Comenzaron fabricando 300 mallas y hoy ya alcanzan las 23 mil. La historia de una amistad que terminó generando un negocio.
Amigos de toda la vida. Diego Ahumada y Alejandro Tyrrell fueron juntos al primario y al secundario. Estudiantes del colegio Newman, donde jugaban al rugby, soñaban con tener su propio emprendimiento.
Todo empezó cuando trabajaban en Cencosud y almorzaban en el shopping Unicenter, cercano a sus oficinas. Corría 2011 y las mallas de estilo corto, tal y como se usaban en los ´70, volvían con fuerza. Sin embargo, ninguna marca cumplía con la demanda de ambos. Entonces, estos dos emprendedores de 23 años decidieron probar y encargar una tanda de 300 mallas a un taller textil, con el corte y los diseños que ellos buscaban. En pocos días las mallas volaron.
“Nosotros no veníamos del mundo de la indumentaria”, se confesó Tyrrel en diálogo con Apertura.com. “En el tercer año sumamos a una persona con expertise en el campo, que agregó talleres con mayor profesionalismo”, agregó.
Poco a poco nació Crouch, la start up que engloba sus mallas. La idea de fondo es crear un producto de calidad y vinculado 100% al verano. Sin embargo, más allá de que ya van por la sexta temporada vendiendo, supieron encontrar trabas en el camino.
“El año pasado empezamos a proyectar la temporada y los modelos a producir. Trabajamos prolijamente pero el taller que nos iba a confeccionar la ropa, de la noche a la mañana, nos dejó excusándose en diferentes cuestiones internas de ellos. Tuvimos que dividir la producción a contrarreloj en tres talleres”, rememoró el emprendedor y explicó la decisión que tomaron.
“Ahora decidimos producir en China. Mi socio se fue de vacaciones pero aprovechó el viaje para concretar reuniones de negocios en diferentes países, entre ellos China. Fuimos con citas previas armadas desde acá buscando fábricas profesionales, donde combinaran calidad, géneros y otros detalles. Conocimos gente acostumbrada a trabajar con Occidente”, contó.
Ahora, de aquella tirada inicial de 300 mallas, los emprendedores saltaron a 23 mil y, para este año, la empresa proyecta facturar $ 15 millones. A eso se suman remeras y pantalones para completar la colección. De todas formas, tener el centro de producción tan lejos de casa les genera mucho vértigo. “Siempre estamos con el miedo de que los productos no puedan entrar a la Argentina, aunque hasta ahora siempre pasaron”, confesó.
Si bien tienen dos locales –uno en Unicenter y otro en Plaza Oeste- su plan es abrir una tienda en Miami y otra en Barcelona, para vender en el verano cruzado. “Si bien son públicos diferentes, tienen un perfil similar al argentino”, analizó.