El grupo yihadista nigeriano provoca varias matanzas usando niñas-bomba durante la fiesta cristiana. Hasta 14 de ellas se han inmolado en varios ataques.
La sangrienta campaña de Navidad de Boko Haram reparte puntual sus dosis de muerte en el norte de Nigeria. Para ello, esta sucursal africana del Estado Islámico se vale de niñas secuestradas para convertirlas en bombas vivientes. Hasta 14 de estas pequeñas se han inmolado en varios ataques desde el 27 de septiembre. En estos atentados han muerto al menos 25 personas, aunque algunas fuentes cifran los muertos en más de 60. Recordemos: es el norte del país más rico de África, pero también de una de las zonas más pobres, aisladas, corruptas, descontroladas y violentas del continente. Ni siquiera el número de muertos es un dato seguro. El lunes dos mujeres suicidas provocaron otros 17 fallecidos. Todos ellos en Maiduguri, la ciudad en la que Mohamed Yusuf fundó Boko Haram. El martes dos niñas murieron en Camerún cuando su cinturón explosivo se activó por error sin matar a nadie más.
Esta organización suele aprovechar la celebración cristiana del nacimiento de Cristo para atacar a cristianos, una minoría en el norte del país que ha tenido que dejar sus casas por miedo al yihadismo. Las iglesias abandonadas son una estampa común de las aldeas de estados como Borno y Adamawa. En 2011 Boko Haram asesinó con bombas a cientos de personas que acudían a misa en varios templos. Después de esa fecha, los atentados en iglesias han descendido sencillamente porque no queda casi nadie al que matar. Los curas han muerto o han huído. En las iglesias que aún siguen abiertas han instalado arcos metálicos en la entrada y han multiplicado la seguridad. Boko Haram ha ganado la batalla de la desestabilización y el miedo.
Con 78 millones de cristianos, Nigeria posee la mayor comunidad de creyentes de esta religión en África. Pero para ellos, los 12 estados del norte, donde se practica la Sharia, son territorio hostil: los cristianos no pueden ocupar cargos públicos, ni mostrar su fe en público. Es una religión silenciada.
En una las trincheras en las que se combate esta guerra, la de la violencia sexual, las reglas de los yihadistas incluyen la violación ‘ideológica’ de mujeres cristianas para ‘transmitir’ su retorcida idea del Islam a la siguiente generación con el embarazo. Es su forma de lucha religiosa, demográfica y también militar. En una de las liberaciones masivas de niñas de la pasada primavera, de 534 adolescentes llegaron embarazadas 214. Se cree que la organización aún posee más de 800 esclavas sexuales en su poder. Kashim Shettima, el gobernador del estado de Borno, uno de los bastiones de la secta, asegura con técnicas de lavado de cerebro sobre sus miembros se busca “que no tengan remordimientos al violar a las niñas. Son adoctrinados para violar al mayor número de mujeres como una táctica legítima para acabar con sus enemigos”.
Aunque el ejército del país ha recortado terreno a los yihadistas y ha liberado a muchas mujeres y niños de las garras de esta organización, Boko Haram aún posee un enorme ‘granero’ de personas retenidas no sólo para lavarles el cerebro, sino para convertirlos en suicidas a cambio de no matar a toda su familia. Este otoño más de 300 personas fueron liberadas en el bosque de Sambissa, la base de operaciones de la secta yihadista, del tamaño de Andalucía.
El presidente Muhamadú Buhari, que había dado un ultimátum a los militares para que acabasen con la insurgencia este diciembre, dijo que Nigeria había “ganado técnicamente la guerra”. Por desgracia para su cálculo, el conflicto que plantea Boko Haram es mucho más complejo y no sabe de reglas. Por eso en este territorio las victorias son relativas y las derrotas, tangibles.
El problema para Boko Haram es que ahora ya no se enfrenta sólo al ejército de Nigeria. Desde hace un año le combaten además tropas enviadas por Sudáfrica, Camerún, Níger y, sobre todo, los indomables soldados chadianos, los mejor entrenados de la zona. Una guerra mundial africana.
No es fácil parar sus ataques y adelantarse a su estrategia. Además de las niñas, usan mujeres adultas para activar los cinturones explosivos. O burros bomba. Además, después de cada detonación, hombres armados irrumpen en la escena y aprovechan el caos para abrir fuego a la masa de gente huyendo. El objetivo son los mercados, las estaciones de autobús, las aglomeraciones, las iglesias, incluso las mezquitas. Al margen de la propaganda asesina de atentar contra cristianos en Navidad, las principales víctimas de Boko Haram suelen ser musulmanes.
El analfabetismo, caldo de cultivo perfecto para el yihadismo, avanza en toda la zona. La violencia de Boko Haram, que tiene a medios millón de personas desplazadas en Níger, Chad y Camerún, provoca que un millón de niños haya dejado de ir a la escuela. Ataques como el del colegio de Chibok de hace año y medio, con 276 niñas secuestradas, son sólo un ejemplo de lo importante que es ese punto para los terroristas: es más fácil para ellos reclutar miembros entre una juventud inculta.
Pese a las campañas internacionales y la movilización en las redes sociales, ninguna de esas niñas ha sido aún localizada. Ni viva ni muerta.