La nueva mafia italiana

Los ‘padrinos’ han roto la tradición del silencio y ya no esconden su lujosa vida.

la-nueva-mafiaEl 11 de abril de 2006, mientras Italia despertaba con un nuevo jefe de Gobierno de centroizquierda, Romano Prodi, los telediarios anunciaban el arresto del más poderoso de los padrinos. Bernardo Provenzano, un fantasma durante más de 40 años, cruento jefe de la Cosa Nostra, aparecía en público: era un viejo pequeño y blancuzco, vestido como un campesino, con una toalla alrededor del cuello y la mirada baja tras unas gafas rancias y empapadas. Carabinieri, Guardias de Finanzas y Policía acababan de irrumpir en su escondite, en medio de la campiña de Corleone. Solo había una mesa, una cama, una Biblia y una máquina de escribir donde El Tractor —apodo merecido por la violencia con la que zanjaba las vidas de sus enemigos— tecleaba sus pizzini, minúsculas hojas que difundía a través de cómplices para encargar estrategias, asesinatos y atentados. Así vivía el capo dei Capi, anciano, solo, escondido, cerrado y duro como una roca.
Ahora los jefecillos de la mafia contemporánea rompen la tradición, al silencio le sustituye un descaro exhibicionista que incluso los lleva a airear sus hazañas y su tren de vida peliculero en las redes sociales. Lo desvelaron en el semanal L’Espresso, los periodistas Piero Messina y Maurizio Zoppi: “Conjugamos calle y Red y finalmente dimos con los perfiles de Facebook, Instagram y Twitter de algunos de los mafiosos de Palermo. Por supuesto con nombres falsos, pero ninguna prudencia en las fotos y en las palabras”.
Desde allí daban órdenes, hacían alarde de su poder, vendían droga o amenazaban a quien no pagaba el pizzo, la tasa que las mafias exigen a empresarios y tenderos. “Son muy violentos, ostentan su riqueza con soberbia, como desafío al Estado y como método de ejercer el poder”.
Domenico Palazzotto, ni 30 años, pelo negro y engominado, físico de quien frecuenta el gimnasio, actúa en el maremágnum digital como un Scarface de periferias. Su descaro hace añicos las más elementales cautelas. Cuando le coronan capo de su zona, el barrio de L’Arenella de Palermo, cuelga un vídeo de las celebraciones. El 15 de marzo escribe: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos”. Este versículo del Evangelio de Mateo es a la vez su lema y la doctrina de los nuevos jefecillos sicilianos, que además de un reto para los investigadores suena como un homenaje al capo supremo Matteo Messina Denaro, el último de los padrinos, sustituto de Provenzano, otro fantasma que los investigadores buscan desde hace dos décadas.
Tatuajes, pectorales depilados, gafas de sol chillonas, el arsenal digital del padrino contemporáneo se parece al de un concursante de Mujeres hombres y viceversa. Palazzotto se fotografía recostado en el asiento de una limusina sorbiendo champán. O tumbado en una embarcación lujosa mirando a cámara poniendo morritos. No faltan fotos de comidas a base de gambas, langostinos y champán. A su lado están el primo Calogero Filareto (también afiliado a la mafia, según la Fiscalía) y Salvatore D’Alessandro, soldado de la zona San Lorenzo: “¡A la salud de aquellos cuatro envidiosos y cornudos!”, exclama como glosa.
La Fiscalía no deja de trabajar y observarle. Por eso cuando el 23 de junio los magistrados encargaron el arresto de 95 personas por delitos vinculados con la Cosa Nostra, Palazzotto y sus colegas de diversión estaban entre ellas.
Cuando le convocan en el cuartel por hechos menores, a su regreso a casa se conecta a la Red y lanza su desafío a policía y magistrados: “Entre el decir y el hacer en el medio está el mar. Sois y vais a ser unos pobrecitos… con un puño de mosquitos en la mano… ja ja ja, estos cubos de mierda”. También usa las redes sociales para hacer proselitismo. Un aspirante a mafioso le comenta: “¿Cómo hago para entrar? Mando un currículo?”, bromea. “Sí, hermano, tenemos que evaluar tus antecedentes penales. Los que están limpios, no los fichamos”.
“La nueva mafia sin vértices firmes, en mano de los jóvenes, no es menos peligrosa de la antigua por ser más visible o naíf en la Red. Los jefecillos viven de extorsiones, tráfico de droga, tragaperras y salas de juego. Controlan el territorio con amenazas y pistolas, igual que sus padres y abuelos. Crecieron en hogares donde aprendieron que la devoción suprema se debe a la familia mafiosa. No tienen otro amor más hondo”, explica el periodista Messina.