En busca de tierras baratas lejos de la vida moderna, muchos menonitas están creando colonias en la selva amazónica. A los ecologistas les preocupa que estén deforestando una zona tan importante.
Después de semanas de vivir en tiendas de campaña en la selva, el puñado de familias menonitas que intentaban establecer un nuevo hogar en lo profundo de la Amazonía peruana comenzó a desesperarse. Las avispas los atacaban mientras intentaban quemar y talar partes del bosque. Las fuertes lluvias convirtieron el camino a su campamento en un lodazal.
Al quedarse sin provisiones, algunos quisieron regresar. En lugar de eso, trabajaron más duro y acabaron por crear un enclave.
“Hay una parte acá donde quería vivir, entramos y libramos una partecita”, recordó Wilhelm Thiessen, un granjero menonita. “Así toditos han hecho para tener donde quedarse”.
Hoy, siete años después, el grupo de granjas conforma una próspera colonia llamada Wanderland, que alberga a unas 150 familias, una iglesia —que también funge como escuela— y una fábrica de queso.
Esta colonia forma parte de una serie de asentamientos menonitas que se ha arraigado en toda la Amazonía, convirtiendo selvas en prósperas explotaciones agrícolas, pero también suscitando preocupación entre los ecologistas por la deforestación de una selva ya amenazada por industrias como la ganadería y la extracción ilegal de oro.
Las comunidades menonitas también han sido objeto de escrutinio oficial, como en Perú, donde las autoridades están investigando a varias de ellas, acusándolas de talar bosques sin los permisos necesarios. Las colonias niegan haber actuado mal.
Los menonitas comenzaron a emigrar a América Latina desde Canadá hace aproximadamente un siglo, después de que el país pusiera fin a sus exenciones de los requisitos de educación y del servicio militar.
El entonces presidente de México, Álvaro Obregón, deseoso de consolidar las regiones rebeldes del norte tras la Revolución Mexicana, le otorgó a los menonitas tierras sin cultivar y garantías de que podrían vivir como quisieran.
En décadas posteriores, otros países latinoamericanos, deseosos de ampliar sus fronteras agrícolas, hicieron invitaciones similares.
Hoy, más de 200 colonias menonitas en nueve países de América Latina ocupan casi 4 millones de hectáreas, una superficie mayor que la de los Países Bajos, donde surgió por primera vez su denominación, según un estudio realizado en 2021 por investigadores de la Universidad McGill de Montreal.
Bolivia ha experimentado el crecimiento más rápido de todos los países latinoamericanos y cuenta actualmente con 120 colonias menonitas, mientras que en la última década han surgido en Perú media decena de asentamientos, entre ellos Wanderland, según los analistas.
Los menonitas también han buscado terrenos en Surinam, un pequeño país sudamericano rico en selvas vírgenes, lo que ha provocado las protestas de grupos indígenas y cimarrones, los descendientes de personas esclavizadas.
“Básicamente, intentan encontrar los últimos lugares de la Tierra en los que aún existan zonas enormes y continuas que puedan sustentar su estilo de vida, y casualmente se trata de zonas selváticas del Amazonas”, dijo Matt Finer, especialista en investigación de Amazon Conservation, una organización medioambiental sin fines de lucro.
Sobre el terreno, Wanderland parece salida del pasado. Carretas tiradas por caballos transportan pasajeros por caminos de tierra. Hombres con overoles trabajan duro en los campos que se extienden detrás de sencillas casas de madera.
No hay electricidad. Al caer la noche, las familias cenan a la luz de las velas después hacer una oración en plódich, un dialecto germánico hablado casi exclusivamente entre los menonitas de América.
Todavía perduran fragmentos de lo que solía ser vida salvaje. Un mono de mascota en el porche. Un loro enjaulado. En un cobertizo del patio trasero, Johan Neufeld, de 73 años, muestra tres pacas comunes, un gran roedor amazónico cotizado por su carne. Las capturó en la selva y quiere intentar criarlas.
Wanderland es un asentamiento de la “vieja colonia” formada por menonitas cuya historia se remonta a un asentamiento del siglo XVIII, Chortitza, que ahora forma parte de Ucrania.
Como otros menonitas, siguen las enseñanzas de un sacerdote holandés, Menno Simons, quien fue perseguido durante la Reforma por oponerse al bautismo infantil y al servicio militar obligatorio. Con el tiempo, sin embargo, vivir apartados del resto del mundo y rechazar las nuevas tecnologías se convirtieron en señales de identidad de la fe y la cultura de la vieja colonia, y la migración en una forma de preservarlas.
“Nuestros antepasados pensaron que si vivimos lejos, separados, en campo, hay más posibilidad para controlar la maldad”, dijo Johan Bueckert, un granjero de la vieja colonia que ahora vive en Providencia, un asentamiento cercano a Wanderland. “Queremos vivir como ellos. No queremos cambio todo el tiempo”.
A medida que las colonias menonitas en diferentes países se han vuelto más pobladas y prósperas, el valor de los terrenos cercanos aumenta y adherirse a una vida agrícola austera, en parcelas baratas, se vuelve más difícil. Así que los grupos se separan para construir nuevos asentamientos.
Thiessen ayudó a fundar Wanderland después de mudarse de Nueva Esperanza, uno de los mayores asentamientos menonitas de Bolivia, porque tenía hijos que necesitaban tierras de labranza para mantener a sus propias familias.
“En Bolivia hay mucha colonia pero casi no hay terreno”, dijo.
Las tentaciones mundanas, en particular los teléfonos celulares, también se estaban colando en la vida cotidiana a medida que las colonias bolivianas se llenaban de habitantes, dijo Hernán Neufeld, de 39 años, uno de los líderes religiosos de Wanderland, a los que se les llama obispos.
“Bastantes hermanos y hermanas se han perdido”, dijo. “Por eso que nosotros hemos buscado otro sitio más alejado para ver si podemos llevar nuestras normas y no perder hermanos y hermanas”.
Desde que los asentamientos menonitas aparecieron por primera vez en la Amazonía peruana en 2017, han talado más de 6800 hectáreas de selva, según un análisis realizado el año pasado por el Proyecto Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP, por su sigla en inglés), que rastrea la deforestación.
Se trata solo de una pequeña parte de las al menos 149.000 hectáreas de selva que se han perdido en los últimos años en Perú, la mayoría de ellas debido a la agricultura a pequeña escala. La deforestación general de la Amazonía preocupa a muchos ecologistas, ya que la selva absorbe las emisiones de carbono que atrapan el calor, lo que la convierte en un regulador crucial del clima mundial.
Los menonitas entrevistados en Wanderland y Providencia dijeron no estar familiarizados con el término “cambio climático” ni con la forma en que sus prácticas afectan a la Amazonía.
Sus líderes reconocieron que habían talado parte de la selva para sus colonias, pero no creían haber hecho nada malo.
“Toda colonia abre un poco el monte pero es poco”, dijo Peter Dyck, un agricultor de Belice y líder de Providencia. “El bosque es muy grande”.
Las colonias, añadió, producen soja, arroz y maíz para vender en Perú, que ayudan a alimentar a la gente y a hacer crecer la economía.
Pero los menonitas siguen sometidos al escrutinio del gobierno.
Las autoridades peruanas están investigando a Wanderland, Providencia y una tercera colonia menonita, acusándolas de cortar árboles sin los permisos necesarios. Piden reparaciones y penas de prisión para los líderes de las colonias, dijo Jorge Guzmán, abogado que representa al Ministerio del Ambiente de Perú en el caso.
Pero las tres colonias niegan haber hecho nada ilegal, alegando que no necesitaban permisos porque ya tenían títulos de propiedad agraria de las tierras, expedidos por el gobierno regional, dijo Medelu Saldaña, un político local que asesora a las colonias.
Las colonias compraron sus tierras, añadió Saldaña, a una empresa maderera que ya había despojado el bosque de árboles de madera dura.
Pero funcionarios y expertos dijeron que las imágenes satelitales mostraban que las colonias habían talado extensiones de selva primarias ricas en carbono. Y aunque algunas partes hubieran sido destruidas por la tala, las colonias seguían necesitando permisos y autorizaciones debido al tamaño de sus operaciones.
“Ellos pretenden que el papel supere a la realidad”, dijo Guzmán.
Algunos expertos en menonitas dicen que se les está persiguiendo injustamente, dado que otras actividades en la Amazonía peruana están devorando extensiones de selva mucho mayores.
En Perú, las plantaciones de palma y cacao que abastecen a empresas mundiales ya han sustituido grandes franjas de selva, mientras que el narcotráfico, la tala ilegal y la minería de oro siguen expandiéndose a mayor profundidad.
“Creo que los menonitas son el centro de muchas críticas en este momento porque son un grupo distinto de personas”, dijo Kennert Giesbrecht, canadiense y exdirector de una publicación quincenal en alemán muy leída en la diáspora menonita.
A varias horas de Wanderland, río abajo, se está formando un nuevo pueblo menonita, Salamanca.
Cornelius Niekoley, agricultor y obispo de México, viajó a Perú para evaluar si debía comprar una propiedad para sus hijos adultos y sus familias.
“Bueno precio y está bonito el terreno”, dijo. “No hay demasiadas piedras. Con demasiadas piedras es complicado limpiar el terreno”.
Nacido en Belice, de padre mexicano y madre canadiense, Niekoley y sus hijos viven en una colonia de Quintana Roo, en el sureste de México, donde algunos de sus vecinos ya se han trasladado a Salamanca en busca de terrenos más asequibles.
Mientras miraba alrededor del asentamiento, dijo Niekoley: “Todavía no hay muchos, pero van a venir más”.