Los “árboles de la vida”, estructuras metálicas que adornan la capital de Nicaragua, se han convertido en el blanco de ataques de los manifestantes que protestan contra el gobierno, quienes los ven como un símbolo del poder del presidente Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo.
“Botar los árboles significa derrocar este gobierno que está actuando mal con nosotros”, dice ardido a la AFP Vladimir, un joven atrincherado este lunes en una barricada próxima a la Universidad Politécnica, uno de los bastiones de las manifestaciones que sacuden al país de desde hace casi una semana.
Cinco años atrás, el gobierno sandinista mandó a construir en diferentes puntos de la capital cerca de 150 enormes árboles metálicos, inspirados en al cuadro “El árbol de la vida” del pintor austriaco Gustav Klimt.
Los mastodontes iluminados con bujías de colores se han convertido en íconos del gobierno de Ortega y su extravagante esposa y vicepresidenta Murillo.
Popularmente se les ha conocido como “chayopalos” o “chayolatas”, por el sobrenombre de “la Chayo” con que se conoce a la vicepresidenta.
En los espacios que adornan se puede “disfrutar la belleza de nuestra capital”, dijo el año pasado Murillo.
Su instalación requirió una inversión de más de tres millones de dólares, lo que muchos consideran “un capricho” de la primera dama.
Al menos cinco de estas estructuras fueron derribadas y destruidas con furia por los manifestantes en las violentas protestas que iniciaron el pasado miércoles contra una reforma al sistema de pensiones, y dejaron expuesto un sentimiento de malestar contra el gobierno.
“Es una expresión de que ya los nicaragüenses no queremos que este régimen siga en el poder”, dice por su parte un joven que se hace llamar “El Flaco”.
“Son tucos (pedazo) de metal valorados en 25.000 dólares, que no valen nada, no producen oxígeno y son una mierda”, añade Vladimir.
“Mentalidad esotérica”
Estos árboles “simbolizan la mentalidad excéntrica e esotérica de la vicepresidente Rosario Murillo. Ella es la personificación de la gestión cotidiana del gobierno, de todo el autoritarismo y la soberbia”, dijo a la AFP el analista Gabriel Álvarez.
Murillo, una poetisa de 66 años, comparte la dirección del gobierno con Ortega desde el 2007, cuando el Frente Sandinista (FSLN, izquierda) retornó al poder.
Se encarga de la información, la agenda oficial y la dirección de los ministerios, como una mano derecha del presidente.
Esos árboles “son una representación de la tiranía” de este gobierno, principalmente de Murillo, porque “ella es la que toma las decisiones”, dice un manifestante que se identificó con el seudónimo de “Parabelus”.
“Estando en un país tan pobre como Nicaragua, un adorno de ese tipo que cuesta como 25.000 dólares (es) una falta de respeto”, comenta un hombre que cuida la entrada de la Universidad Politécnica, epicentro de las protestas en Managua, y que no quiso identificarse.
En ese lugar, jóvenes armados con piedras, tiradoras, y morteros caseros vigilan con recelo a las personas que pasan y a los que llegan a darles apoyo, luego de que la noche del domingo fueran atacados por antimotines que buscaban desalojarlos a la fuerza, según los manifestantes.
Al menos 27 muertos y decenas de heridos dejaban hasta este lunes las violentas manifestaciones que iniciaron la semana pasada en contra de una reforma al seguro social, que exacerbó los ánimos de la población tras la fuerte represión de la policía y grupos afines al gobierno.
La decisión de Ortega de revocar la reforma de las pensiones, para aplacar las protestas, no ha sido suficientes para estos jóvenes que resienten la muerte de sus “hermanos”.
En 1979, una estatua ecuestre del exdictador Anastasio Somoza García, que simbolizaba la grandeza de su poder, fue derribada en medio de la euforia del triunfo de la revolución que encabezó el FSLN, ahora en el poder.