La Iglesia creará una comisión para estudiar el agotamiento laboral que crece entre las religiosas.
Estar ‘quemado’ por el estrés, el agotamiento laboral o por trabajar en un contexto abusivo. Esto es lo que se conoce como el síndrome del ‘burnout’ y, según el suplemento femenino del diario oficial del Vaticano, está creciendo cada vez más entre las monjas. Por eso, la Unión de Superioras Generales ha decidido instituir una comisión de cuidados personales que en los próximos tres años llevará a cabo un estudio de un tema que hasta el momento era un completo tabú.
En el pasado, cuando el Donne Chiesa Mondo – de L’Osservatore Romano – todavía estaba dirigido por Lucetta Scarafifa, la revista desveló las condiciones deplorables que sufren muchas monjas en la Santa Sede, tratadas como auténticas sirvientas por cardenales y obispos. En otro número, un valiente editorial denunciaba los abusos sexuales de sacerdotes a las religiosas y obligó al papa Francisco a reconocer por primera vez este fenómeno.
Para evitar que las lamentables condiciones de muchas monjas siga siendo un fenómeno desconocido, la psicóloga y religiosa australiana Maryanne Lounghry asegura ahora que estudiarán no sólo los casos aislados, sino el “ecosistema” entero de congregaciones y comunidades. El objetivo es establecer un código de conducta: al igual que ha sucedido con los casos de abusos sexuales a menores, las monjas quieren unas líneas guía para que se conozcan sus obligaciones, pero también sus derechos en sus puestos de trabajo, así como que tengan algo parecido a un contrato laboral.
“Cada religiosa tiene que tener una especie de código de conducta, una carta de acuerdo con el obispo o el párroco para poder decirle: ‘Sabe, trabajé 38 horas esta semana o no puedo trabajar el domingo y vuelvo el lunes, necesito un día libre’. Un contrato de negociación te hace más fuerte”, dice Lounghry. La religiosa australiana cree que también deberían darles ciertos beneficios para invertir en su bienestar, como dos semanas de vacaciones, una paga, una situación de vivienda digna, acceso a Internet o incluso un año sabático después de cinco años trabajando contínuamente.
“Un trabajo seguro durante un año me da paz y tranquilidad, así como saber que no me pueden enviar al otro lado del mundo en ningún momento, o cuándo puedo ir de vacaciones. Sin embargo, si no conozco los límites de mi compromiso, no puedo controlar el estrés. No tener el control de la vida de uno, no poder planear, socava la salud mental. Trabajar en la ambigüedad, sin ciertas reglas, puede hacer que me sienta intimidado, abusado, molestado”, continúa Lounghry, investigadora del Boston College y la Universidad de Oxford.
La monja denuncia situaciones muy difíciles en algunas parroquias, donde los sacerdotes tienen el poder absoluto sobre las religiosas, son alejadas u obligadas a trabajar sin que se les reconozca nada. También muchas sufren estrés postraumático por asistir directamente a las personas más frágiles, en campos de refugiados o en guerras.
En el mismo número, la revista también revela que el papa Francisco ha autorizado una casa especial en Roma para las monjas que han sido expulsadas de sus órdenes religiosas y forzadas a vivir en la calle, y cuenta que ha visto como una de ellas ha tenido que ejercer la prostitución para sobrevivir. “Hay casos muy duros, en que las superioras se quedaron con el documento de identidad de las hermanas que querían salir del convento, o que fueron expulsadas”, explica en una entrevista el jefe de las congregaciones religiosas del Vaticano, el cardenal Joao Braz di Aviz.
“¡Son ex-monjas! Estamos tratando con gente que ha sido herida y debemos volver a construir la confianza. Debemos cambiar esta actitud o rechazo, la tentación de ignorar a esta gente de decir que este no es un problema nuestro”, continua el purpurado.
El cardenal también reconoce que su dicasterio (ministerio) está recibiendo informes de casos de abusos a religiosas por parte de sacerdotes y que se están investigando, pero que además “comienzan a aparecer casos de abuso sexual entre monjas”. “En una congregación nos han señalado hasta nueve casos. Este fenómeno que afecta a las mujeres se ha mantenido por más tiempo escondido. Pero sale a la luz. Tendrá que salir”, señala Braz de Aviz.
Mientras tanto, el número de monjas en el mundo continúa en caída libre. Las más mayores fallecen y la Iglesia no logra que mujeres jóvenes las reemplacen. En el 2016 había casi 660.000 monjas en el mundo, según las cifras del Vaticano, mientras que diez años antes superaban las 750.000. Europa es el continente donde menos mujeres sienten esta vocación, mientras que los países asiáticos y africanos son los lugares donde más aumenta el número de nuevas religiosas.