La Policía sueca combate a un crimen organizado que recluta a menores de 15 años como sicarios para sus asesinatos.
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La imagen de Suecia como uno de los países más seguros del mundo ha empezado a desmoronarse durante los últimos años. La explosión de una bomba cada día en enero, el asesinato a sangre fría de un activista iraquí que quemó varios ejemplares del Corán la semana pasada y el tiroteo masivo que dejó once muertos en Örebro el martes muestran que la violencia en el país nórdico, cuna del Estado de Bienestar y la igualdad, ha cruzado una peligrosa línea.
El Gobierno de centro de derecha, que asumió el poder tras las elecciones de 2022 con apoyo parlamentario de la ultraderecha, situó la lucha contra las bandas del crimen organizado que se disputan el control del tráfico de drogas como su mayor prioridad. El endurecimiento de las penas y el refuerzo de la Policía con apoyo incluso del Ejército, sin embargo, tardarán años en tener resultados.
«Suecia descuidó el crimen y la segregación durante muchos años. Las medidas que hemos implementado claramente tienen un efecto positivo. Al mismo tiempo, existe un riesgo constante de que surjan nuevas espirales de violencia bajo la superficie», explica el ministro sueco de Justicia, el conservador Gunnar Strömmer en una entrevista al diario británico «Financial Times».
Ante las críticas, el primer ministro, Ulf Kristersson, achaca la ola de violencia a la herencia recibida de ocho años de Gobiernos socialdemócratas. «Si hubiéramos hecho lo que estamos haciendo ahora hace años, no estaríamos donde estamos ahora», explica antes de añadir que se necesitará «toda la década de 2020 para resolver este problema».
Con todo, el número de homicidios con armas de fuego ha disminuido ligeramente en Suecia, pasando de un pico de 63 en 2022 a 54 en 2023, y 44 el pasado año, frente a los 15 registrados en 2010. Cifras que colocan al país escandinavo a la cabeza de Europa tras Albania y Montenegro.
El mayor problema es la actividad de la bandas criminales, cuyas acciones, otrora circunscritas a los suburbios de las grandes ciudades (Estocolmo, Gotemburgo y Malmö), empiezan a extenderse a localidades más pequeñas. La Policía sueca estima que alrededor de 62.000 personas están relacionadas con las pandillas. En comparación, la Policía danesa tiene registradas a 1.252.
Estas organizaciones criminales intentan infiltrarse de manera sistemática en instituciones clave del Estado, como los tribunales, la Policía y las prisiones, lo que socava la capacidad del Gobierno para enfrentar de manera efectiva el crimen organizado. E incluso tratan de extender sus tentáculos a las vecinas Dinamarca y Noruega.
«En Suecia, no hablamos de un sistema judicial o policial fallido. El problema es una sociedad del bienestar que ha fallado, donde los niveles de marginalidad y los factores de riesgo son mucho mayores que en Dinamarca o Noruega», señala a LA RAZÓN David Sausdal, experto en criminología en la Universidad de Lund.
En este sentido, lo más alarmante es que niños menores de 15 años sean reclutados por las bandas como sicarios a cambio de dinero o regalos a través de redes de mensajería como Telegramo o Snapchat, aprovechando que no alcanzan la edad de la responsabilidad penal. De ahí que el Gobierno anunciara un plan para intervenir las comunicaciones de los niños a partir de los 12 años.
Como resultado, el número de casos relacionados con asesinatos en Suecia con personas de menos de 15 años subió de 31 en los primeros ocho meses de 2023 a 102 en el mismo período de 2024, según la Fiscalía. Esto incluye, entre otros casos, asesinato, conspiración para asesinar, tentativa de asesinato, complicidad en asesinato e incitación al asesinato.
Un adolescente relató bajo anonimato a la televisión pública SVT que «por hacer saltar una puerta en Malmö pagan 3.000 euros. Por matar a una persona pagan 80.000 euros». «Nunca he matado a nadie, pero he hecho daño a mucha gente», reconoce.
Hampus Nygårds, el jefe adjunto del Departamento Nacional de Operaciones de la Policía sueca, advirtió a los padres que presten atención a los cambios en el comportamiento de sus hijos. «Observen qué tipo de actividad se está produciendo en el ámbito digital. ¿Qué está pasando? ¿Tiene el joven, el niño, más dinero, más efectivo, más tecnología?», asegura.
Por su parte, la Policía atribuye el número récord de atentados con bomba a una forma de extorsión de las bandas a empresas y negocios. En opinión del criminólogo Amir Rostami, «no debería sorprendernos que periódicamente veamos muchos tiroteos y explosiones. Donde hay bandas criminales se produce este tipo de desarrollo». «La atención debe centrarse en cómo podemos reducir la influencia y los recursos de las pandillas a largo plazo», dice.
En un país donde el 20% de sus 10,5 millones de habitantes es de origen extranjero, muchos apuntan a la inmigración como razón de la ola de violencia. Mientras que la derecha lo atribuye a una inmigración sin control durante las últimas dos décadas, la izquierda denuncia unos servicios públicos deteriorados que no son capaces de integrar en la sociedad sueca a los inmigrantes de segunda generación. En definitiva, un cóctel de desigualdad y violencia que puede estallar en cualquier momento incluso en el paraíso del bienestar.