María Luz Baravalle, activista feminista y docente de la UNNE, se suicidó el pasado 15 de diciembre, luego de sufrir una seguidilla de escraches, exclusión y maltrato por parte de sus propias compañeras de militancia del colectivo de resistencia.
“Nadie se suicida solo“, dijo Antonin Artaud. Luz tampoco. El suicidio es un fenómeno social. Cuando alguien se quita la vida, la racionalidad dominante de la sociedad obliga a pensar que se trata de una decisión individual e inexorable (algo habrán hecho), o en un acto que, de tan íntimo, se transforma en tabú. Con esos mecanismos de defensa, los mandatos tanáticos de la sociedad disciplinaria se mantienen impunes, y el panóptico que hace del individuo, no ya su propio carcelero, sino también su verdugo, se las arregla para esconder los cuerpos que siega por miles. En efecto, tomando datos de 2015, hubo 6.166 suicidio; una cifra que hace palidecer los 2837 asesinatos de ese año (incluyendo 286 femicidios), y que en 2019/20 superará los accidentes de tránsito.
María Luz Baravalle, activista feminista, filósofa, y auxiliar docente de la UNNE, se suicidó el 15 de diciembre, luego de sufrir una seguidilla de escraches, exclusión y maltrato por parte de sus propias compañeras de militancia del colectivo feminista de Resistencia. El papá de Luz la encontró ahorcada en su domicilio, y el caso, de nula difusión en los medios, fue invisibilizado, cuando no defendido, dentro del colectivo.
Paula Gialdroni, amiga de Luz, se atrevió a romper el silencio, y al ser entrevistada por “Corrientes a la tarde“, denunció que Baravalle vivía muy hostigada por el “feminismo punitivista”: “No cuenten otra historia, a Luz la mataron cuando le dieron la espalda las mismas que decían luchar por nosotras“.
“No la dejaban hacer su vida en paz. La atacaban en su trabajo, socialmente, no podíamos salir, no marchábamos, no teníamos vida, en todos lados nos increpaban. Nunca se abrió el espacio para tratar la problemática de la violencia entre mujeres y la condenaron a la hoguera”, contó Paula, el asedio omnipresente de las militantes.
De acuerdo a Gialdroni, la docente mantenía una relación de pareja tóxica, y la situación no fue aceptada por el colectivo, desde donde se tomó la decisión de marginarla y escracharla: “La echaban de festivales de la facultad, de las marchas, la increpaban, la marcaban, constantes humillaciones”. Así la exclusión se hizo mandato.
Paula culpabilizó al Colectivo Feminista de Resistencia de provocar el suicidio de Luz. “Lo viví junto a ella en este tiempo. Cuando nos juntábamos a vernos, siempre tratábamos de solucionarlo. Siempre vivimos un asedio y ahora se quieren lavar las manos” señaló.
Según explica Paula: “La escracharon por violenta con saña injustificadamente, le cerraron espacios feministas, laborales, culturales y personales. Cada vez que nos veíamos, intentábamos pensar una alternativa para vivir en paz su vida, haciendo lo que cualquiera hace sin ser acosada. Luz no sólo fue mandada a una hoguera en la cual deberíamos estar todos sino que le soltaron la mano, la despojaron de su dignidad, la señalaron, la excluyeron, la echaron públicamente de lugares sin fundamentos, le impidieron laburar en paz y la condenaron perversamente”.
Hasta el momento, el colectivo feminista mantiene un silencio ensordecedor sobre el suicidio de Luz. Al mismo tiempo, en las redes, Gialdroni, quien lleva tatuado el nombre de su amiga en la garganta, destapó la olla en su perfil de Facebook a través de un sentido post.
Su ejemplo fue seguido por Lourdes, otra amiga de Luz. Y luego fueron expuestas las capturas de pantalla de chats de Whatsapp, donde la propia Luz cuenta como era hostigada, y capturas de Instagram donde se refieren a Luz como una “sucia” que no podía ser salvada y que fue “el chivo expiatoria de la nobleza feminista chequeña”. Luego, en los comentarios, se menciona a la “Socorrista Macabra” y “mamá de las perversas“, un miembro del grupo abortista “Socorristas en Red” consignada por Paula como “parte de la inquisición de Luz“.
Pero la metodología del escrache y la persecución, se reivindica. Rea y carcelera del mismo panóptico, Paula Gialdroni todavía reproduce los mandatos de exclusión y muerte que terminaron con Luz.
Hablemos un poco a favor del suicidio, expresó Foucault. Hoy Luz está más allá de la tormentosa justicia de las Socorristas de Resistencia; finalmente les usurpó el derecho impune de atacarla o perseguirla, y las dejó tan solas que ahora no saben si empacharse con Misoprostol, juntar ramas para la siguiente bruja, o hacer las dos cosas al mismo tiempo.