El Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL) ha convertido a la provincia de Raqqa –al norte de Siria– en un nuevo Kandahar, peor incluso que durante el régimen talibán. Su estricta interpretación y aplicación de la ley islámica, la “sharía”, ha llegado a las situaciones más brutales con la crucifixión como método de castigo a aquellos que han insinuado desafiar sus leyes.
Si no bastaba con la campaña de terror contra la población civil mediante ejecuciones publicas, la imposición del velo islámico a las mujeres y la prohibición del alcohol y el tabaco, el ISIL cuelga ahora cadáveres en cruces para que todo el mundo sepa quien manda en Raqqa. Esta táctica es tan atroz y salvaje que recuerda a los antiguas formas de tortura de la Edad Media. Y en un reino oscuro es precisamente en lo que se ha convertido esta provincia siria desde que cayó bajo el dominio de la facción islamista más extremista y poderosa que ha sido expulsada de la mismísima Al Qaeda en el país que desde hace tres años se consume en una guerra civil.
El grupo de activistas civiles llamado “Raqqa está siendo masacrada en silencio” publicó el pasado día 30 una serie de imágenes de crucifixiones en su página de Facebook. Se trata de las fotografías de dos opositores que fueron ejecutados y después colgados en una cruz en una plaza pública como condena a muerte “por haber participado en un presunto ataque contra una centro del ISIL”, confirmó a LA RAZÓN Ibrahim al Raqqawi, un portavoz de esta plataforma opositora que se encarga de denunciar las vejaciones cometidas por este grupo extremista islámico, cuyas prácticas salvajes han sido incluso criticadas por el propio Al Zawahiri, líder de Al Qaeda.
Según el activista opositor, el ISIS ejecutó a siete detenidos y luego colocó dos de los cadáveres en las cruces. Al Raqqawi negó que las víctimas crucificadas fueran cristianos, sino posibles miembros del Ejército Libre de Siria (ELS). En una de las fotografías, la víctima lleva un cartel en árabe que reza: “Este hombre era un infiel, un enemigo del Islam que atacó con una granada a un musulmán”.
Además de los siete ajusticiados en la capital de Raqqa, los extremistas también mataron a tres personas en la localidad de Tell Abyad y dos en Suluk. “Cinco de los doce que mató el ISIL eran miembros del ELS. Los otros eran aleatorios, y dos eran menores de edad de 13 y 16 años”, puntualizó Al Raqqawi.
Ésta no es la primera vez que el ISIL ha crucificado a gente en público. El mes pasado un hombre acusado de asesinato y robo fue crucificado en Raqqa. Las imágenes de la crucifixión se han extendido por las redes sociales, con la ayuda de opositores y de miembros de ISIL, que ven con orgullo las crucifixiones públicas como un signo de su fuerza.
Desde que plantaron la bandera negra del islam extremista en 2013, el ISIL ha puesto Raqqa bajo su régimen represivo. A principios de este año, la pequeña comunidad cristiana que queda en esta provincia norteña recibió un ultimátum de los líderes del ISIL exigiéndoles que paguen un impuesto “revolucionario” y que se sometieran a una serie de normas islámicas a cambio de una garantía de su seguridad. Los islamistas dieron a los cristianos tres opciones: la conversión al islam, aceptar las restricciones que se les imponen o la muerte.
El primer caso de conversión al Islam de una personalidad pública cristiana fue el ex alcalde de Mansoura, Toni al Mallouhi, que entregó la ciudad al Ejército Libre de Siria en febrero, antes de que los milicianos islamistas tomaran Raqqa, y quien se vio obligado a cambiarse de nombre.
Poco después de este incidente, unos desconocidos destrozaron una cruz fuera de la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, en el centro de Raqqa. Los activistas condenaron el ataque y protestaron exigiendo que las iglesias fueran protegidas. En respuesta, combatientes enmascarados se llevaron las campanas y las cruces de la iglesia de los Mártires, quemaron su biblioteca, y después reemplazaron las cruces con la bandera negra ISIL.
Los cristianos llegaron a Raqqa hace muchas décadas. La migración más reciente se produjo tras el éxodo armenio, como consecuencia del genocidio a manos de los turcos otomanos. Ahora sólo representan el 10 por ciento de los habitantes de la ciudad, aunque la mayoría han huido de allí.