinda los conocimientos necesarios para acceder y avanzar en la vida académica. Pero la nueva norma es coherente con la idea que asocia la inclusión y la igualdad de oportunidades con la flexibilización de las exigencias. ¿Es necesaria esa nivelación hacia abajo para los aspirantes a títulos de grado? ¿Acaso los requisitos que existieron durante estos años sólo perjudicaron a quienes menos recursos materiales tienen?
El testimonio de dos profesionales surgidos de medios carenciados contradice esta creencia. Solo a través de la dedicación, la exigencia y la excelencia educativa se puede brindar a quienes provienen de sectores menos favorecidos la oportunidad de superar esa desigualdad de origen.
Completar la escuela media es, en muchos casos, el primer paso hacia un sueño académico que, en los hechos, puede resultar un sistema verdugo para quienes no tuvieron la preparación adecuada para el ámbito al que acaba de ingresar. Las dificultades siempre existieron, pero hay quienes lograron vencer las adversidades –hasta las inimaginables– para concretar el tan soñado título. Ejemplo de estos casos es Rodolfo Brizuela, ex juez de menores de La Matanza, que a los 7 años –debido a una larga enfermedad de su madre– fue separado de ella: la mujer fue internada en un hospital y el niño derivado a un instituto de menores. Hasta ese momento, vivía en la casa de una familia de abogados donde trabajaba como empleada doméstica, cama adentro. Brizuela soñaba ya desde niño con ser abogado, desoyendo las voces que decían que su destino sería otro. Un día su mamá enfermó y fue internada de urgencia. Como estaban solos en el mundo, la Justicia lo derivó a un instituto de menores en General Rodríguez, donde vivió dos años. Luego fue enviado a La Rioja. Allí comenzó a estudiar y egresó de la escuela secundaria con un excelente promedio. Tanto es así que fue becado para estudiar en Rosario, pero a los 19 años decidió regresar con su madre y trabajar en Buenos Aires. Se instaló en Castelar, donde comenzó a trabajar. Al cobrar su primer sueldo quiso celebrar comprando cosas ricas para la cena, por lo que su viaje en tren habitual ese día fue distinto: bajó en la estación de Morón y camino a casa se topó con la Universidad de ese partidoSe anotó para cursar Derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero los horarios de las cursadas –que le ocupaban todo el día– lo pusieron en una encrucijada: estudiar o trabajar. Optó por lo segundo, pero sin abandonar sus sueños. “Regresé a Buenos Aires para trabajar como peón de albañil y me costó mucho dar el curso de ingreso en la UBA, y por los horarios que obligaban a estar todo el día en la universidad, y otras múltiples cuestiones, no pude hacerlo. Luego decidí ir a una universidad privada y me anoté en Morón. Yo quería estudiar en serio. Trabajé como albañil para pagarme los estudios y terminé entre los tres mejores promedios. Me gradué el 2 abril de 1982”, contó el hombre de la Justicia, hoy ya jubilado, a Infobae.
Su trayectoria profesional comenzó cuando, a los seis meses de graduarse, ingresó como secretario en la Corte de Menores. Llegaría a ser juez en el Juzgado de Menores de La Matanza.
Conocedor de la actualidad (aunque retirado, conduce un programa de radio), está al tanto de la nueva norma, de la que opinó: “Con ello se vuelve a nivelar para abajo, porque hay que reconocer que la enseñanza de la escuela secundaria no contempla todo lo que necesita el estudiante en la universidad. Si tengo estudiantes que no están bien preparados y entran a la universidad, ¿qué pasará? Tenemos que sincerarnos y preguntarnos qué tipo de profesionales queremos. A simple vista es un fracaso del sistema secundario, no de los chicos, porque llegan a dar un examen universitario cuando aún no están comprendiendo los textos… Si quito el CBC también nivelo para abajo, porque a los pibes no se les enseña cómo estudiar en la universidad, entonces la distancia entre el docente y el alumno es enorme”. Brizuela sabe por haberlo experimentado en carne propia lo difícil que puede ser para un adolescente trabajar y estudiar, pero también es ejemplo vivo de que el esfuerzo bien vale la pena y que puede dar muy buenos frutos.
Similar fue el caso de José Como Birche, hoy reconocido cirujano de La Plata, que tuvo tres intentos fallidos –y con 9,70 de promedio– para ingresar a la Facultad de Medicina de la capital bonaerense. Recién entró en la cuarta instancia, pero “junto a otros 5 mil estudiantes”, contó en una conferencia TEDx brindada en esa ciudad.
La vida de Birche tampoco fue fácil: era uno de los cinco hijos de un matrimonio muy humilde de Villa Elisa, La Plata. A sus 19 años falleció su padre, un hecho que lo marcaría: debió ser sostén de su familia y trabajó de todo lo que pudo, pero nunca abandonó sus deseos de ser médico. “He hecho todo lo que estaba a mi alcance para costear los estudios y terminar la escuela secundaria. Luego quise seguir con la universidad y lo hice”, dijo. Para poder costearse los estudios fue carpintero, trabajó en un taller mecánico y hasta de cartonero. Tenía trabajo en una fábrica, pero no podía reunirlo con la exigencia académica, así que optó por vivir de changas.
“El cupo de ingreso a (la Facultad de) Medicina era de entre 230 a 240 alumnos, pero había muchos lugares reservados. Éramos, en realidad, 5 mil aspirantes para 150 vacantes. No podía entrar después de tres intentos y con un promedio de 9,70. Entré la cuarta vez que me presenté, pero cuando entraron todos y éramos 5 mil nuevos estudiantes”, contó ante el auditorio, y siguió: “Las aulas estaban repletas y para ver los dibujos en la clase de Anatomía había que usar largavista. No se podía acceder a los apuntes”. Su tiempo libre trascurría en la biblioteca, donde pasaba horas resumiendo a mano extensos tomos de cada materia que cursaba porque no tenía el dinero para comprar los libros.
“La gran mayoría de la gente hace muchos sacrificios para estudiar. Uno y su familia, en realidad. Tardé muchos años en darme cuenta de lo que había sucedido. Siempre había querido ser lo que soy y es ahí donde entra en juego la fórmula 3 es igual a 3D: deseo, determinación y disciplina para poder hacerlo”, finalizó el médico que en el pasado juntaba cartones para comer y poder estudiar.