“¿Por casualidad no me estará confundiendo con mi hermana? Verá, soy la única de la familia que no ha ganado un Premio Nobel”, le dijo Eve a un reportero que quería entrevistarla.
Pero aunque no hubiese obtenido semejante honor, sin ella, el mundo no sabría tanto sobre su madre, la primera persona y única mujer en conquistar dos premios Nobel y la única persona en conseguirlo en dos disciplinas científicas diferentes.
Eve se encargó de escribir la biografía de la gran Marie Curie, quien en el último periodo de su vida encontró en ella, su hija menor, a una confidente.
La relación de Curie con sus dos hijas fue tan fascinante como la vida de cada una de ellas.
Irene se convirtió en una destacada científica que obtuvo, junto a su esposo, el Nobel de Química de 1935.
Eve, quien llegó a ser considerada una de las mujeres más bellas de París en los años 20 y 30, fue una aclamada escritora y activista por los derechos humanos.
Con cada una, la física y química polaca construyó un vínculo diferente. Y es que si algo sobresalía de las dos hermanas era cuán distintas eran entre sí.
Marie Curie, la madre
Mucho se ha escrito sobre Marie Curie como la extraordinaria científica, pero quizás no tanto sobre Marie Curie, la madre.
“Es difícil imaginar la vida cotidiana de Marie Curie como madre. Pero aunque era implacable en sus actividades científicas, también era devota a sus hijas”, le dice a BBC Mundo Shelley Emling, autora de “Marie Curie and Her Daughters: The Private Lives of Science’s First Family” (“Marie Curie y sus hijas: la vida privada de la primera familia de la ciencia”).
Cuando Pierre Curie murió en 1906, Marie sufrió uno de los golpes más devastadores de su vida.
La “catástrofe” la plasmó en su diario personal: “Todo ha llegado a su fin, Pierre está durmiendo su último sueño bajo la tierra; es el fin de todo, todo, todo”.
Marie no sólo perdió a su esposo, a su “mejor amigo” y a su compañero de investigaciones científicas, sino al padre de sus hijas.
Vivían en Francia. Irene tenía ocho años y Eve, se acercaba a los dos años cuando el físico fue atropellado por un carruaje tirado por caballos.
“Marie amaba profundamente a su marido y se sentía abrumada por el dolor, tanto que se negó a hablar de Pierre”, señala Emling.
“Eso molestó a Irene, quien extrañaba a su padre. Creo que su muerte eventualmente hizo que el vínculo de Marie con sus hijas fuese más fuerte”.
La educación
El duelo de Curie la hizo incluso sumergirse más profundamente en sus investigaciones y “también la obligó a confiar en otras personas para que la ayudaran en el cuidado de sus hijas”.
El padre de Pierre, por ejemplo, jugó un papel importante en la crianza de las niñas.
Y a menudo, cuando la científica necesitaba trabajar en el laboratorio, enviaba a las niñas a la casa de una tía.
Emling cuenta que aunque -debido a sus experimentos y estudios- Curie no podía pasar un tiempo excesivo con sus hijas, estaba absolutamente involucrada en su crianza.
“Por ejemplo, Marie no estaba satisfecha con el nivel de calidad de las escuelas parisienses de la época. Por eso, las niñas fueron educadas principalmente en el hogar. De hecho, Marie unió fuerzas con un grupo de distinguidos académicos que se turnaron para darles clases en sus áreas de especialización”, indica la escritora.
Curie, por su puesto, se encargó de enseñarles física y, en ese proceso, logró que Irene se enamorara de la ciencia. La niña se destacaba en matemáticas.
Su ejemplo también la cautivó. “Irene observó a su madre muy de cerca desde que era una niña y eso despertó su admiración por ella”, rememora la autora.
“Durante la Primera Guerra Mundial, con 17 años, Irene trabajó junto a su madre en la instalación de máquinas móviles de rayos X en los campos de batalla para que los soldados pudieran recibir un mejor tratamiento médico”.
Irene se desempeñó como enfermera radióloga en los hospitales de campaña.
Irene, la pupila
Tras el conflicto, Irene, quien cursaba sus estudios de doctorado, se dedicó a trabajar junto a su madre en el Instituto del Radio, posteriormente conocido como el Instituto Curie.
“Su relación con Irene fue quizás la más fuerte, al menos hasta sus últimos años de vida”, evoca Emling.
Irene realizó estudios pioneros sobre los rayos alfa de polonio, hizo sus propios descubrimientos y publicó sus propias investigaciones.
Aunque la influencia de su madre fue importante, nadie duda de que su exitosa carrera fuese el resultado de su propio mérito.
El fan que se convirtió en asistente
En el Instituto del Radio, Irene conocería a su futuro esposo.
En diciembre de 1924, el ingeniero químico Frédéric Joliot se había postulado al puesto de asistente en ese centro de investigaciones.
Tanta era la fascinación que el joven de 24 años sentía por Marie y Pierre Curie que había pegado una foto de la célebre pareja en la pared de su habitación, relata Emling en su libro.
Y es que gracias a sus estudios sobre la radiación, los esposos Curie ganaron en 1903 el Nobel de Física junto al científico francés Henri Becquerel.
en 1911, Marie nuevamente ganaría un Nobel, esta vez en Química.
Su sueño de trabajar hombro a hombro con su heroína se veía cada vez más cerca. Sin embargo, Curie tenía otros planes para el entusiasta aprendiz.
“El primer día de 1925, Marie puso a Frédéric bajo la supervisión de su distante hija Irene”, quien “sólo tenía una cosa en mente cuando estaba en el instituto: trabajar”, escribió la autora.
“Y, sin saberlo, le dio a Frédéric la peor tarea posible para alguien con su limitada experiencia: estudiar los aspectos químicos del polonio y otros elementos radioactivos, un área sobre la que no sabía casi nada”.
“Al principio, se debió haber sentido incluso más desmoralizado. Pero decidió que debía dominar la tarea si se quería quedar en el instituto y lo logró, incluso superando las expectativas de Irene”.
Joliot se dedicó con tal ahínco a la misión que le asignó la hija de su ídolo que incluso hizo descubrimientos que ayudaron a mejorar la forma cómo se realizaban los experimentos en el centro científico.
Consiguió ser asistente de Curie y, después, se convirtió en un renombrado científico y profesor universitario.
Los esposos Joliot
Emling cuenta en su libro que quizás Joliot percibía a Irene como lo hacían muchas personas en el instituto: “fría y distante”. Para algunos incluso era poco amigable, pero posiblemente se debía más a su capacidad de abstraerse en sus pensamientos científicos que a otra cosa.
“Era demasiado lejana y algunos pensaban que era muy similar a su madre en lo que se refería a su temperamento fuerte. Pero no importaba lo que sintieran personalmente con respecto a ella, nadie podía descontar su increíble inteligencia y talento”, señala la autora.
Independientemente de las primeras percepciones mutuas, el amor les llegó a los dos, se casaron en 1926 y unieron sus apellidos.
La breve biografía de Irene Joliot-Curie publicada en la página web del Premio Nobel hace honor a esa unión así como también al talento de la hija mayor de los Curie:
“Ya fuese sola o en colaboración con su esposo, hizo un trabajo importante sobre la radioactividad natural y artificial, la transmutación de elementos y la física nuclear; compartió con él el Premio Nobel de Química de 1935, en reconocimiento a la síntesis que lograron los dos de nuevos elementos radiactivos”.
“En 1938, su investigación sobre la acción de los neutrones en los elementos pesados fue un paso importante en el descubrimiento de la fisión de uranio(…) Se convirtió en profesora en la Facultad de Ciencias de París en 1937, y luego en Directora del Instituto del Radio en 1946”.
Al otorgarle el honor a la pareja, el Comité del Premio Nobel reconoció:
“Los resultados de sus investigaciones son de capital importancia para la ciencia pura, pero además los fisiólogos, los médicos y toda la humanidad sufriente esperan beneficiarse de sus descubrimientos, (que son) remedios de valor inestimable “.
Irene también participó en la construcción de la primera pila atómica francesa en 1948.
Fue una pacifista y, como Marie, tenía fuertes convicciones.
“Cuando Hitler invadió Polonia, Irene y su esposo rompieron con su antigua regla de siempre compartir sus hallazgos y nunca patentarlos por su deseo de hacer de la ciencia un campo completamente abierto. Pero cuando Hitler llegó al poder, escondieron su investigación de fisión en una bóveda durante la duración de la guerra para evitar que cayera en manos de los alemanes”, señala Emling.
Eve, la aventurera
A Eve le encantaba tocar el piano. De hecho, ofreció conciertos en Europa.
Pero, aunque una de sus pasiones era la música, decidió dedicarse a escribir.
“Se convirtió en crítica de música y cine de varias revistas. Ya en 1932 había traducido y adaptado la obra estadounidense ‘Spread Eagle’, de George S. Brooks y Walter B. Lister, para una producción teatral en Francia”, señala Emling.
“Sin duda Irene fue notable como científica. Pero Eve también fue increíble, ya que encontró el éxito en un campo ajeno al que había sido educada. Y al final, su vida resultó ser quizás la más aventurera de todas (las Curie)”.
Tras la ocupación nazi de Francia, en 1940, Eve se unió activamente a la causa “Francia Libre”.
Se convirtió en corresponsal de guerra y cubrió varios frentes durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en Irán, Irak, India, China, Birmania y el norte de África.
De esas experiencias nació su libro: “Journey among Warriors”, obra que le dedicó a su madre.
A inicios de los 50, se convirtió en consejera especial de la secretaría general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La biógrafa
Pese a que Eve no compartió con su madre el interés por la ciencia, “se acercó bastante a ella durante su último año de vida”, evoca Emling.
“Fue su cuidadora y confidente mientras Irene estaba ocupada con sus investigaciones (…) Al final de su vida, Marie llegó a tener más confianza con Eve que con Irene”, reflexiona la autora.
Tras la muerte de su madre en 1934 y con 29 años, Eve aceptó la propuesta de unos editores estadounidenses y se dedicó a escribir la biografía de la científica: “Madame Curie”, publicada en 1937.
“El libro se convirtió en un éxito masivo y Eve ganó varios prestigiosos premios literarios”, señala Emling.
En el obituario que realizó The New York Times sobre ella, se destacó el “admirable retrato” que hizo de su madre.
Cubrió “desde su nacimiento y su infancia en Polonia, siguió su educación en Francia y el descubrimiento, junto a su esposo, de los elementos radioactivos: radio y polonio”, señaló el periódico.
“El libro se convirtió rápidamente en un best seller y en 1943, en una película de Hollywood”.
Sin embargo, algunos críticos cuestionaron que no incluyera “el apasionado affair” que Marie Curie tuvo con un hombre casado en los años posteriores a la muerte de Pierre.
Pero, más allá de esa omisión, “la obra definitivamente catapultó a Eve en el centro de la atención y la transformó en una estrella por derecho propio”, dice Emling.
“No odio la ciencia”
Cuando Eve viajó a Estados Unidos para hacer una gira, “su rostro sonriente apareció en la portada de la revista Time de febrero de 1940 y fue acogida como una celebridad”.
Además de ofrecer conferencias y reunirse con algunas de las figuras públicas más importantes de la época, fue la atracción de la prensa.
Cuando los reporteros le preguntaron sobre el camino profesional que tomó, ella respondió: “No odio la ciencia, simplemente me aterroriza”.
Según Emling, en ese viaje Eve trató de convencer a los estadounidenses y a los políticos de ese país a involucrarse en la guerra que azotaba Europa.
“La primera dama de Unicef”
La hija menor de los Curie se casó con Henry Labouisse, un diplomático estadounidense que entre 1965 y 1979 fue el director ejecutivo de Unicef.
Fue él quien aceptó el Premio Nobel de la Paz que le fue concedido a la organización en 1965. Su esposa lo acompañó.
Eve se convirtió en una activista por los derechos humanos y visitó muchos de los más de 100 países en vías de desarrollo que estaban recibiendo asistencia de Unicef en esa época.
La agencia de las Naciones Unidas para la infancia recuerda que Eve fue conocida como “La primera dama de Unicef”.
Y la describe como “una talentosa mujer profesional que usó sus muchas habilidades para promover la paz y el desarrollo. Mientras su esposo dirigía UNICEF, ella jugó un papel muy activo en la organización, viajó con él para abogar por los niños y para brindar apoyo y aliento al personal de Unicef en lugares remotos y difíciles”, señala la organización.
Dos hermanas, dos mundos
Emling cuenta que Irene era muy parecida a su madre. Le gustaba llevar una vida simple, era muy estudiosa, callada, reservada y prefería quedarse en casa antes que salir a socializar.
Eve, al contrario, “disfrutó de un amplio círculo de amigos, así como del teatro y de las fiestas”.
Era alta, delgada, de piel clara y cabello oscuro. “Gracias a su figura glamorosa fue considerada por muchos como una de las mujeres más bellas de París en la década de 1920 y 1930”.
En el pensamiento político también eran diferentes, explica la autora.
“A medida que crecían, Irene se movía cada vez más hacia la izquierda políticamente, mientras que Eve siempre se consideraba una moderada con una verdadera afinidad por los Estados Unidos”.
“Eve a menudo se refería a sí misma como la oveja negra de la familia ya que el camino que había tomado era muy diferente al elegido por sus familiares más cercanos”, dice la escritora.
Irene murió en 1956 a los 58 años, tras sufrir de leucemia, que se cree fue causada por su exposición prolongada a material radioactivo.
Su madre había fallecido de la misma causa.
Eve murió a los 102 años en 2007.
Aunque no tuvo hijos, desarrolló una relación muy cercana con su hijastra, Anne L. Peretz, quien dijo, según The New York Times, que al final de su vida, Eve “sintió una enorme culpa por ser la única entre las mujeres de su familia que se había escapado de una vida de radiación y sus consecuencias”.