Las increíbles pautas de formación de los policías bonaerenses.
-¿Edad?
-42 años.
-¿Experiencia en alguna fuerza de seguridad?
-Ninguna.
-¿Motivo de la postulación?
-Necesito un trabajo…
-Bien, llene estas planillas y déjelas en esa ventanilla. Bienvenido a la Policía Bonaerense…
Inglaterra y Gales tienen una población conjunta de casi 60 millones de habitantes. En esos países la Policía hizo dos disparos en la calle en todo 2013. Y otros dos en 2014. Los mismos tiros disparó la Policía de Noruega en todo el año pasado, y no le dio a nadie: fueron tiros al aire, intimidatorios. A ese ritmo, el cargador de una sola pistola 9 milímetros -que en un tiroteo en el conurbano se puede vaciar en menos de tres minutos- le dura al Estado noruego 7 años. En Japón, la última vez que un policía le disparó a alguien fue en 2012. En un par de meses en la Argentina se pueden hacer más disparos que en toda la historia moderna de todos esos países sumados, pero ése no es el punto. Además, los que tiran no saben lo que hacen.
Una encuesta interna en la Bonaerense que encargó el ministro de Seguridad Cristian Ritondo detectó que había policías que no habían disparado una bala en los últimos tres años. No eran noruegos. Directamente no tenían entrenamiento. Otros policías patrullaban las calles más calientes del conurbano con dos balas en el cargador de la 9 milímetros, porque en la comisaría no tenían más. Si esos agentes se encontraban con ladrones huyendo que les disparaban, debían ser muy precisos con su blanco. Casi francotiradores.
Conocemos el final de muchas de esas historias: inocentes heridos o muertos por balas policiales que equivocaron el rumbo. Si es sistemático no es un error. Si es una política de Estado, es negligencia criminal.
Todo eso, dando por descontado que las armas estén en óptimas condiciones, lo que tampoco es cierto. Cuando el arma de un policía bonaerense se traba o se rompe, se las mandan a arreglar a uno de los oficiales armeros expertos en el tema. Para los 86.700 policías actuales -y sus 86.700 armas reglamentarias, sin contar las armas de los grupos especiales como el Grupo Halcón- hay, en este momento… cuatro especialistas armeros. Por eso muchos policías recurren a algún compañero que “se da maña” y arregla su arma de modo casero. Y así sale a la calle cada día. Y entonces el arma ya no importa. Es la vida la que queda atada con alambre.
La nueva administración de la Seguridad en la Provincia afirma que ninguno de los 18.000 policías locales -los de boina celeste, que los vecinos llaman “Pitufos”- superó los 50 tiros a lo largo de sus escasos seis meses de formación. Hicieron ocho tiros por mes, como máximo. Gente que hasta ese momento no había apretado el gatillo ni de una pistola de agua. Cincuenta tiros los hace cualquier tirador aficionado que va a practicar a un polígono, en menos de una hora. Los expertos coinciden en que nadie aprende a tirar con esa experiencia.
Como no aprendieron a tirar, tampoco aprendieron a limpiar las armas. Esa es la razón por la que muchas se traban y terminan en la inacabable lista de espera de los cuatro armeros. “Que te den el arma para salir a la calle con esa práctica de tiro es como que te den el registro el día que te enseñan cuál es el embrague para hacer los cambios del coche”, grafica uno de los expertos consultados.
Ejemplo atinado, porque con los autos policiales sucede algo similar. De los 14.000 vehículos que tiene registrado el Ministerio de Seguridad de la Provincia, apenas 6.000 funcionan efectivamente en la calle todos los días. Esa cantidad debe cubrir el patrullaje en 1.400 cuadrículas. La cuenta es fácil: sólo cuatro autos por cuadrícula. Dos cada 12 horas, para cubrir tramos que muchas veces superan las 50 manzanas. La matemática explica así la observación cotidiana de los vecinos que se quejan cuando hay un hecho de inseguridad: “Por acá nunca pasa un patrullero”.
Los vehículos son conducidos por policías que no tienen registro profesional, y que en pocos años pasaron de manejar un Chevrolet Corsa a una pickup Toyota, pasando por una Ranger y una Amarok. Naturalmente, no es lo mismo una persecución con un Corsa que con una camioneta 4×4, de modo que tampoco es casualidad que hubiese este año una seguidilla de víctimas atropelladas por coches policiales.
En las escuelas de Policía tampoco controlaron cómo conducen: el viernes un patrullero de la Bonaerense volcó en Pinamar mientras hacía una tranquila ronda de vigilancia. Créase o no, cuando volcó iba a sólo 42 kilómetros por hora.
La necesidad política del último tramo del gobierno de Daniel Scioli llevó a abrir el grifo indiscriminado de la incorporación de agentes para mostrar policías en la calle antes de las elecciones. Tanto fue así que la última gran camada de agentes de las policías locales -los Pitufos- salió el 31 de julio del año pasado, cuando todos los ciudadanos de la Provincia votaban en las PASO del 9 de agosto. La orden que bajaba de la Gobernación era precisa: los nuevos agentes debían caminar las avenidas comerciales de cada localidad del conurbano. Tenían que verlos. Más que los ladrones, los votantes.
De 100 personas interesadas, entraban 96. Entre ellos está el postulante de 42 años cuyo diálogo con el agente de recepción de una de las escuelas descentralizadas encabeza esta nota. Sucedió en Escobar, pero él no fue el único pasado de edad. Tres de cada diez tenían entre 30 y 37 años, cuando la ley de la Policía dice que el techo máximo para el ingreso son los 25. Muchos de los ingresantes, además, tuvieron problemas con el título secundario que presentaron casi como único requisito para ser policía: se detectaron decenas de analíticos truchos.
“La gente no ve cuando un policía se capacita, pero es la manera de dar más seguridad real”, dice a Clarín la gobernadora María Eugenia Vidal, cuando su ministro Ritondo explica que ahora los cursos serán de 9 meses y que ya compraron polígonos virtuales para prácticas de tiro y simuladores de manejo de vehículos. Sostiene que “un policía bueno vale por diez”, y habla de “las medidas sociales” como complemento indispensable para bajar la inseguridad.
Vidal sabe que en la Provincia que gobierna desde hace seis meses cuatro de cada diez presos que salen de la cárcel vuelven a delinquir, y que el Estado no alcanza a actuar sobre ellos para prevenir el segundo delito. Eso se traduce en muertes que indignan: en los últimos casos de asesinatos en robos con gran repercusión social, como el del futbolista de Nueva Chicago en Monte Grande, actuaron ladrones que o debían estar presos o acababan de salir en libertad. “Necesitamos que nos acompañen los jueces”, dice la gobernadora.
Para ella, la reforma en la capacitación policial “es la medida de fondo más importante que podemos tomar para mejorarle la seguridad a los vecinos”.
Si la Academia de Policía no enseñó a disparar, ni a manejar, ni fue rigurosa con la capacitación ni la edad de los egresados, ni hizo informes socioambientales sobre los postulantes, la escuela de la calle será infalible y terminante. Quien quiera, ahí aprenderá rápido los atajos hacia la plata fácil con la ventaja de ir por la vida con arma y uniforme: el jueves procesaron a dos policías bonaerenses que se robaron el rescate que una familia desesperada pagaba por un secuestro. Por milagro los secuestradores no mataron a la víctima, y la familia debió pagar otra vez.
Mientras buscaban a los poliladrones, Asuntos Internos de la Bonaerense detectó también media docena de casos en que asaltantes “disfrazados” de policías robaron casas y comercios. Eran hermanos, primos o amigos de policías locales (Pitufos), que se llevaban prestados de sus casas el arma y el uniforme. Y más aún: uno de los Pitufos egresado con pompa y honores directamente tenía antecedentes penales. El Estado lo uniformó, lo armó y lo mandó a cuidar a los vecinos.
Ahora el Gobierno anuncia que gendarmes y policías federales volverán al conurbano para reforzar la seguridad, por un insistente pedido de los intendentes. Los intendentes son los que tienen a su cargo a los Pitufos. Es una lucha.