Pasa sus días haciendo algo parecido a esos dibujos en los que se une puntos para obtener un perfil. Es una metáfora: en realidad, ella no dibuja, pero sí une puntos y finalmente llega a una figura. Quiñones Urquiza es una perfiladora criminal.
Su trabajo consiste en proponer una hipótesis sobre la personalidad, el sexo, la edad, la ocupación, el nivel socioeconómico y el estilo de vida del autor de un delito. Los jueces de instrucción, los fiscales o los policías toman su informe como una herramienta en la investigación. Y, claro, es un trabajo nada sencillo.
“Los perfiladores analizamos el método necesario para la comisión del delito; o sea, el modus operandi”, dice Laura Quiñones Urquiza, cuyo último libro es Lo que cuenta la escena del crimen. “Lo separamos de las firmas o huellas psicológicas; es decir, de aquello que no es necesario para la comisión del delito. Si un delincuente sexual viola a una mujer y la golpea excesivamente, está mostrando una violencia expresiva”.
“Lo mismo ocurre con lo que les dicen los violadores a las víctimas”, sigue. A la hora de buscar a un agresor todo lo que haya hecho o dicho durante el ataque es una pista. “Cada expresión verbal tiene un significado. Esto no es analizable por sí solo, sino en un conjunto y en todo lo que implica la interacción víctima-victimario-lugar del hecho”.
En la Argentina, Quiñones Urquiza (a quien se puede leer en columnas de La Nación y Perfil; y ver frecuentemente en Telefé Noticias) es una de las pocas especialistas en perfilación criminal. Desde hace 10 años viene trabajando para juzgados de instrucción, fiscalías y fuerzas policiales a lo largo del país.
La perfilación, una herramienta complementaria de la criminología, nació en la década de 1970, con el trabajo de tres agentes del FBI que buscaban obtener y organizar datos para resolver casos análogos. La serie Mindhunter, de Netflix, cuenta aquella historia.
¿En qué elementos te basás para perfilar?
Leo todo el expediente y pido todas las fotografías, que suelen ser 200 o 250. Lo mismo con las autopsias: no uso solamente las fotos que están en un expediente, pido todas las que se tomaron. Busco las lesiones, me fijo en su naturaleza de acuerdo a lo que escribió antes el médico. Las manchas de sangre son importantes para mí. También pido las pericias informáticas. Y a veces, pido que me pasen la información policial que hay sobre la víctima y las declaraciones de los testigos.
¿Y qué hacés con eso?
Un informe técnico consultivo que sirve para reducir el número de sospechosos. Pero a mí no me importa si ya hay sospechosos reales porque eso sería adaptar el perfil criminal a un sospechoso con nombre y apellido. Hace un par de años me llegó el caso de una muerte dudosa. El sujeto había aparecido en su living, parecía que se había caído y golpeado. Pero cuando se hizo la autopsia se vio un pequeño rasguño, se abrió el cráneo y apareció una fractura. Esa caída que se había querido presentar no era consistente con las lesiones que se deberían haber encontrado en la espalda, en la nuca o en los brazos. Así comenzó la pregunta: ¿fue un accidente o fue un homicidio? Empecé a armar el perfil de un posible homicida con todo el material que me fueron pasando. Solicité que volvieran a citar a dos testigos y que averiguaran otras cosas. Hice un esquema de preguntas. El perfil coincidía con una persona allegada. La fiscal la citó y esa persona confesó. Había sido un homicidio.
¿Los asesinos y los violadores siguen patrones cuando repiten sus ataques?
Sí. Hay cosas que van experimentando o mejorando. También hay conductas muy estancadas. Aunque los violadores pueden cambiar su conducta filmando o amenazando a las víctimas. En asesinos, veo que aumenta cierta voracidad. Deja de ser ensayo y error, como en los comienzos.
¿Cuáles dirías que son las principales fuerzas que llevan a una persona a agredir a otra?
La venganza, el sexo y el dinero. Son pocas. Y todo está englobado en una cuestión de poder.
¿Qué hay en la mente de los asesinos y de los violadores?
Un océano de “sí”: “sí” a violar, “sí” a matar. No hay reglas. Muchos de ellos son indetectables porque Hollywood ha contribuido a que los imaginemos como personas con cara de malos, pero las personas que matan o violan no son así. Son personas comunes y corrientes que tienen necesidades distintas y que, para mí, no deberían estar caminando entre nosotros. En perfilación tenemos un lema: el que lucha con monstruos deberá procurar no convertirse en uno de ellos. En realidad, no estamos hablando de monstruos, sino de seres humanos con conductas monstruosas.
¿Y cómo es el “sí” de los asesinos y los violadores?
Se permiten hacer lo que les da la gana con su víctima. Lo único que tienen en común los diferentes tipos de violadores es que se creen con la potestad de elegir con quién, cómo, cuándo y dónde tener relaciones sexuales. Lo que los excita es violar; no es que violan porque están excitados desde antes.
¿Por qué creés que esta disciplina está tan extendida en los Estados Unidos pero todavía no en la Argentina?
Tal vez sea porque hay un cierto arraigo por cargar a la psicología con cosas para las que no está preparada. A la psicología se le piden cosas que corresponden a la criminología y no se puede psicologizar a la criminología. Hace un tiempo le pedí una opinión sobre un descuartizamiento a un psicólogo forense que había hecho un curso online de perfilación criminal. Le mostré las fotos y se descompuso. Pero un perfilador no puede tenerle asco a nada porque el asco te contamina de subjetividad y el perfil es objetivo. El perfilador no ve gente muerta; el perfilador ve datos.
Por último, ¿te gusta la serie Mindhunter?
Sí. Mindhunter transmite la obsesión, muy real, que tenemos los perfiladores. Cuando me llega un caso, no me quiero dedicar a otra cosa más que a ese caso. Y espero con ansias los resultados de las pruebas, las respuestas que me puedan dar los testigos, más fotos y reconstrucciones planimétricas. Hasta que no entiendo bien al agresor no encuentro paz.