Las multinacionales de EE.UU. ceden para evitar la guerra directa con Trump


General Motors, Ford y Boeing revisan sus inversiones en México y China ante la amenaza de tarifas

Donald Trump está ganando las primeras batallas contra las multinacionales estadounidenses sin siquiera haber tomado posesión como presidente. Su reiterada promesa electoral de obligar a las compañías a crear empleo en Estados Unidos empieza a encontrar respuestas positivas en forma de traslado de inversiones previstas, la mayoría desde México. La automovilística Ford ya ha pasado por el aro del amenazante domador que lanza cada día un desafío. Las gigantes General Motors y Boeing, la primera implantada en el vecino del sur y la segunda con ambiciosos proyectos en China, revisan sus planes inversores y de contingencia. Anteriormente, United Technologies, fabricante de Carrier, anunció su permanencia en Indiana a cambio de un incentivo del estado para mantener su planta de fabricación de aparatos de aire acondicionado y garantizar el mantenimiento de mil empleos. También en Indiana, Rexnord, fabricante de componentes del automóvil, renunciaba a trasladar a Nuevo León (México) los 300 puestos de trabajo de su factoría.

Aunque no es la única, la automoción se sitúa en la principal diana de las advertencias de Trump, deudor con muchos trabajadores de los estados industriales (sobre todo, Michigan, Wisconsin y Pensilvania), que cambiaron su voto demócrata por la esperanza de recuperar el empleo y el bienestar perdidos. Antes de entrar en abierta guerra con un presidente-magnate, tan duro negociador como ellos mismos, los directivos de las multinacionales prefieren por ahora someterse.

El anuncio de Ford de no construir su proyectada planta en San Luis de Potosí (México) para fabricar pequeños Focus, a la que iba a destinar 1.600 millones de dólares, ha sido la constatación de que Trump se empieza a salir con la suya. La emblemática compañía se ha sometido de forma sonora. En noviembre, ya había tenido un primer gesto, cuando la multinacional canceló el traslado de la producción de los vehículos utilitarios Lincoln de Louisville (Kentucky) al país del sur. El nuevo anuncio de Ford, que obvia a México para destinar 700 millones a crear otros tantos empleos en su planta de Dearborn, al sur de Detroit, es una rectificación en toda regla. Aunque la compañía trató de justificar el cambio con explicaciones técnicas y económicas, tras el volantazo se encuentran conversaciones entre Trump y el propietario de la multinacional, Bill Ford Jr. Baste recordar la afirmación categórica que su presidente ejecutivo, Mark Fields, proclamó en noviembre: «Es demasiado tarde para cambiar los planes de construir la planta de México».

Pero la principal razón de Ford para desdecirse tiene que ver con el negocio. Cierto es que la relocalización de plantas en suelo estadounidense tendrá un coste a largo plazo: mayores salarios, que pueden provocar subidas de precio de los vehículos, y, quizá, descensos de las ventas. Pero, a corto plazo, Trump saca partido de su amenazante tarifa del 35% para los productos importados, que supondría a Ford mil millones de perjuicio al año.

Las amenzas

Cuando el nuevo presidente de Estados Unidos tome posesión el 20 de enero, comenzará la guerra comercial. Su neoproteccionismo económico choca con los principales líderes republicanos, guardianes de las esencias del libre comercio. Aunque el partido tiene en marcha su propia iniciativa para gravar las importaciones.

La siguiente compañía llamada a rehuir el encontronazo con Trump es General Motors. La fabricante número uno de automóviles en Estados Unidos cuenta aún con mayor presencia en México que su competidora Ford. Desde que en 2012 lanzara su gran apuesta, mantiene un compromiso inversor a largo plazo de 5.000 millones de dólares. La multinacional revisa ahora sus planes ante el cambio drástico de política comercial que viene de la mano de Trump, quien el martes lanzó este mensaje a General Motors por Twitter: «¡Fabrica en Estados Unidos o paga una tarifa en la frontera!».

El dedo acusador del futuro inquilino de la Casa Blanca también se fijó hace poco en Boeing, la primera empresa aeronáutica del país, a la que amenazó con cancelar el pedido de dos 747 para el Air Force One. En el fondo de sus críticas al alto coste de la operación, que podría ser rebajada de 4.000 a 2.800 millones, se encuentran los planes de la compañía de construir una planta de fabricación de asientos en territorio del gigante asiático.

La que promete ser la madre de todas las batallas medirá al nuevo presidente con la gigante tecnológica Apple, que fabrica todos sus dispositivos en China y Vietnam. Trump sabe que sería su triunfo definitivo, por el alcance de la marca y por los 150.000 empleos que integran hoy las plantas de producción de la compañía en Asia. Pero la complejidad es enorme. Trump lanzó durante la campaña una amenaza de boicot a Apple. Más recientemente, conversó con su presidente ejecutivo, Tim Cook, a quien prometió ayudas económicas. La compañía se resiste con el argumento de que el traslado de su producción podría duplicar o triplicar los precios de venta.