Desde hace un tiempo se sabe que el Reino Unido es cuna de terroristas, incluso los seguidores de Alá ya no son sólo aquellos que vienen de afuera. Hoy en día, los nacidos en el país, educados en sus colegios y formados en universidades son los que luego se convierten al islam. El caso más reciente es el de Michael Adebolajo y Michael Adebowale, los dos británicos que en mayo asesinaron a sangre fría a machetazos a un soldado a plena luz del día.
El primero, artífice del crimen, era un estudiante normal y corriente. Nacido en Lambeth en 1984, creció en Romford, iba a la escuela en autobús, jugaba al fútbol, tenía un montón de amigos y le gustaba vestir con ropa deportiva de marcas americanas. Sus padres, de origen nigeriano y cristianos, confesaron que cuando llegó a la adolescencia, se “les fue de las manos” y empezó a relacionarse con “malas amistades” del barrio de Hackney. Se convirtió al islam en 2003, a los 19 años.
Condenar a estos asesinos a prisión no es la mejor opción. La prioridad es que los recién llegados no tengan contacto con los fanáticos, pero el perfil de algunos lo complica mucho más. Hasta hace poco, en las celdas se encontraba Abu Qatada, uno de los ideólogos yihadistas más influyentes del mundo y considerado mano derecha de Bin Laden. La Fundación Quilliam, cuenta que han llegado a utilizar las tuberías para difundir su mensaje. “En el último lustro se han encarcelado alrededor de 150 musulmanes con condenas relacionadas con el terrorismo. Las autoridades piensan que así se termina el problema, pero no hace más que empezar”, asegura James Brandon, portavoz del “think tank” musulmán, contrario a cualquier doctrina extremista. “Empiezan enseñándoles cómo sobrevivir en prisión para ganarse su confianza y luego les comen la cabeza”, agrega. De hecho, convertirse al islam es una medida de supervivencia. Los presos no musulmanes de la cárcel de alta seguridad de Long Lartin se han visto obligados por los grupos radicales a dejar de escuchar música “occidental” o a quitar los posters de chicas desnudas. Los jóvenes son obligados a orar e incluso a dejarse crecer la barba.
Según el último censo de 2011, el número total de personas en Inglaterra y Gales que son cristianas se redujo en 4,1 millones, lo que representa una disminución del 10%, mientras que el número de musulmanes aumentó en un 75%. La mayoría vive en Londres, por lo que el 12,4% de los habitantes de la capital son seguidores del islam.