La comunidad judía ultra ortodoxa del sur de Williamsburg, en Brooklyn, busca constantemente cómo compatibilizar el respeto a las tradiciones religiosas con la defensa de las leyes y derechos del resto de la población.
La línea divisoria puede ser muy fina. Por eso, la tensión entre la comunidad judía y las autoridades municipales suele ser muy evidente.
Entre otros ejemplos, podría citarse la oposición de los vecinos a la construcción de un carril bici o a la instalación de carteles con restricciones sobre el modo de vestir en las puertas de algunos establecimientos, o quejas de la Alcaldía por la separación de hombres y mujeres en el interior de los autobuses y por algunos rituales médicos judíos. En los últimos meses, la comunidad ultra ortodoxa ha pedido que en la piscina municipal haya siempre una vigilante femenina durante las sesiones que son solo para mujeres, que las panaderías puedan usar agua procedente de pozos en lugar de depósitos para preparar la masa de los panes matza; y que la biblioteca pública abra los domingos, un día no festivo en el calendario judío, distinto al sábado que sí lo es por la celebración del sabbat.
La comunidad de Williamsburg ha ganado alguno de estos casos y otros están en los tribunales. En la avenida principal, llamada Lee, los bancos ya abren los domingos. También lo hacen la mayoría de establecimientos, que combinan letreros en inglés y en hebreo. Uno de ellos es la panadería en la que trabaja Peter: “en general, la gente está contenta. Hay entre 40 y 50 personas de entre 10.000 que se quejan y que hacen mucho ruido, y se suele pensar que todo el mundo es así”. Sin embargo, admite que para las autoridades es “muy difícil entender” lo que necesita la colectividad judía, pero en general la relación con los políticos es positiva y al final suelen llegar a un acuerdo.
El rabino David Niederman, presidente de la United Jewish Organizations, explica: “no son demandas. Defendemos nuestros derechos. Somos ciudadanos que contribuimos y nos merecemos los beneficios de ello. No pedimos nada especial, solo lo que es necesario para poder mantener el estilo de vida religiosa que tuvieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos, y que queremos que tengan nuestros hijos y nietos”.
Niederman pone como ejemplo la tradición del origen del agua para la elaboración de los panes matza. Tras una inspección pública, se avisó a una panadería de que no podía usar sin permiso agua procedente de un pozo. Pero los abogados del colectivo ultra ortodoxo alegaron que el agua del depósito no era aprovechable porque había sido tratada con productos químicos, lo que vulnera los requisitos religiosos judíos para la cocción del pan. Por este motivo, en la panadería se instalaron filtros que cumplen con la normativa bacteriológica y permiten usar el agua procedente del pozo.
Hay otras peticiones, como la de que la biblioteca abra también los domingos y que las mujeres no tengan un vigilante masculino en la piscina, que aún siguen sin resolverse. En el primer caso, por la oposición de los sindicatos; en el segundo, por los alegatos de que vulneraría las libertades derivadas de la Constitución.
También están trabajando sobre un “código de vestir”. La polémica se originó el año pasado, cuando la Comisión de Derechos Humanos de Nueva York elevó una queja oficial advirtiendo que los carteles colgados en las puertas de media docena de establecimientos en la avenida Lee, dicen: “no se permiten pantalones cortos, sandalias, tirantes ni escote”. Según entienden las autoridades, los letreros suponen una discriminación contra las mujeres y los hombres no ortodoxos.
En cambio, para el Orthodox Jewish Public Affairs Council, una entidad civil, esos carteles “expresan un deseo, no una condición de servicio, similar al código de vestir que hay en los tribunales”. Si la justicia da la razón al Ayuntamiento, cada comercio denunciado será castigado con una multa de 5.000 dólares.
Samuel Heilman, profesor de Sociología en la Queens College de la City University de Nueva York, destaca que las autoridades municipales tratan de llevarse bien con la comunidad jasídica porque “vota en bloque” y son un colectivo “fácil de manejar”.
Según las últimas estadísticas de la organización civil United Jewish Appeal, en Williamsburg viven cerca de 75.000 judíos ultra ortodoxos. En toda Nueva York, habitan 1,1 millones de judíos, de los cuales un 30% son ultra ortodoxos.
Sin embargo, Williamsburg también sufre la pobreza. Una alta tasa de natalidad y los bajos ingresos en los hogares hacen que el barrio tenga un índice de pobreza del 55% y de casi pobreza del 17%. “El gobierno les otorga subsidios a la vivienda. Pero en Williamsburg, a diferencia de los otros barrios donde también lo hace, esto no supone que no se pueda vivir allí porque haya una elevada inseguridad. Hay pocos delitos, la gente es pobre pero tiene valores de clase media”, sostiene el profesor Heilman. “Solo hay problemas cuando hay tensión en el seno de la comunidad o con gente de fuera de ella”, agrega.
La zona alrededor del puente se ha puesto muy de moda. Se construyeron altos edificios residenciales junto al río y hay tiendas de segunda mano, restaurantes y bares de diseño. Pero para la comunidad, todo ello significa una enorme amenaza. “Quieren mantener el barrio bajo su suerte de control cultural porque creen que la sociedad moderna socava los valores de su estilo de vida”, comenta Heilman.
El rabino Niederman, en cambio, señala que “durante 60 años nadie consideró que este era un lugar para vivir y ahora, de golpe, todo el mundo se quiere mudar aquí”.