En Israel, el ejército ofrece ahora conservar el esperma de los soldados muertos en la guerra. Padres y viudas se enfrentan a la decisión.
A principios de abril, Avi Harush oyó que llamaban a su puerta y vio fuera a militares israelíes. Al instante supo que su hijo Reef, un soldado de 20 años que había sido enviado a Gaza, había muerto. Los oficiales le dieron la noticia y luego le hicieron una pregunta inesperada: ¿la familia quería que los médicos extrajeran y congelaran el esperma de su hijo? Harush estaba destrozado por el dolor, pero le reconfortaba la idea de conservar un recuerdo vivo de su hijo. Aceptó rápidamente.
“Era algo a lo que aferrarnos, saber que podríamos tener el hijo de Reef”, dijo Harush.
Ha pasado más de un año desde el comienzo de la guerra entre Israel y Hamás. Se pueden contar las muertes —43.000 palestinos, 1200 israelíes el 7 de octubre del año pasado y unos 400 soldados desde entonces—, pero cada pérdida individual crea un agujero inconmensurable, que deja a las familias desamparadas y a las comunidades destrozadas. Los niños se quedan huérfanos, las mujeres viudas y los padres sin hijos.
En Israel, sin embargo, el gobierno y el ejército han instituido un nuevo protocolo desde que comenzó la guerra que ofrece una especie de esperanza a las familias en duelo. El ejército israelí, al notificar a la familia la muerte de un soldado, ofrece ahora de inmediato la opción de que los médicos recuperen y conserven el esperma del fallecido, una tecnología que no se utilizaba con frecuencia antes de la guerra.
Es una medida inconcebible para la población en duelo de Gaza, donde la campaña militar de Israel prácticamente ha destruido el sistema sanitario, con hospitales “mínimamente funcionales” y médicos que realizan operaciones quirúrgicas sin anestesia.
La posibilidad de descendientes de soldados muertos —una nueva generación concebida a partir de la pérdida en tiempos de guerra— ha suscitado debates éticamente acalorados y jurídicamente enmarañados.
Desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás se han producido en Israel más de 200 extracciones póstumas de esperma, según los datos recogidos a principios de noviembre para el Ministerio de Salud por Talia Eldar-Geva, médica y experta en fertilidad. Dado que muchos de los soldados eran jóvenes y solteros, la inmensa mayoría —el 81 por ciento— se realiza a petición de los padres.
Ucrania también ha recurrido a la tecnología de la fertilidad. Los soldados congelan su esperma antes de la batalla, y el Parlamento ucraniano aprobó este año una ley que permite a las parejas utilizar esperma a título póstumo.
Pero algunos expertos biomédicos israelíes sostienen que la recuperación póstuma de esperma viola la autonomía médica de los soldados, que normalmente no dieron permiso para que se conservara su esperma. También advierten que creará una generación de niños que nacerán sin haber tenido nunca un padre vivo. Un investigador en bioética escribió que incluso la decisión de intentar tener un hijo mediante la recuperación póstuma de esperma podría “reflejar la incapacidad de la persona para aceptar la rotundidad de la muerte”.
“Ser padre no es solo transmitir el ADN a la siguiente generación”, dijo Gil Siegal, director del Centro de Derecho Sanitario y Bioética del Kiryat Ono College de Israel. “Mucha gente diría: si no estoy aquí para criar al niño, ¿por qué voy a querer que eso ocurra?”.
Otros juristas israelíes sostienen que los deseos de los deudos deben privilegiarse sobre los deseos desconocidos de los fallecidos.
“Escuchemos la voz de los vivos”, dijo Tamar Katz, quien enseña derecho y bioética en el Technion, el Instituto Israelí de Tecnología, y es experta legal en recuperación póstuma de esperma. “Nadie sabe lo que habrían dicho los muertos”.
Cómo deciden las familias en duelo
La técnica de extracción es sencilla y se remonta a 1980, cuando un médico de California conservó el esperma de un joven que había sufrido muerte cerebral tras un accidente de automóvil. Varios países, entre ellos Francia, Alemania y Suecia, cuestionaron que una persona fallecida pudiera dar su consentimiento y prohibieron el procedimiento. No hay leyes que lo regulen en Estados Unidos, donde los hospitales establecen sus propias políticas. (Una encuesta realizada en 2016 en los principales centros médicos académicos reveló que aproximadamente una cuarta parte tenía políticas sobre el procedimiento, y algunas exigían el consentimiento previo por escrito del fallecido).
Para extraer esperma, un médico realiza una biopsia en el cadáver, extrae un cuadrado de tejido testicular, extrae muestras de esperma y las congela en tanques de nitrógeno líquido. Los espermatozoides pueden seguir siendo viables entre 24 y 48 horas después de la muerte de un hombre, según los médicos que realizan el procedimiento, aunque cuanto antes se extraigan, más probabilidades hay de que más adelante se produzca una concepción satisfactoria, y el plazo exacto de viabilidad puede variar mucho.
En Israel, la extracción póstuma de esperma se utilizó por primera vez en 2002, cuando unos padres pidieron permiso a la Corte Suprema israelí para congelar el esperma de su hijo de 20 años, Keivan Cohen, quien había sido asesinado durante su servicio militar por un francotirador. Cinco años después, un tribunal civil israelí dictaminó que los padres de Cohen podían utilizar el esperma congelado para tener un nieto, y entrevistaron a unas 200 mujeres antes de seleccionar a una madre de alquiler.
Hasta el año pasado, las familias israelíes tenían que recurrir a un tribunal si querían congelar esperma a título póstumo. Tras el inicio de la guerra entre Israel y Hamás, el Ministerio de Salud israelí, reconociendo el breve plazo en que el esperma sigue siendo viable, renunció a ese requisito.
Para algunas familias, el simple hecho de acceder a la extracción de esperma supone un mínimo de consuelo. No saben si algún día utilizarán el material genético, pero la decisión de preservar esa posibilidad les ayuda a sentirse conectados con el futuro de la familia, no solo con su pasado y su enorme pérdida.
“Si la novia de mi hijo me dice: ‘quiero utilizar su esperma’, me sentiré feliz”, dijo Avi Termin, cuyo hijo Shay, de 28 años, fue asesinado en el sur de Gaza el pasado diciembre. “No quiero presionarla. Quiero darle la oportunidad de decidir por sí misma si quiere usar su esperma o dejar el recuerdo de Shay como está”.
Merav Ram es una madre en duelo que pudo utilizar esta tecnología para su hijo Omri, un civil de 28 años que murió el 7 de octubre cuando militantes de Hamás atacaron a los asistentes a un concierto en el festival Nova. Ram dijo que la decisión de conservar el esperma de su hijo fue una fuente de consuelo en medio de un gran dolor: “Dijimos que sí inmediatamente. Omri siempre quiso ser padre”.
Aunque la recuperación de esperma a título póstumo ya no requiere autorización legal, su uso para concebir un hijo sí. Las familias y las cónyuges deben solicitarlo a un tribunal civil y aportar pruebas sustanciales de que el fallecido quería tener un hijo, ya sea en forma de anotaciones en un diario, notas del iPhone o cualquier otra cosa. Según Irit Rosenblum, abogada israelí especializada en fertilidad, el nivel de prueba requerida es mucho mayor para los padres y los casos pueden durar hasta 12 años.
El Parlamento israelí podría estudiar una ley sobre el uso de esperma póstumo para la concepción, pero los abogados dicen que es poco probable que esto ocurra antes de que termine la guerra.
“Este tipo de legislación requiere una perspectiva un tanto distante”, dijo Siegal, experto en bioética. “Nuestro dolor es demasiado fuerte en estos momentos”.
‘Es una gran cuestión ética’
Shimi Barda y Noga Fuchs Weizman han realizado decenas de extracciones póstumas de esperma desde el comienzo de la guerra. Trabajan en el Centro Médico Sourasky de Tel Aviv, que cuenta con uno de los mayores bancos de esperma de Israel. Fuchs Weizman realiza la biopsia y la extracción del tejido testicular, y Barda recupera y conserva el esperma. En una profesión centrada en la reproducción, ambos dijeron que operar con cadáveres era desgarrador. Se han encontrado a sí mismos dejando cubiertas las caras de los cadáveres e intentando no relacionar los procedimientos que realizan con las esquelas y fotos de soldados muertos que ven en las noticias.
Aunque Fuchs Weizman sabe que está dando consuelo a las familias en duelo, también se ha enfrentado a una inquietud ética.
“Entiendo que lo que estamos haciendo es increíble para las familias, les ayuda a superar el dolor y les da la oportunidad de tener algo de esperanza y continuidad, pero también me enfrento al hecho de que no sabemos qué habrían querido esos soldados”, dijo. “Es una gran cuestión ética que me resulta muy difícil resolver”.
Un estudio reciente indica que muchos soldados israelíes se sienten incómodos con la idea de que su esperma se conserve a título póstumo. Investigadores del Colegio Académico de Ascalón encuestaron este año a 600 hombres judíos de entre 18 y 50 años sobre el tema. Entre los 507 hombres con padres vivos, el 47 por ciento no quería que sus padres pidieran congelar su esperma a título póstumo, mientras que el 38 por ciento lo aprobaba. Ni siquiera los hombres comprometidos estaban de acuerdo: el 37 por ciento se oponía a la idea de que su pareja pidiera congelar su esperma a título póstumo.
El estudio fue dirigido por Bella Savitsky, epidemióloga e investigadora cuyo hijo de 21 años, Jonathan, murió durante su servicio militar al comienzo de la guerra entre Israel y Hamás. Murió el 7 de octubre, antes de que el ejército hubiera cambiado su protocolo sobre la recuperación de esperma, pero Savitsky se negó a firmar los papeles del funeral hasta que el ejército accediera a hacer una recuperación. Pensaba en el obstinado optimismo y la curiosidad de su hijo, y quería que esos rasgos perduraran en un nieto.
“No me importaba lo que Jonathan quisiera”, dijo. “Solo sabía que quería que se quedara conmigo”.
Cuando Savitsky consiguió el permiso legal, ya era demasiado tarde para congelar esperma viable. Tras sufrir una depresión, empezó a colaborar con la Comisión de Sanidad del Parlamento para pedir que se legislara sobre la recuperación póstuma de esperma.
Mientras participaba en reuniones sobre cuestiones legales y éticas, se preguntaba si el dolor que la embargaba le había hecho pasar por alto lo que su hijo habría deseado. Desde entonces, ha instado al ejército a documentar, antes de que los soldados comiencen su servicio militar, si dan su consentimiento a la recuperación póstuma de esperma. Le preocupa que las familias utilicen el esperma congelado para crear un “monumento viviente” a los muertos.
Estas peticiones de cautela normativa chocan con las exigencias de otras familias en duelo, que consideran el uso de esta tecnología casi como un derecho en tiempos de guerra.
Harush dijo que creía que el gobierno israelí estaba obligado a cumplir el deseo de su hijo de tener hijos. Durante el verano, mientras Harush limpiaba su casa y se preparaba para mudarse a un lugar con menos recuerdos dolorosos, encontró el diario de su hijo. En una entrada reciente, consultada por The New York Times, se describían sus esperanzas de formar una familia: “No hay sustituto para la continuidad”, decía el diario.
“Reef quería ser padre, de eso no hay duda”, dijo Harush. “El país tiene que asumir su responsabilidad”.