Nunca hubo tantos antibióticos como ahora. Y nunca se necesitó tanto que aparecieran otros nuevos.
Hervido junto con aceite, vino y sal, el romero (Rosmarinus Officinalis) es el ingrediente fundamental del legendario bálsamo de Fieragrás, con el cual Don Quijote de la Mancha intentó recuperarse de la paliza de un “moro encantado” en el castillo donde pasaba la noche. Aunque el brebaje le produjo inicialmente vómitos y sudores, se sintió curado después de una siesta de tres horas. A Sancho Panza, en cambio, la pócima le desencadenó una diarrea acuosa tal que “no solamente él, sino todos pensaban que se le acababa la vida”.
Al romero, en rigor de verdad, se le han atribuido tradicionalmente más beneficios que perjuicios: desde vigorizante cardíaco y nervioso hasta cicatrizante, tónico capilar, calmante menstrual, diurético y digestivo. En Europa se lo usó para atraer el amor y la fidelidad desde los tiempos de Carlomagno. Y un tratado de 1525 aseguraba que oler su aroma permitía, a menudo, mantener la juventud. También es valorado como hierba aromática en la cocina.
Sin embargo, un grupo multidisciplinario de investigadores argentinos está explorando una promisoria característica medicinal del romero: agente activo contra bacterias que causan infecciones difíciles de combatir en los hospitales. “En estudios in vivo con ratones, demostramos que compuestos activos de la hierba logran potenciar el efecto de los antibióticos convencionales frente a cepas resistentes de importancia clínica“, describen Silvia Moreno, directora del Laboratorio de Bioquímica Vegetal de la Fundación Instituto Leloir, y Paulo Cáceres Guido, farmacéutico de la Unidad de Farmacocinética Clínica y miembro del Grupo de Medicina Integradora del Hospital Garrahan.
Aunque la efectividad del enfoque aún no se confirmó en ensayos clínicos, el trabajo representa un paso esperanzador en la búsqueda de alternativas para luchar contra bacterias cada vez más resistentes al embate de los fármacos disponibles. El fenómeno quita el sueño a los médicos: la resistencia a los antibióticos duplica la tasa de mortalidad por infecciones en hospitales y “podría llevar a nuestros sistemas de salud (…) al borde del precipicio“, reportó a comienzos de año el “Informe sobre riesgos globales” del Foro Económico Mundial.
La resistencia a antibióticos, tanto en los hospitales como en la comunidad, “nos genera enorme preocupación“, explicó a Newsweek Gustavo Lopardo, infectólogo del FUNCEI y presidente de la Sociedad Argentina de Infectología. Frente a este desafío, además de impulsar un uso racional, como pregona Lopardo, diversos expertos reclaman el desarrollo urgente de nuevas drogas antimicrobianas. El declive en el ritmo de lanzamientos es notorio. Entre 1983 y 1987, el organismo que regula los medicamentos en Estados Unidos, la FDA, aprobó 16 nuevos antibióticos. Entre 1993 y 1997, las novedades autorizadas cayeron a 10. Y entre 2003 y 2007, la cifra se desplomó a apenas 5.
En 2010, la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos (IDSA) lanzó la iniciativa “10 x ‘20”: instó a tener 10 nuevos antibióticos sistémicos efectivos y seguros para el año 2020. Pero desde entonces, solo uno (ceftarolina) satisfizo esa expectativa. Faltan otros nueve, y corre el reloj. “El progreso sigue siendo alarmantemente elusivo“, dramatizó un documento de IDSA de abril de este año.
Una categoría de antibióticos que, según IDSA, se necesita con particular urgencia, es la que combate a los bacilos Gram-negativos, responsables de las infecciones hospitalarias con mayor tasa de mortalidad. Pero un relevamiento de IDSA mostró que solo hay siete drogas experimentales de esas características en fases clínicas 2 y 3 (con pacientes). Más inquietante aún: de las once mayores multinacionales farmacéuticas, apenas cuatro tienen programas activos de desarrollo de nuevos antimicrobianos.
Un informe reciente de PricewaterhouseCoopers confirmó que los laboratorios tienen la cabeza en otro lado. Cerca de un tercio de las 7.891 moléculas actualmente en ensayos clínicos apunta a tratar el cáncer y dolencias autoinmunes crónicas, como la artritis reumatoidea. Un nicho más lucrativo. En cambio, solo 31 están destinadas a combatir enfermedades infecciosas.
Las razones del desinterés son variadas. Pero un factor de peso es que, frente a cada nuevo antibiótico que sale el mercado, no pasa mucho hasta que algunas cepas “aprenden” a eludir su acción. En especial, cuando se los indica y usa de manera indiscriminada, lo cual suele ser la norma. “La resistencia aparece cada vez más rápidamente“, señala Hugo Gramajo, quien investiga la síntesis de nuevos antimicrobianos en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR). “Y las empresas se quejan de que tienen poco tiempo para recuperar el costo de la inversión“, agrega. De hecho, una de las propuestas de la Iniciativa “10 x ‘20” es aumentar el plazo de protección de la patente para aquellas compañías que lancen medicamentos efectivos.
En ese escenario, los esfuerzos iniciales de innovación en antibióticos suelen recaer en centros públicos de investigación y empresas biotecnológicas pequeñas. Y las grandes farmacéuticas, a lo sumo, “prestan” su librería o colección de compuestos. El equipo rosarino del IBR, por ejemplo, está examinando decenas de miles de moléculas sintéticas de GlaxoSmithKline para ver si son capaces de atacar novedosos “talones de Aquiles” bacterianos. Pero el pasaje de un compuesto promisorio a un medicamentos aprobado “tarda entre siete y diez años”, advierte Gramajo. Otros enfoques más originales (ver recuadro) están todavía a mayor distancia de la aplicación clínica.
El trabajo con el romero del Leloir y el Garrahan, realizado en conjunto con científicos de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, podría tener resultados más inmediatos. Y en el país, constituye un abordaje con pocos precedentes en la cooperación de un hospital público, un centro de investigación y una universidad para buscar nuevos medicamentos.
Moreno y Cáceres Guido no disimulan su entusiasmo. Después de aislar dos compuestos activos de la hierba, junto a otros investigadores probaron en modelos in vitro e in vivo su acción contra dos bacterias multirresistentes, que son una pesadilla de los hospitales: Klebsiella pneumoniae y Staphylococcus aureus, meticilino-resistentes. Los resultados, presentados en el último congreso de la Sociedad Latinoamericana de Investigación Pediátrica (SLAIP) en Buenos Aires y el IX Congreso de Microbiología General, celebrado el mes pasado en Rosario, sugieren un efecto potenciador o sinérgico con los antibióticos hoy disponibles, lo cual permitiría reducir las dosis a las que hacen efecto o incluso doblegar la defensa tenaz de los microorganismos. “Quizás se los pueda emplear de manera combinada en una misma formulación”, coinciden Cáceres Guido y Moreno. “Pero hay que seguir investigando“, reconocen. El tiempo, como decía Don Quijote, suele dar dulces salidas a las más amargas dificultades.