Seis mujeres inmigrantes se refugiaron en el Reino Unido y hoy trabajan haciendo pan. ‘El pan es algo presente en todas las culturas’, explica Emily Danby, del Refugee Council. ‘Afganistán es un país atenazado entre el blanco y el negro’, cuenta la afgana Layla. ‘Yo estoy muy agradecida porque aquí he podido hacer de todo’, dice la iraní Mahnaz.
Lo último que imaginaba Layla (refugiada de la guerra de Afganistán) es que acabaría amasando, recortando y hornenando chapatas en una panadería de Londres y en compañía de Mahnaz y Tahmineh (Irán), Maggie (Uganda), Christina (Zimbabwe) y Joy (Nigeria). Aquí está sin embargo el animado grupo de mujeres, algo así como las Naciones Unidas por el Pan, haciendo causa común en la e5 Bakehouse y despachando los 120 encargos que ha recibido en una sola semana el proyecto “Justbread” auspiciado por el Consejo de Refugiados para ensanchar los horizontes de quienes llegan con todo perdido a este mundo privilegiado y ajeno.
Lo bueno que tiene el pan es que une no sólo a la hora de comer, también en el momento de amasar. El trabajo es duro y fatigoso, pero las mujeres aprovechan las pausas que hay que dejar para que reposen las masas con la levadura y se sientan en la larga mesa de madera, para charlar sobre sus culturas, sus ambiciones y sus vidas, aunque a veces les cuesta romper el muro del miedo.
Layla, 46 años, nos cuenta que vino en el 2003 de Afganistán con su marido y sus cuatro hijos. Huyeron de Herat por la guerra y se encontraron con un país remiso a aceptar los efectos de sus propias acciones: “Era muy duro entonces y lo es más ahora ¿De veras han cambiado cosas y la gente está más dispuesta a ayudar a los que venimos de Afganistán, Irak o Siria? A mí me cuesta aún creerlo”.
De su país, asegura, siguen llegando noticias atroces: “Antes era el temor a los talibán, que iban de blanco. Ahora es el temor al IS, que va de negro. Afganistán es un país atenazado entre el blanco y el negro: la guerra ha servido de bien poco”.
Layla se cubre cuidadosamente el pelo con el hijab y prefiere no entrar en más detalles. La suya es una sonrisa doliente, de haber visto y sufrido más de la cuenta. Le costó adaptarse a la sociedad británica, pero aquí está, defendiéndose en un buen inglés y decidida ayudar a la economía familiar si la cosa del pan acaba fraguando.
En su país, recuerda, lo que se estila en plan plano parecido al naan indio. Mahnaz (“Nazy” para los amigos) toma la palabra y recuerda cómo en Irán hay hasta cuatro tipos distintos de panaderías, en función de la variedad del pan, y que uno de los más populares -el “barbari”- tiene un remoto parecido con la chapata.
“Nazy”, 56 años, es algo así como la “madrina” del grupo porque fue la primera en llegar: “Vine hace tres décadas con mi marido, que trabajaba para el Sha y luego para el “régimen”, pero tuvimos que salir de allí. Era un momento muy distinto al de ahora, nos abrieron las puertas y con el tiempo logramos la nacionalidad… Yo le estoy muy agradecida a este país porque aquí he podido hacer de todo: yo he estudiado de ingeniería mecánica hasta agricultura, y aquí me ves ahora, aprendiendo a hacer pan”.
“Nazy” se mete por un momento en la piel de las refugiadas iraquíes y sirias que llaman a las puertas de Europa: “Lo que tiene que haber es un reconocimiento de que las guerras están forzando a salir a la gente y que Occiente tiene el deber moral de acoger a los refugiados, que son gente inocente que teme por sus vidas. Y los refugiados no sólo necesitan una casa, también una comunidad, y oportunidades para rehacer su vida y poder trabajar”.
Sana, 31 años, refugiada de Arabia Saudí (“mi país sigue negando los derechos más fundamentales a las mujeres”), pertenece a la primera de las tres “hornadas” de Justbread y ha encontrado con el tiempo trabajo parcial en la panadería e5: “¡Quien me iba a decir que me acabaría gustando hacer pan! Cuando llegué hace dos años pensé que quería estudiar enfermería, pero lo pasé muy mal, viviendo en casi total aislamiento y sin acabar de adaptarme a esto. Aquí no sólo me abrieron las puertas, sino que me sentí arropada desde el principio: ahora me considero parte de una auténtica comunidad”.
Joy, 31 años, con un hijo llamado Carlos, vino hace dos años de Nigeria escapando de la violencia y de la injusticia social: “En África, hay unos pocos cada vez más ricos y muchos cada vez más pobres. No hay manera de romper ese círculo, por eso aspiramos a salir y ganarnos la vida. Allí, las mujeres estamos habituadas a trabajar de sol a sol, pero aquí es más complicado: necesitas habilidades muy concretas para salir adelante. Me está empezando a gustar esto de hacer pan; y a quien piense que es muy duro le ponía yo a hacer dulce de cassava”.
Ben MacKinnon, maestro panadero de la e5 Bakehouse, asegura que una de las sensaciones más gratificantes ha sido “comprobar el efecto que el mero hecho de hacer pan tiene en las mujeres”, que dejan en la puerta la condición de “refugiadas”, vuelven a sentirse útiles e integradas y acaban convirtiendo en “celebración” cualquier pequeña conquista colectiva.
A la hora del almuerzo, antes de hornear la producción del día, las siete aspirantes a panaderas de Justbread reciben una buena noticia: acaban de llegar sus diplomas de “manipuladoras” de alimentos que les permitirá abrirse paso en el mercado laboral cuando completen las diez sesiones de preparación todos los martes.
Emily Danby, del Refugee Council (una de las organizaciones que más ha hecho por acoger y arropar a los refugiados en el Reino Unido), da constancia del momento íntimo e histórico en el blog de Justbread, que crece semana a semana como la levadura: “El pan es algo que está presente en todas las culturas. Aprender a hacerlo y explorar de sus múltiples posibilidades es un modo efectivo, inspirador y hasta divertido de ayudar a las refugiadas a encontrar trabajo y adaptarse mejor a la vida en nuestros países”.