Así lo reveló una encuesta realizada entre jóvenes de todo el país. Solo el 7% decidió seguir una tradición familiar, mientras que el 74% tomó la decisión sin consultar a sus padres.
“Y, decime, ¿de qué vas a vivir?”. Dicha en la cena, volviendo de una salida o a la entrada del colegio, la frase marcó a generaciones. Hoy, la escena parece ser distinta: solo dos de cada 10 jóvenes asegura que sus padres influyeron al momento de decidir qué carrera estudiar después de la secundaria.
El dato se desprende de una encuesta realizada por el portal Trabajando.com entre chicos de todo el país. Los resultados de la consulta indican que el 24% de los jóvenes argentinos recibió la ayuda de sus familias a la hora de elegir una profesión, mientras que el 52% decidió sin la influencia de sus padres y el 22% nunca habló con ellos del tema (74% en total). Un porcentaje mínimo (2%) respondió que sus padres decidieron por ellos.
“Hasta hace unos años los padres tenían más protagonismo en la vida de los hijos. Su opinión era escuchada y, en muchos casos, no podía ser puesta en duda. Hoy se comparte poco, se charla menos y se aconseja muy poco”, asegura Pablo Molouny, gerente general de Trabajando.com Argentina.
Para Juan Antonio Lazara, especialista en Educación y director de la Guía del Estudiante, hay una suerte de devaluación de la opinión de los padres: “al igual que los docentes, inciden cada vez menos porque el tiempo real y mental de los adolescentes está atravesado por el uso indiscriminado de las redes sociales, que hoy terminan influyendo mucho más”.
En la actualidad, los chicos son más permeables, tienen una oferta de carreras que no existía en los tiempos en que los padres tuvieron que tomar su decisión, y llegan a ellas por medios donde las familias no intervienen. “Hoy hay un desfasaje entre los saberes de los chicos y los de los adultos. Se generan conflictos porque a los padres no les queda claro qué es lo que van a estudiar”, agrega Molouny.
Los jóvenes de hoy forman parte de la llamada “generación Y” (nacidos entre 1982 y 1994) y vienen con un esquema de estilo de vida diferente. “Se formaron en una sociedad con una fuerte cultura de servicios, por lo que suelen considerar la educación como elemento de consumo y beneficio inmediato. No buscan ‘cultura’ sino conocimiento rápido, fácil y entretenido para maximizar el costo-beneficio del tiempo que invirtieron en él”, dice Ricardo Wachowicz, presidente de Bayton, consultora en temas laborales. Además, actualmente hay una mayor autonomía. “Los chicos se informan on-line y se acercan personalmente a la universidad. Antes, quizás era más común que vinieran con sus padres”, agrega Máximo Paz director de la carrera de Ciencias de la Educación de la Universidad del Salvador.
Muchos se animan a abandonar las profesiones familiares. Solo el 7% de los consultados dijo seguir una tradición familiar. El despacho o el consultorio de mamá y papá suponen una inserción nada despreciable en el mercado laboral de nuestros días. Pero hoy, la “tranquilidad” no le gana al gusto personal. Y eso se ve en los cursos de la mayoría de las facultades. Hasta hace un par de generaciones, en carreras como Derecho, Odontología, Arquitectura y hasta Psicología los apellidos se repetían en pupitres y actos de colación. “La relación de padres e hijos era mucho más vertical. Y los jóvenes terminaban resignando su propio deseo”, comenta el rector de la carrera de Psicología de la Universidad de Flores.
La decepción también cuenta. “Muchos padres han sufrido fracasos, quiebras y crisis profesionales, por lo que los chicos están alertados de que los padres son vulnerables y ya no son los dueños de la verdad”, explica Silvia Feitelevich, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y especialista en Orientación Vocacional.
Los cambios en la estructura familiar también contribuyen a la dispersión. “El modelo de mamá y papá profesionales, muchas veces con una actividad en común, se está resquebrajando. Y hoy hay muchas más familias divorciadas o ensambladas en las que esa figura de papá abogado o arquitecto se pierde; porque, además, ya no pasan tanto tiempo con sus hijos”, apunta Lazara. Y cuando el modelo existe y es exitoso, puede provocar el efecto contrario. Cada vez se ven más chicos hijos de profesionales prestigiosos que no solo no continúan la carrera de sus padres, sino que directamente deciden no estudiar. “Es una especie de abulia universitaria”, acota Lazara.
Los gustos personales también los hacen decidir por la negativa. Descartan carreras que les interesan porque en la currícula hay una materia que no les gusta. “No quieren estudiar ni matemática, ni física ni química”, asegura Molouny. Algo que jamás se hubiera cuestionado cualquier aspirante a arquitecto, psicólogo o abogado un par de décadas atrás.