Una investigación académica desafía, con datos concretos, el estereotipo de asociar creatividad sólo con juventud; las conclusiones llevan a replantear cuál es el rol productivo de las personas a partir de cierta edad.
Lejos de las matemáticas y los modelos abstractos con los que trabajan los economistas tradicionales, el profesor de Chicago David Galenson dedicó los últimos 20 años de su vida al estudio sistemático de biografías de los grandes “genios creativos”: pintores, escultores, directores de cine, escritores y poetas. Galenson, un admirador de la creatividad argentina -viene cada mes de agosto a dar clases en el Cema- descubrió tiempo atrás un hecho estilizado sorprendente que surgió de sus investigaciones, y que lo llevó luego a indignarse profundamente con sus colegas de la academia. Cuando ubicó en un gráfico a las edades en las que miles de artistas lograron su obra más reconocida o valiosa en el mercado, se topó con una “nube de puntos” en el entorno de los 50-60 años, que contradice el estereotipo social de asociar creatividad con juventud. A partir de allí desarrolló toda una teoría sobre los “genios conceptuales”, anclados más en la maestría y en la experiencia.
Pero lo que llevó a este economista a indignarse con otros profesores -principalmente de Harvard-fue comprobar que el estereotipo de “genio joven” estaba apoyado por “estudios de psicología” que respaldaban la idea de que las habilidades creativas decaen con la edad. “Algo que es un disparate”, comentó meses atrás Galenson a LA NACION, “si yo dijera que las personas afroamericanas son menos creativas que los blancos, o que las mujeres son menos creativas que los hombres, saldrían a matarme por discriminador. En cambio el «ageism» -discriminación hacia las personas mayores, traducido al castellano como «viejismo» o «edaísmo»- parece indignar menos a la sociedad, aunque es igualmente grave”.
En el debate por el futuro del empleo, las habilidades como la creatividad y la empatía, que son las más difíciles de reemplazar por máquinas, forman parte del herramental profesional de los “65+” calificados. En un estudio presentado en el Coloquio de IDEA en octubre pasado, y coordinado por el CEO de Accenture, Sergio Kaufman, se detectó que el potencial de automatización de empleos no discrimina por edad: corren proporcionalmente el mismo riesgo de ser reemplazados por robots o inteligencia artificial empleados de 25 años que de 65 años. “Uno de los cambios más urgentes que hay que encarar en política de empleo y social es el de reconfigurar el sistema de incentivos para que las y los mayores de 65 que quieran seguir trabajando, en ocupaciones relevantes, puedan hacerlo”, dice Kaufman. “Eso es aumento puro del ingreso per cápita. Tenés déficit de ingenieros, ¿cuántos ingenieros de más de 65 que quieren trabajar podríamos agregar con los incentivos adecuados?”, plantea.
A nivel global, se espera que la cantidad de personas con más de 65 años llegue a los 1000 millones en 2020 (un 22% de la población global) y a los 2000 millones en 2050. En uno de los trabajos académicos más citados sobre este tema, Las implicaciones del envejecimiento poblacional para el crecimiento económico (enero de 2011), de los economistas David Bloom, David Canning y Gunther Fink, se discuten los principales descubrimientos de este campo. En primer término, los riesgos de una “japonización” de la economía global, con menores tasas de crecimiento al aumentar la carga de gastos en salud y en servicios sociales que debe solventar la población económicamente activa. Por otro lado, un sesgo a favor de la desigualdad: las personas de más de 65 años altamente calificadas y educadas tienden a seguir trabajando, en cambio las que realizan actividades más manuales (que decaen con la edad) pasan a depender del Estado.
En la Argentina, uno de los trabajos más completos realizados en esta materia es Los años no vienen solos, que editó el Banco Mundial con artículos de José Fanelli, Rafael Rofman y Oscar Cetrángolo, entre otros académicos. Allí se destaca la ventana de oportunidad demográfica de la Argentina, todavía con una estructura joven pero convergiendo a pirámides más a la europea a partir de 2030. “La población adulta en la Argentina pasará del 10,4% del total en 2010 al 19,3% en 2050 y al 24,7% en 2100”, plantea la investigación del Banco Mundial. Aunque las naciones desarrolladas pudieron “enriquecerse antes de volverse viejas”, países como la Argentina corren esta carrera contra reloj y no está claro que lleguen si la planificación de las políticas públicas no es la adecuada.
El problema, del lado de los incentivos de los funcionarios, es que si bien la demografía tiene un impacto enorme y a menudo predecible, en este rubro las dinámicas son tan lentas que se asemejan a “ver crecer el pasto”, con lo cual bajan la motivación para la toma de decisiones que anticipen este cuadro de problemas.
“El gurú de la gestión Peter Drucker da muchos ejemplos interesantes de cómo a pesar de que los cambios demográficos son enormes y más predecibles, casi nadie actúa sobre ellos porque se desenvuelven en un horizonte de tiempo más largo que el típico plazo de tres-cinco años al que apuntan funcionarios y ejecutivos”, explica a LA NACION Andrei Vazhnov, director académico del Instituto Baikal. “Un ejemplo clásico es el de las universidades de los Estados Unidos que hicieron mucha inversión en expandir su capacidad durante el famoso baby boom después de la segunda guerra mundial, y después fueron sorprendidos en los años 70 por la caída dramática en la cantidad de nuevos alumnos, aunque el fin de baby boom fue completamente predecible”. En este sentido, el envejecimiento en países desarrollados puede representar una oportunidad de negocios de oro para la Argentina, Uruguay y Chile, dice Vazhnov, que en los meses pasados estuvo tramitando la ciudadanía de familiares que vienen de Siberia, donde el físico nació. “La Argentina siempre fue famosa por su clima y naturaleza, su buena comida y es una de los destinos top en América latina para turismo médico. Comparado con el resto de Latinoamérica, tiene una buena percepción de seguridad en el exterior, y a eso se suma que la crisis financiera hizo que el poder de compra de muchos jubilados en el exterior perdiera fuerza, con lo cual se buscan opciones más económicas para el retiro”, dice.
Para Vazhnov, el obstáculo más complejo es que todavía faltan soluciones completas para los jubilados de Norteamérica u otros países no hispanohablantes. “Creo que para habilitar el flujo de jubilados en gran escala, todo el proceso tiene que volverse mucho más “llave en mano” donde una persona que quiere jubilarse en Argentina puede acercarse a un sitio web donde se puede gestionar todo el proceso de forma unificada y sencilla. Es una gran oportunidad para cooperación entre emprendedores y las políticas públicas hacer que todo esto se vuelva posible”, explica.
Antes, también, habrá que trabajar mucho sobre la percepción cultural de toda la sociedad sobre el segmento de “65+”: volver más visible, como dice Galenson, cómo discriminamos a los adultos mayores, cómo los noticieros de prime time hablan de los “abuelos” y como la política laboral hace muy poco por mantener en sus puestos de trabajo a personas de este rango etario que tienen mucho para aportar.