La base estadounidense de Okinawa ya reubicó a 105 marines. Sin embargo, la amenaza percibida de una China en ascenso retrasa un acuerdo para trasladar a un total de 9000.
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Antes de Navidad, un contingente de 105 marines estadounidenses que habrían sido enviados a Okinawa fue redirigido a una nueva base en el territorio estadounidense de Guam. Este pequeño reajuste marcó un hito importante: era la primera vez que los marines reducían su número en Okinawa como parte de un acuerdo entre Washington y Tokio para mitigar una desmesurada presencia militar estadounidense en la isla del Pacífico que se remonta a la Segunda Guerra Mundial.
En virtud del acuerdo, 9000 marines —casi la mitad de la fuerza que se encuentra actualmente en la isla— deberán marcharse en algún momento. Sin embargo, su salida ya tardó dos décadas más de lo previsto originalmente, y aún podría demorar una década más, hasta que finalice la construcción de las bases de reemplazo.
Su reubicación se acordó en un pacto firmado hace 12 años, fruto de negociaciones y renegociaciones que se remontan a 1995, cuando tres militares estadounidenses violaron a una estudiante de Okinawa. Aquel crimen desencadenó protestas masivas que obligaron a Estados Unidos y Japón a acordar la reducción de las bases estadounidenses, construidas después de que Estados Unidos atacara Okinawa en una sangrienta batalla en 1945.
Se suponía que la primera versión del acuerdo, formulada en 1996, reduciría la presencia estadounidense en un plazo de cinco a siete años mediante la construcción de una base aérea en el extremo norte de la isla para sustituir a otra ya existente en una ciudad atestada. Una generación más tarde, el antiguo aeródromo sigue en uso y el nuevo está a 12 años, como mínimo, de ser concluido.
Aunque algunos habitantes de la isla se están impacientando, este estado de retraso constante parece no molestarles a los gobiernos de Estados Unidos y Japón, quienes tienen una importante razón geopolítica —el ascenso de China— para querer mantener a los marines en su lugar.
“Así que, 12 años después, solo un centenar de marines han sido trasladados”, dijo Christopher Johnstone, exdirector del Noreste Asiático en la Oficina del Secretario de Defensa, quien ayudó a dirigir las negociaciones estadounidenses del actual acuerdo de 2013. “Ambas partes saben que las cosas no avanzan, pero ninguna tiene incentivos para actuar”.
La urgencia de reubicar a los marines se ha visto socavada porque China ha hecho sentir cada vez más su presencia con maniobras militares. La semana pasada, el Ministerio de Defensa japonés informó que detectó a cuatro buques de guerra chinos que navegaban entre Okinawa y una isla cercana.
La creciente presencia china se siente en Tokio y Washington, pero también en Naha, la capital de Okinawa, donde Kokusai Dori, la principal calle comercial, está abarrotada de turistas que hablan chino. En las recientes elecciones a la alcaldía de Okinawa arrasaron los conservadores, quienes tienen una opinión más favorable de las bases estadounidenses como presencia protectora que también proporciona empleos muy necesarios.
Aunque las manifestaciones contra las bases siguen atrayendo a cientos de personas que protestan con gritos, muchos llegan con bastones. Los okinawenses más jóvenes tienen más probabilidades de ser vistos en centros comerciales como el American Village, donde se mezclan con el personal estadounidense y sus familias.
Aún quedan muchos habitantes de Okinawa que están furiosos con las bases. Ellos culpan a Tokio tanto como a Washington, afirmando que la presencia estadounidense demuestra que Japón sigue considerando a su isla —que fue un reino independiente hasta el siglo XIX— como poco más que una colonia interna. El actual gobernador, Denny Tamaki, ha sido un destacado opositor a las bases, pero él y su predecesor terminaron ralentizando el proceso de reducción de la presencia estadounidense al denegar permisos y solicitar órdenes judiciales para bloquear la construcción del nuevo aeródromo. El mes pasado, la Corte Suprema de Japón rechazó su última demanda, despejando el camino para que prosiga la construcción.
“Conservar las bases representa una carga excesiva para la población de Okinawa”, dijo Tamaki, un extrabajador social cuyo padre fue marine estadounidense. “La presión que ejercen sobre nosotros, en forma de delincuencia, ruido y accidentes, es un tipo de discriminación estructural”.
Sin embargo, la mentalidad claramente ha cambiado en las capitales de ambos países. Cuando se firmó el acuerdo original, Estados Unidos no tenía rivales en el Pacífico occidental. Ahora, el poderío militar de China sitúa a Okinawa al alcance de misiles, y Corea del Norte también ha desarrollado un arsenal nuclear.
Japón estaría en primera línea de cualquier conflicto en Taiwán, que se encuentra a la vista de la isla más meridional de la cadena de Okinawa. En 2022, un ejercicio militar chino destinado a intimidar a la isla autónoma también lanzó misiles en aguas próximas a Japón.
“Todos reconocemos que el mundo ha cambiado desde la década de 1990”, dijo Kevin Maher, exdiplomático estadounidense que fue cónsul general de Okinawa. “Eso hace que la gente piense: ‘¿En realidad tienen que empezar a moverse los marines?”.
Aun así, Maher y muchos otros funcionarios estadounidenses afirman que el plan actual sigue siendo la mejor opción. Incidentes recientes, como las cuatro agresiones sexuales por parte de militares estadounidenses reportadas el año pasado, muestran el riesgo de que se reavive la ira contra las bases estadounidenses, y Tokio tiene poca disposición para reabrir un acuerdo que fue negociado de manera tortuosa.
El primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, reiteró su compromiso con el plan actual la semana pasada durante una reunión con el presidente Donald Trump, según el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón. Ishiba ya había dicho que el vacío dejado por los marines que se marchan podría llenarse con fuerzas japonesas o bases conjuntas.
“Seguiremos trabajando para reducir la carga de las bases”, dijo Ishiba el mes pasado durante el equivalente a un discurso sobre el estado de la Unión. Pero añadió que “a medida que el equilibrio de poder en la región experimenta un cambio histórico, debemos seguir garantizando los compromisos regionales de Estados Unidos”.
Japón no tiene prisa por completar el traslado, cuya pieza central sigue siendo el nuevo aeródromo de Camp Schwab, una instalación estadounidense ubicada una hora al norte de la base aérea existente a la que sustituirá.
Las aguas llenas de coral frente a Camp Schwab ahora están ocupadas por grandes barcazas, que están creando una zona de vertederos cinco veces más grande que el edificio del Pentágono. Aquí, las pistas en forma de V recibirán algún día helicópteros y aviones de rotor giratorio Osprey que serán reubicados desde la Estación Aérea Futenma del Cuerpo de Marines en los densos barrios residenciales de la ciudad de Ginowan.
Durante una visita a Okinawa celebrada en diciembre para conmemorar la reubicación de los primeros marines, el entonces ministro de Defensa japonés dijo que el aeródromo no estará listo para su uso hasta al menos 2036, 40 años después del primer acuerdo para construirlo.
La lentitud de los avances refleja la falta de prisa de Japón, dijo Hiromori Maedomari, profesor de la Universidad Internacional de Okinawa, quien imparte clases sobre los problemas que plantean las bases militares. “Japón quiere mantener el statu quo de los marines el mayor tiempo posible, aunque eso signifique que Okinawa sea prescindible”, dijo.
Otras partes del plan de reubicación apenas están entrando en plena ejecución.
En Camp Foster, en la parte sur de la isla, más de dos decenas de grúas están construyendo un nuevo cuartel general, escuelas y viviendas, parte de un plan para concentrar a los estadounidenses en esta base, permitiendo el cierre de otras.
“Por fin está pasando”, dijo el coronel Leroy Bryant Butler, un marine que dirige los proyectos de construcción. “No habíamos visto este nivel de construcción aquí desde la década de 1950, cuando estas bases fueron edificadas”.
Los marines también se trasladarán a bases del norte de Okinawa, lejos de los centros de población llenos de gente. Alrededor de dos tercios de las bases estadounidenses de la parte sur de la isla terminarán desalojadas, incluyendo un centro logístico lleno de almacenes, un puerto marítimo y la base aérea Futenma.
Para Japón, el costo de la construcción es de alrededor de 1500 millones de dólares al año. Eso se suma a los 2800 millones de dólares que Tokio gastó en la construcción de una nueva base en Guam, Camp Blaz, inaugurada el mes pasado y que se supone que albergará a cerca de la mitad de los marines que dejen Okinawa.
Sin embargo, los marines no han ocultado su renuencia a reducir sus fuerzas, y se niegan a proporcionar un plan con estimaciones de tiempo. Si estallara un conflicto, la infantería de Guam probablemente tendría que luchar para regresar a Japón contra un enemigo que puede desafiar la superioridad aérea y marítima estadounidense.
“Japón se encuentra ahora en la zona de compromiso armamentístico”, dijo Wallace Gregson, un teniente general retirado que dirigió la fuerza de los marines en Okinawa. “Tenemos que cambiar la conversación hacia problemas que sean relevantes en 2025”.