La Organización Mundial de la Salud lanzó un alerta sobre la actual epidemia de fiebre ébola que se está extendiendo a países que no la habían sufrido antes. Aunque está lejos de la Argentina, nadie puede garantizar que no llegue en aviones o barcos procedentes desde Africa.
La nueva epidemia de ébola que mantiene en jaque a la Organización Mundial de la Salud se ha cobrado ya aproximadamente 1.400 víctimas mortales desde el inicio del brote en abril de este año y ya se ha extendido inesperadamente a tres países: Guinea Conakry, Liberia y Sierra Leona, todos ellos en la costa occidental africana, lo que ya supone una novedad para un virus que hasta ahora había aparecido siempre en la zona central del continente.
Otra diferencia en cuanto a su expansión geográfica es que está afectando a los núcleos urbanos, entre ellas a la ciudad de Conakry, capital de Guinea y con una población de 2 millones de habitantes, un escenario poco habitual para un virus que se suele presentar en lugares remotos y en brotes pequeños, explica el doctor Luis Encinas, miembro de Médicos sin Fronteras y una de las personas que ha estado presente en Guinea al inicio del brote, el sexto caso de ébola en el que participaba.
De momento no hay ninguna teoría que explique cómo ha viajado el virus más de 4.000 kilómetros desde sus focos tradicionales hasta la costa occidental de Africa porque sus portadores habituales, animales como monos, antílopes o murciélagos, no realizan movimientos migratorios tan considerables.
Hay muchas hipótesis e incluso cierto misterio en torno a estas posibles teorías pero de momento, ninguna confirmación científica aunque hay diversos grupos trabajando en el rastreo de los focos de origen. El caso actual es además el más letal de la historia y está cerca de duplicar el número de muertos del que era el brote más mortífero, el detectado en la República del Congo en 1976, que fue además el primero de la historia, con 280 muertos y una tasa de letalidad del 88%. El rostro de la enfermedad permite comprender algunas consideraciones para analizar razones alarmistas y consecuencias.
La diferencia con otras epidemias no está tanto en la mortalidad en términos absolutos como en la mortalidad relativa, que en el caso del ébola puede llegar al 90%, mientras que en la fiebre amarilla no llega al 15%, en el caso del cólera es del 4% y en la malaria es inferior al 1% siempre que se detecte y se trate a tiempo, lo que en el caso del ébola apenas afecta a su letalidad, puesto que no existe vacuna ni tratamiento conocidos.
“El ébola rompe el circuito de control de hemorragias. Es como si el paciente estuviera con un nivel de plaquetas tan bajo que el menor golpe puede provocarle una enorme hemorragia. Al final, el paciente tiene un fallo multiorgánico, sus órganos se colapsan y esto le causa la muerte”, explica el doctor Encinas.
La muerte, además, es fulminante y puede tardar entre cinco y 12 días en producirse desde que aparecen los primeros síntomas.
“Si el paciente aguanta dos semanas suele sobrevivir. Aunque no haya cura para el ébola, el paciente debe recibir atención médica durante este tiempo porque está expuesto a numerosas dolencias paralelas que pueden causarle la muerte. Además, también pueden tratarse los síntomas de la enfermedad, la fiebre, la diarrea, los dolores”, asegura.
Los síntomas del ébola son la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa, dolores musculares, de cabeza y de garganta, vómitos, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal y hepática, hemorragias. Además, los resultados de laboratorio muestran una disminución del número de leucocitos y plaquetas, así como una elevación de las enzimas hepáticas. “Lo que más impacta de los enfermos es la velocidad del ataque, cada dos horas hay un deterioro del estado general del paciente muy agudo. Se nota muy rápido la evolución del paciente, si va a mejor o a peor. Su fragilidad y su debilidad le envuelven en una especie de dolor silencioso”, comenta el doctor Encinas, uno de los tantos profesionales de Médicos sin Fronteras que trabajan, aún a riesgo de sus vidas, en los lugares más críticos y peligrosos, ya sea en medio de guerras o letales epidemias como el ébola.