La controversia que ha ido creciendo hasta llenar el debate en todos los ámbitos arrancó hace unas semanas, con la cancelación de una jornada exclusiva para mujeres con burkini, que una ONG había organizado en un parque acuático cerca de Marsella.
Tras este episodio polémico, dos localidades de la Costa Azul, Cannes y Villeneuve-Loubet, prohibieron el uso de esta prenda en sus playas y las autoridades de Sisco, en Córcega, también lo vetaron tras un enfrentamiento en el que resultaron heridas cinco personas y que se originó cuando un chico quiso fotografiar a una mujer en burkini. En total, el veto ya se extiende a una docena de municipios galos.
Pero para las mujeres musulmanas esta historia comenzó mucho antes, “porque el interés por entrometerse en el cuerpo de la mujer es recurrente desde hace siglos”, declara a EL MUNDO Laure Rodríguez Quiroga, miembro de Red Musulmanas, que afirma que lo único que ellas quieren es “libertad para poder decidir”. Ha escuchado muchas veces el argumento de que el burkini es un símbolo de la opresión de la mujer, pero “si la intención es liberarnos no tiene sentido hacerlo prohibiéndonos algo. Es contradictorio. Y sea patriarcal o no esa forma de vestir, prohibirlo atenta contra nuestros derechos”.
Rodríguez Quiroga, que abrazó el islam hace 14 años “por decisión propia, después de haberme documentado mucho·, considera que ·quien usa burkini lo hace porque quiere, porque forma parte de una filosofía de vida. Lo hacemos porque decidimos por nosotras, porque queremos ir así y, también, tiene que ver con el pudor”, dice quien en su casa practica nudismo.
Más tajante es Hallar Abderrahaman, musulmana y activista, que afirma: “Yo uso burkini porque me da la gana. Porque soy libre para llevarlo. Es una tela de bañador, es higiénico y me gusta”. Nacida en Ceuta, Abderrahaman vive en Barcelona y veranea en Menorca, donde baja con esta prenda a la playa. “Algunos me ven y se asustan, pero es por fobia, por desconocimiento. Nadie me ha prohibido ir así, pero es verdad que mi pareja se ha llegado a sentir incómoda porque no dejaban de mirarnos y hemos tenido que cambiar de playa”.
Hasta la fecha, 10 mujeres han sido multadas en las costas francesas -con 38 euros- por ir a la playa con burkini, pese a la prohibición. En los decretos lanzados para regular esta vestimenta se apela fundamentalmente a la “laicicidad” del Estado y a “motivos de seguridad” y se alega que “una prenda que manifiesta de forma ostentosa una pertenencia religiosa, cuando Francia y los lugares de culto religioso son actualmente objetivo de ataques terroristas, puede provocar disturbios del orden público”. El alcalde de Sisco, Ange-Pierre Vivoni, ha afirmado que “la gente aquí se siente provocada por cosas como ésta”. El director general de servicios del Ayuntamiento de Cannes, Thierry Migoule, fue aún más lejos al afirmar en Francetv info que el burkini es una “señal de adhesión al yihadismo” y plantea además “problemas de higiene”.
Abderrahaman considera estos argumentos “injustos”. “La prohibición de algo tiene que estar acorde al problema que se quiere resolver. Y prohibir el burkini no va a acabar con el terrorismo, eso está claro. El burkini no lo impone el islam ni el Corán, lo llevamos porque queremos. Esta prenda no tiene nada que ver con los terroristas, pero todo lo relacionado con la barba (salvo que seas un hipster occidental) o con el velo lo relacionan con el yihadismo. No puede ser. Es una norma islamófoba”, sentencia, para luego añadir que “la medida es contraria a la diversidad cultural y sólo sirve para invisibilizar a la mujer musulmana”.
La situación en España
Lejos de aminorar, la polémica en torno a este bañador crece. El propio primer ministro francés, Manuel Valls, se ha pronunciado al respecto y ha apoyado los vetos que se han dictado en varias localidades del país, pero ha descartado que el Gobierno vaya a lanzar una legislación al respecto. La polémica se ha extendido a Marruecos, donde este traje de baño está prohibido en algunas piscinas de hoteles y clubes privados; y a Bélgica, donde la diputada de origen marroquí, Nadia Sminate, miembro del partido separatista Nueva Alianza Flamenca (N-VA), ha pedido su prohibición en todo el territorio bajo el argumento de que “es absolutamente necesario evitar que las mujeres se paseen en burkini por Flandes. No creo que quieran, en nombre de la fe, caminar con semejante horror en la playa”.
Tampoco queda exenta del debate España, donde no existe una regulación al respecto en las playas pero algunas piscinas y parques acuáticos sí imponen limitaciones.
Por ejemplo, el parque Aquabrava de Roses (Girona) prohíbe el burkini en sus instalaciones. Su directora comercial, Maribel López, asegura en declaraciones a Europa Press, que se trata de motivos “estrictamente de seguridad”, ya que las prendas anchas pueden conllevar accidentes con las diversas atracciones y se ha mostrado sorprendida por la polémica generada, pues tampoco permiten el baño con pareos, camisetas anchas o bañadores integrales.
Pero lo cierto es que algunas musulmanas han encontrado dificultades para acceder a determinados recintos en España. Es el caso de Fatima Aatar El Achouch, que desde un pueblo rural del norte de Marruecos cuenta su experiencia. “Tuve problemas para acceder a la piscina municipal de mi barrio y también al parque acuático Water World (en la Costa Brava)”. Aatar explica que “en ambas situaciones me prohibieron hacer uso del servicio pero con argumentos ambiguos y débiles. Que si por higiene, que si por llevar el cabello cubierto, que si por mi propia seguridad, etc. En el parque acuático, cualquier queja tenía que pasar por el juego burocrático (rellenar una hoja de reclamación, llevarla a comisaría, etc.) y no me apetecía. En la piscina opté por aguantarme, pero ese mismo día que la socorrista me prohibió entrar, vi a una chica que llevaba un pantalón de calle. Se lo dije, ya que su argumento era que yo no llevaba ropa de baño. Le comenté que era muy curioso que a la otra persona sí la dejase y a mí no. No supo responder”.
Aunque todas reconocen que en España el problema no es como en Francia. “Aquí se es más cuidadoso en materia de asuntos religiosos, porque con la Iglesia hemos topado”, afirma Quiroga. Esta activista de Red Musulmanas indica que “a la gente se le llena la boca con que respetan las libertades, pero si no cumples el canon occidental entonces no es así. Consideran que una mujer se cubre por obligación, pero eso es sólo en Irán. Es falsa la concepción de que una mujer cuanto más se desnuda más libre es”.
Fatima añade otro elemento al debate: “A las personas que nos cubrimos nos obligan a destaparnos y a las personas transexuales las obligan a cubrirse. Este doble rasero muestra que el problema de fondo no es la higiene ni la seguridad sino la aversión hacia lo diferente”.
Quiroga zanja el asunto con una cuestión que lanza al aire: “Lo islámico responde al pudor, a algo personal sobre lo que no se puede legislar. ¿Otra vez vamos a regular sobre el cuerpo de las mujeres para garantizar las libertades?”