La ministra de Cultura británica, Maria Miller, sobrefacturó en 7.000 euros los fondos que necesitaba para mantener su casa.
Maria Miller, ministra británica de Cultura, ha presentado su dimisión al primer ministro David Cameron. Su posición se había convertido en insostenible tras varios días de presiones mediáticas. Investigada durante meses por sus cuentas parlamentarias, los investigadores concluyeron que no había actuado con mala fe pero la obligaron a devolver 5.800 libras (7.000 euros).
La Ministra se disculpó la semana pasada en una abrupta declaración de apenas 30 segundos en los Comunes, en la que mostró mucha más arrogancia que arrepentimiento. A partir de entonces, el acoso contra ella no solo se multiplicó en los medios sino que se extendió a su propio partido. Curiosamente, la oposición laborista no llegó a pedir su cabeza porque le parecía más rentable políticamente mantener viva la polémica para debilitar a los conservadores.
Las encuestas, sin embargo, señalaban que la crisis en torno a Maria Miller estaba beneficiando al partido protesta UKIP y a su líder, Nigel Farage, reforzando su imagen de formación alternativa a los grandes partidos del establishment político británico en vísperas de las elecciones europeas y locales de mayo.
Con la temperatura contra Miller a tope, su posición era esta mañana insostenible y la tozudez de Cameron de mantenerla en el cargo amenazaba con monopolizar la tradicional sesión de preguntas al Primer Ministro en los Comunes.
Detrás de la caza a Maria Miller palpitan dos cuestiones fundamentales. En primer plano está la evidencia de que la opinión pública todavía no ha digerido el escándalo de los gastos parlamentarios de 2009 y que algunos políticos siguen sin aprender aquella lección. Más en segundo plano, pero de igual importancia, aparece la batalla que enfrenta a la prensa escrita y a la clase política por la implementación del informe del juez Leveson sobre los abusos de la prensa a raíz del escándalo de las escuchas ilegales del luego desaparecido tabloide News of The World.
Como responsable de Cultura, Miller era la impulsora del mecanismo pactado por los tres partidos y los afectados por las escuchas para regular la prensa y evitar nuevos escándalos como aquel. Ese mecanismo sigue en el limbo porque la prensa lo ha rechazado de forma unánime. Y no es casualidad que el periódico que lideró las informaciones sobre los gastos irregulares de Maria Miller sea el Daily Telegraph, uno de los que más se opone a la regulación de la prensa. El anterior director del diario, Tony Gallagher, la ha acusado estos días de ejercer presión para que no publique informaciones sobre sus gastos parlamentarios, insinuando que si no seguía sus consejos las medidas de regulación podrían ser más duras