La apuesta por Internet en las repúblicas bálticas atrae a empresas y delincuentes.
La e-nacionalidad es el futuro. O al menos eso dice el primer ministro estonio, Taavi Roivas, que esta semana insistió en el lema en un encuentro de start ups tecnológicas en Finlandia. Según este concepto, en el futuro cualquiera podrá abrir un negocio digital en un país en que no resida, y Estonia quiere colocarse en la avanzadilla. “La e-residencia estonia será nuestra siguiente historia de éxito”, remachó Roivas.
Un nuevo éxito porque en 1991, cuando Estonia se independizó de la Unión Soviética, apenas la mitad de su población tenía una línea de teléfono. Desde entonces una de las prioridades del país, arrastrando en el empeño a sus repúblicas primas, Letonia y Lituania, es convertirse en un Silicon Valley europeo. Como medallas se puede colgar los éxitos de productos locales como Skype, Transferwise y Kazaa. En 2007 fue el primer país en establecer el voto por Internet. Y ninguna conexión de Internet en Europa rivaliza en velocidad con la suya, excepto las de la vecina Lituania y la sorprendente Rumania.
El e-ciudadano estonio es otra piedra en esta promoción del espacio báltico como capital de la Europa electrónica. Quienes desde diciembre se inscriban como tales (es necesario viajar a Estonia para registrarse evitando así suplantaciones y otras trampas) podrán abrir cuentas bancarias en el país, crear un negocio allí o trasladar el que ya tiene a cambio de una rebaja de impuestos y las ventajas de las infraestructuras digitales estonias. La propuesta puede sonar estrambótica para los mortales atados a la economía analógica, pero busca atraer a emprendedores digitales interesados sobre todo en operar en la UE. Estonia ha anunciado que en 2025 aspira a tener 10 millones de e-estonios (siete veces su población real). Los analistas interpretan que, más que a un Silicon Valley, esto puede dar lugar a un nuevo Delaware, el Estado de EE UU donde se asientan muchas empresas tecnológicas (y no tan tecnológicas) por sus ventajas fiscales.
Pero, como repiten los gurús, oportunidades y riesgos van unidos. El analista Erik Linask explica el principal riesgo en la publicación Tech Zone 360: “La seguridad va a ser un problema, y Estonia ya fue víctima de un ciberataque masivo en 2007”. Como aspecto positivo de esto (riesgos y oportunidades de nuevo) “el país ahora tiene experiencia defendiéndose de tales amenazas”.
El poderío en Internet de estos países no sólo los hace vulnerables a ataques, también atrae amigos poco deseables. Lituania no ha conseguido la proyección estonia, pero su apuesta por las nuevas tecnologías es abierta (además de las tecnologías de las comunicaciones, apuesta por la biotecnología y los láseres) y acaba de lanzar un proyecto para que el 100% de sus ciudadanos tenga acceso a Internet. Por eso, la noticia de que el país se había convertido en la sede digital de la mayor web de venta de drogas del mundo ha sido un jarro de agua fría.
Se trata de Silk Road 2 (Ruta de la seda 2), la secuela de una web que fue clausurada hace un año. En ella compradores de todo el mundo podían decidir si, entre muchos otros productos, les apetecía cannabis, heroína, éxtasis o LSD, y a qué precio querían pagarlo. Por este e-Bay de las drogas circulaban 6 millones de euros mensuales, de los que el 4% acababan en manos de los gestores de la página.
El FBI estadounidense cerró la página hace dos semanas en la llamada Operación Onymous, una campaña en la que clausuró 27 sitios de la red darknet, creada por el servicio Tor, que suministra anonimato en la navegación y cuyo objetivo es proteger a los internautas que puedan ser perseguidos en su país.
Por su popularidad, Silk Road era uno de los grandes objetivos del FBI, que asegura que tenía un infiltrado dentro desde el momento de su creación. Uno de los grandes misterios que hacía falta resolver para acumular pruebas era dónde se localizaban sus servidores (los ordenadores con los contenidos de la página). Y resultaron estar en Lituania.
La policía lituana confirmó su participación en la operación. La sorpresa fue encontrar que, tras todo el entramado técnico, el administrador de la página había contratado el servidor usando su dirección de correo personal. Eso llevó a Blake Benthall, un estadounidense de 26 años, criado en valores ultracristianos, libertario, fan de Snowden y de la moneda virtual Bitcoin. Benthall operaba su página desde San Francisco, donde fue detenido. A los pocos días de cerrar la página, un Silk Road 3 ya estaba en funcionamiento.
Tres sitios de Internet más cerrados en la Operación Onymous operaban con servidores lituanos. ¿Quiere decir eso que los países bálticos se están convirtiendo en un refugio para los cibercriminales? David Sancho, investigador de amenazas de la empresa de seguridad digital Trend Micro en España, no lo ve exactamente así: “Posiblemente sea un tema de precios, ya que no tenemos conocimiento de que haya un mercado negro especialmente activo en los países bálticos”. Según Sancho, experto en virus y malwares, la amenaza suele venir de Rusia y Ucrania. A este último lo define como “el salvaje oeste”, con proveedores “a prueba de balas” que “no se preguntan lo que hacen los clientes ni para qué usan los servidores y el ancho de banda”.
Los países bálticos serían víctimas colaterales de estos vecinos indeseables. A pesar de que la cooperación policial sea constante y la ley busque acabar con los abusos, los servicios asociados con el cibercrimen encuentran una buena plataforma en la excelente infraestructura de estos países. “Además, muchos de estos negocios hablan ruso y se dirigen a cibercriminales rusos”, explica Sancho. Mientras los países bálticos aspiran al cielo de Internet, van a tener que vigilar que no los alcancen las cloacas.