Cuando ganar ya no es un premio | Cuesta entender la estrategia de Mauricio Macri; sobre todo porque los argumentos con los que la explica no son verdareros. ¿Quiere realmente ser Presidente?
Macri se negó sistemáticamente a una alianza con Sergio Massa, aún a sabiendas de que la candidatura de Maria Eugenia Vidal en la provincia tiene la misma fuerza que una cebita. Sostuvo como argumento que quiere mantener la identidad de su partido, a pesar de la docena de provincias en las que ha pactado con otras fuerzas y las al menos cuatro en las que levantó a sus propios candidatos para asegurar triunfos ajenos. ¿De qué identidad habla?, ¿de la lograda en la capital del país?. De no ser así es claro que ese argumento es una falacia.
Por si alguien se aviva, manda a sus adláteres a decir que a quien no quiere es a Massa pero que está dispuesto a permitir que los intendentes peronistas del Frente Renovador lo lleven a él en la boleta. Otra mentira o, lo que sería más grave, una ingenuidad.
¿Cree por ventura que esos intendentes irán gratis a su encuentro?, ¿imagina lealtades gratuitas?, ¿barrunta que podrá armar las listas de concejales en esos distritos?. ¿No conoce el buen muchacho capitalino a ese monstruo de mil cabezas y un sólo pensamiento que es el peronismo?.
Si vemos por último que entre sus aliados actuales hay uno necesario por estructura, que es la UCR, y otro a todas luces decorativo -y generalmente con un estilo distinto al del conjunto- que hoy le representa más riesgos que certezas y que es Lilita Carrió, y que justamente el primero insistió en la necesidad de acordar con el massismo, debemos aceptar que tras la cerrada negativa tuvo que haber otra justificación que, hasta ahora, no sale a la luz.
-Una economía que reclama medidas dolorosas
Es entonces posible que Mauricio Macri esté pensando que sólo hay un futuro personal si no gana las próximas elecciones.
¿Absurdo?, en principio si. ¿Improbable?, seguramente. ¿Disparatado? de ninguna manera.
Macri sabe cual es el escenario con el que se encontrará el 10 de diciembre en el caso de ser electo presidente. Una economía en estado de explosión que sólo puede ser corregida con un ajuste de una magnitud que lo dejaría en una posición de absoluta debilidad frente a la clase media -¿a alguien se le ocurre que en la Argentina sea otra clase la que pague los platos rotos? – y a expensas de un peronismo que, como siempre ocurre, lo estará esperando con las fauces abiertas.
De nada le servirá cualquiera de sus alianzas bajo la mesa con algunos caudillos sindicales; y ello será así porque los acuerdos de ese tipo nunca dejaron de ser débiles en la Argentina. Los caudillos sindicales van, vienen, se juntan, se alejan, se domestican o enfurecen…pero por algo siempre siguen siendo caudillos. Jamás acompañarán a nadie a la tumba.
Pero también sabe que el gradualismo -como le recomiendan algunos optimistas que parecen no haber tomado nota de la caldera en que se ha convertido la economía del país- lo depositará indefectiblemente en el mismo lugar al que arribaron tras dos claudicantes primeros años de gobierno tanto Menem como De la Rúa, cuando comprendieron que el ajuste era inevitable.
Al primero lo salvó Cavallo con la convertibilidad; al segundo lo hundió Cavallo con el corralito. Pero los dos aprendieron dolorosamente que no hay gradualismo posible cuando el antecesor disfrazó los números para hacer política con la economía. Que nunca es economía política…pero eso es algo que los argentinos no vamos a aprender jamás.
Y un presidente que llega de la mano de la clase media no puede darse el lujo de un shock que además debería ser dado con una fuerte red de contención para evitar desbordes. Y esa red de contención sólo podría ser tejida con fondos de esa clase media ya que paralelamente habría que “mimar” al empresariado para generar un clima de negocios acorde a una nueva etapa del capitalismo nacional.
Demasiado riesgoso; y esta vez no estará Duhalde para hacer el trabajo sucio que les permitió a los Kirchner arrancar de +10 y con cara de “nosotros no tenemos nada que ver”.
-Perder puede ser una ventaja
Cualquiera sea el resultado en primera vuelta y aún en el triunfo, Macri sabe que deberá negociar todo. Las mayorías parlamentarias seguirán siendo o peronistas y, lo que más debería preocuparlo, esencialmente kirchneristas. Y eso lo obligará a sostenerse en negociaciones permanentes, con la amplitud del concepto “todo” que ha demostrado tener el justicialismo.
Cargos, presupuesto, subsidios, prebendas, impunidades, zonas liberadas al narcotráfico, obras, juzgados, etc. Todo lo que en las últimas tres décadas representa la “ideología” justicialista.
Demasiado para manejarlo desde una realidad en la que “la identidad” que hoy pregona como argumento para desechar a Massa no es otra cosa que un concentrado capitalino de ciegos seguidores que ni siquiera conocen los prefijos telefónicos de cada una de las provincias desde las que llegan los viejos y los nuevos peronistas al grito de “todos unidos triunfaremos…sin importar mucho el resultado”.
A Macri lo desvela la imagen de De la Rúa con el país incendiado y más aún la de Menem pasando de la idolatría a la soledad apenas “su” clase media, ahíta de perfumes y champagnes importados, le quitó el apoyo. Y sabe que en ambos casos el peronismo fue el motor del vaciamiento.
Como también sabe que si Daniel Scioli se encarama en el Sillón de Rivadavia se encontrará con el mismo escenario que a él lo desvela.
¿Ajuste?...ni soñarlo con Cristina soplándole la nuca.
¿Gradualismo con más relato?...imposible, la economía realmente ya no da para más.
¿Entonces?...lo que todos esperan: un corto tiempo de turbulencias, el motonauta a su casa y…Cristina a la suya, con domicilio en Balcarce 50.
La imagen de la Asamblea Legislativa designándola no deja de sobrevolar las carpas kirchneristas y por estas horas sólo se trata de discutir si es antes o después.
Tal vez Mauricio Macri ya no quiera ser sujeto de esa discusión. Y tal vez haya comenzado a pensar que hay más futuro fuera de esta Argentina disparatada e irresponsable que no termina de sacarse el peronismo de encima, que preso de las presiones de un movimiento que solo acepta ejercer el poder en soledad y sin aliados.
Es decir, ser jefe de la oposición que serlo de un gobierno débil y encerrado en una realidad ingobernable.
Y poder además ofrecer un interesante grupo de legisladores a Scioli, buscando una retribución que tiene más que ver con los negocios con China que con los temas que aquejan a la mayoría de los políticos nacionales.
Y en ese escenario, lo mejor que le puede pasar a un candidato no peronista, es perder.
Triste pero….nacional y popular. Como nos gusta a los argentinos.