Han sido comparados con los talibanes, por su “fanatismo” y su “poder destructivo”. Pero también con Gandhi, por sus tácticas de resistencia pacífica; con el Che Guevara, por su vocación revolucionaria; con Silvio Berlusconi, por practicar la anti-política; y con los míticos Padres Fundadores, por defender los valores sobre los que se yergue la primera potencia mundial. Nunca faltan símiles con los que retratar al Tea Party.
En Estados Unidos suscitan infinitas burlas, bastante odio y la admiración de una minoría. Forman un grupo heterodoxo y muy joven para tratarse de política. En cierta manera, desprecian la ciudad donde (Washington D.C.), el lugar donde trabajan (el Congreso) y su fuente de ingresos (Gasto Público Federal), al que consideran parte de una maquinaria viciada y corrupta que pretenden poner a dieta, triturar y transformar desde dentro.
Ideológicamente, basculan en un doble eje: conservadurismo religioso e ideas libertarias, con millones de matices. Algunos defienden el creacionismo, otros se oponen a las intervenciones militares de Estados Unidos en el extranjero. Hay quienes están a favor de legalizar el consumo de marihuana. Y la inmensa mayoría considera que la llegada de Barack Obama es lo más parecido a las profecías de Nostradamus.
Dicen dar prioridad a sus electores por sobre los lobbies de Washington y las grandes empresas que financian a su propio partido, el republicano. Manejan con habilidad las redes sociales y dedican más tiempo a mimar a sus seguidores que a asistir a cócteles de poderosos inside the beltway, en la burbuja capitalina.
Considerados una simple anécdota hace no tanto tiempo, el Tea Party ha “secuestrado” al “Gran Viejo Partido” con tácticas de guerrilla política. Ha ido ganando terreno en el Capitolio ante una vieja guardia conservadora (los McCain, Bush, etcétera) que asiste, entre incrédula y consternada, al espectáculo, presenciando cómo sus opciones de ganar las próximas elecciones presidenciales se reducen, a pesar de los muchos errores de Obama.
Este otoño, han vuelto a lanzarse sobre la Casa Blanca, contra el Gasto Público y la reforma sanitaria de los demócratas, propiciando un cierre del Gobierno que solo una minoría del electorado republicano apoya, y bloqueando la financiación de un país al que consideran enfermo, adicto a la deuda. El Departamento del Tesoro calcula que el plazo para elevar el techo de deuda y evitar un colapso económico se acaba este miércoles. Pactar para evitarlo depende de la Casa Blanca pero, sobre todo, de la punta de lanza del Tea Party en el Capitolio, esa bancada a la que el senador republicano John McCain bautizó como “los pájaros locos”.